Aquel gesto de Alfonso XIII…
Ni la casa real francesa, tan ligada al Sagrado Corazón de Jesús, se había atrevido a tanto
«Ningún Rey había hecho cosa semejante en el mundo», escribió el P. Vilariño en su crónica para los lectores del «Mensajero». De hecho, en la convocatoria oficial del acto no se anunciaba que el Rey fuera a pronunciar la Consagración de España.
Pero aquella mañana soleada del 30 de mayo de 1919, es decir, este jueves pasado hace cien años, en el Cerro de los Ángeles, Su Majestad Alfonso XIII, junto con todo su gobierno, consagró España al Sagrado Corazón de Jesús, con un texto escrito por el P. Crawley y corregido de puño y letra por el monarca. Ni la casa real francesa, tan ligada a esta devoción, se había atrevido a tanto.
Fue una mañana de luz entre el aborrascado cielo político, los efectos de revolución de 1917. Pronto llegaría la huelga general de 1919. Cuando el P. Crawley, promotor de la devoción al Sagrado Corazón, se acercó a felicitar al monarca, Alfonso XIII le contestó: «No merezco tantos parabienes, Padre, pues no he hecho sino cumplir con un deber de conciencia. Era preciso probar que, si soy oficialmente católico, no lo soy menos íntimamente y privadamente».
Esta decisión de Alfonso XIII le acarreó no pocos disgustos. Levantó, como nos recuerda Luis Cano en su trabajo «Reinaré en España. La mentalidad católica a la llegada de la Segunda República», una oleada de protestas y, quizá, algo más. Alfonso XIII había pedido al Corazón de Jesús que presidiera «todas nuestras empresas, bendecid a los pobres, a los obreros, a los proletarios para que en la pacífica armonía de todas las clases sociales encuentren justicia y caridad que haga más suave su vida, más llevadero su trabajo». El moderado socialista Julián Besteiro se refirió a la consagración como «un acto bochornoso y peligroso».
Hoy, cien años después, sería impensable la escena. Para conmemorar los cincuenta años de esta consagración, los obispos españoles publicaron una Exhortación, fechada el 25 de mayo de 1969, que comienza diciendo que «el mundo necesita un verdadero amor. Más que nunca nos acecha el peligro de la desesperanza radical» . ¿Qué dirán los obispos ahora?