Alemania vuelve a pasar por la peluquería

La reapertura es recibida como un gran alivio por los alemanes, aunque este lunes son pocos los afortunados que pueden disfrutar de este servicio

Un hombre se corta el pelo en Berlín AFP

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Queda lejísimos el 13 de marzo, fecha en la que el gobierno de España decretó el Estado de Alarma manteniendo abiertas las peluquerías como “servicio de primera necesidad”, todo un homenaje político a la canción de María Isabel. Antes muerta que sencilla. En Alemania, donde el confinamiento en las casas nunca ha sido obligatorio, el cierre de barberías, peluquerías, manicuras y centros estéticos fue una de las primeras medidas y ha estado causando inenarrables estragos hasta hoy, en que se produce la tan ansiada reapertura, una de las últimas en el proceso de desescalada. Con estricta cita previa, sin revistas ni tacita de café, sin lavado con masaje ni conversación, los salones de Friseiur vuelven a abrir sus puertas. La distancia de seguridad de metro y medio entre peluquero y cliente no es respetada, pero sí la desinfección de manos a la entrada y la mascarilla obligatoria. La reapertura es recibida como un gran alivio por los alemanes, aunque hoy son pocos los afortunados que pueden disfrutar de este servicio. Las listas de espera son de varias semanas.

La privación de peluquerías se ha hecho especialmente evidente en la vida política alemana. Desde el presidente de Baviera, Markus Söder, que a medida que pasaban las semanas dejó atrás su perfecto corte rayo láser y dejó desarrollarse sobre su cabellera y su barba un estilo grunch de lo más noventero, hasta el presidente de Baden-Württenberg, Winfried Kretschmann, cuyo peinado modernillo con la cresta ligeramente en punta ha derivado, sin peluquero que mantenga a raya el estilismo, en un look Espinete de lo más desenfadado.

Lo han pasado mal todos aquellos abonados a la moda de la barba, que sin ayuda profesional tiende a la barba Cromañon, pero sin duda el más perjudicado ha resultado el vicecanciller y ministro de Finanzas Olaf Scholz, desde esta crisis apodado “Olaf el Osado”, pues agarró la tijera tratando de poner remedio por su cuenta y apareció con este trasquilón que fue portada de varios periódicos como perfecto ejemplo de cómo conseguir que nadie se te acerque y cumplir así con la “distancia social” de metro y medio decretada por Merkel. Preguntado en una entrevista sobre cómo estaba sobrellevando el cierre de las peluquerías, confesó que se cortaba él mismo y que los resultados “saltan a la vista”.

Lejos de suponer un problema de imagen, el electorado alemán ha valorado positivamente la disciplina con la que sus políticos han asumido estoicamente, al igual que el resto de la ciudadanía, el sacrificio de verse en el espejo de estas fachas un día tras otro. “Los he sentido más cercanos que de costumbre, se ve que saben por lo que estamos pasando”, asentía esta mañana Lena G., felizmente bajo el secador, “yo no salía a la calle, pero no por miedo al coronavirus sino para evitar que alguien me reconociese por la calle. Por eso entiendo que para ellos ha debido ser muy duro seguir expuestos de cara al público y con ese aspecto”. “Pienso votar SPD solo por Scholz. Para solidarizarme”, dice por su parte Gerda, en la misma peluquería del distrito berlinés de Mitte, “yo le he estado cortando el pelo a mis hijos y, aunque no me ha quedado tan mal como a él, no he recibido más que críticas y enfados. El pelo ha sido en mi familia el gran motivo de disputas durante esta crisis sanitaria”.

En la encuesta informal realizada por ABC en varias peluquerías del centro de Berlín, el teñido de las canas se presenta como el principal motivo de sufrimiento en las pasadas semanas. “Hay ayudas del Gobierno para las empresas y las pymes, para los padres que no pueden trabajar porque los niños no van al colegio y para los que siguen trabajando pero han de contratar cuidadores. Ayudas para todo el mundo, excepto para quienes hemos sufrido un daño en el derecho a la propia imagen. Es una injusticia que Merkel debería reparar”, se queja, medio en broma medio en serio, la secretaria Beate, de 52 años.

Algunos de los privilegiados que han conseguido cita en este primer día de reapertura se encuentran con sorpresas desagradables. Está permitido cortar el pelo, pero no rasurarlo, lo que impide algunos cortes. En muchas peluquerías se niegan a lavar el pelo y se limitan a humedecerlo con un aspersor. Servicios adicionales como la depilación de cejas están prohibidos y no es posible en muchos establecimientos secarse uno mismo el pelo, una práctica muy habitual en las peluquerías alemanas y que permite pagar por el corte, pero no por el secado y peinado, una opción que abarata el coste. “Normalmente me lo seco yo para no pagar tanto, pero hoy no importa. Hoy es un gran día”, celebra Ingrid, dependienta en una tienda de telefonía y que se ha tomado un día libre, descontado de sus vacaciones, para disfrutar a fondo de su primer corte de pelo en la era del coronavirus.

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