Alexander Fleming: la primera victoria contra el nazismo

Microbiólogo británico, inventor de la penicilina

Fleming posa en 1930 en su laboratorio de Liverpool ABC

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Hace 90 años, el mes de septiembre de 1928, Alexander Fleming se dio cuenta de que un hongo que había contaminado accidentalmente uno de los cultivos de su laboratorio impedía el desarrollo de varios gérmenes. Ese hongo era el « Penicillium notatum » y a partir de él se pudo obtener años más tarde la penicilina, una «bala mágica» que funcionaba «como un tiro» contra las infecciones. «Yo no intentaba descubrir la penicilina, me tropecé con ella», solía decir Flemming.

Alexander Fleming pasó a la historia por un hallazgo fortuito en 1928 que permitió la fabricación de la penicilina e inició la era de los antibióticos. Pero antes hizo otro gran descubrimiento al demostrar que puede haber sustancias inofensivas para las células del organismo y letales para las bacterias. ABC lo llevó a sus páginas en 1948 con motivo de su visita a España.

Sin embargo, no fue él quien lo convirtió en un tratamiento real. La escasa preparación química del médico escocés le impidió aislar y purificar la sustancia para que ésta fuera realmente eficaz en la clínica. Fleming comprendió desde un principio la importancia de su hallazgo porque aquella sustancia, incluso muy diluida, poseía un poder antibacteriano muy superior al de los antisépticos más potentes de la época. Pero la firmeza del médico británico no fue suficiente. El reconocimiento y la fama tardó más de una década en llegar. Fueron otros británicos ( Walter Florey y Ernst Chain ) quienes en 1939 obtuvieron una penicilina concentrada, estable, purificada y lista para poder utilizarla en pacientes. El fármaco se desarrolló a tiempo para tratar a los soldados británicos que luchaban contra el ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial . La penicilina fue, sin duda, la primera victoria de Inglaterra frente al nazismo. En España su primer éxito fue la curación del doctor Carlos Jiménez Díaz. El ilustre médico salvó su vida con la ayuda de la penicilina que consiguieron sus discípulos para combatir su neumonía. Los tres científicos consiguieron por sus aportaciones el Premio Nobel de Medicina en 1944.

El descubrimiento de la penicilina no fue un hallazgo más. Permitió el desarrollo de los antibióticos, una nueva familia de medicamentos, con los que se empezó a plantar cara a numerosas enfermedades infecciosas. A lo largo del siglo XX las muertes por neumonía, tuberculosis y diarrea se redujeron en más de un 90 por ciento y la esperanza de vida de la población aumentó en casi 30 años en los países desarrollados. Hoy, 90 años después, la penicilina sigue siendo útil. Es el bálsamo curativo de infecciones de garganta y oído, de la sífilis, de la fiebre reumática... Desde su descubrimiento millones de personas han tratado sus infecciones con este antibiótico. Y permitió otra gran revolución, la del quirófano. La cirugía es hoy una disciplina osada gracias a la cobertura que le prestan los antibióticos.

En estos momentos existen más de 150 compuestos antimicrobianos con los que se puede mantener a raya a las infecciones bacterianas más frecuentes. Aunque no son suficientes. Se necesitan nuevos antibióticos para luchar contra la resistencia de las bacterias.

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