análisis

Medicina: luces y sombras

La tragedia de la talidomida cambió la actitud social frente a los riesgos que tienen determinados medicamentos. La historia de los fármacos condiciona también los éxitos y fracasos de la Medicina como tal

Medicina: luces y sombras abc

josé manuel López Tricas

La historia de la medicina es en gran medida la historia de los medicamentos. Hoy día no se puede concebir una sociedad carente de medicinas, unas veces curativas, muchas más, paliativas del sufrimiento físico y emocional, las dos caras inseparables de la enfermedad. No hay duda que los medicamentos se balancean entre el beneficio que producen y el daño que pueden causar. En la actualidad la preocupación por los riesgos asociados a la toma de fármacos es un asunto trascendente. No ha sido siempre así. La creciente importancia que se otorga a los efectos adversos de las medicinas ha surgido como una imperativa necesidad de protección de la salud, pero no de una manera planificada sino como reacción a crisis sanitarias que si bien parecen lejanas en el tiempo, de hecho no lo son tanto.

Antes de convertirse en medicamentos las potenciales sustancias terapéuticas se evalúan siguiendo una exhaustiva y rigurosa valoración de sus beneficios y potenciales riesgos. Estos estudios, denominados genéricamente «ensayos clínicos» comenzaron a realizarse a partir del final de la década de 1950 . A comienzos del siglo XX, y aún muchos años después, los fabricantes de medicamentos no estaban obligados a detallar la composición de sus preparados, mucho menos a demostrar de modo indubitado su eficacia y ausencia de toxicidad. En aquella época la falta de regulación de patentes de las medicinas era un verdadero escándalo en todo el mundo, aprovechado por muchos fabricantes sin escrúpulos que, amparados en la falta de legislación, lograban pingues beneficios. Además, los fabricantes ejercían una creciente influencia en ámbitos políticos y de la Administración al objeto de frenar cualquier intento de establecer regulaciones restrictivas en su sustancioso negocio.

Un artículo publicado en el año 1937 mencionaba con preocupación como muchos fabricantes podían promocionar un mismo medicamento para indicaciones tan variadas y dispares como cáncer, diabetes, neumonía, enfermedades venéreas y otras. El descontrol era alarmante y, claro, las crisis sanitarias no tardaron en aparecer. Ese mismo año, 1937, más de cien niños murieron tras ingerir un jarabe conteniendo una sulfamida, entonces una novedad terapéutica. El principio activo se había formulado en un disolvente muy tóxico, dietilenglicol , producto usado habitualmente como anticongelante.

A ésta le siguieron otras crisis no menos importantes. Un preparado farmacéutico que contenía dinitrofenol en su composición dio lugar a numerosos casos de ceguera irreversible; otro preparado farmacéutico contra la gota, cincofen, se vinculó con importante toxicidad hepática. Es digna de mención la denominada «terapia leve con radio» , agua conteniendo restos de radio, un elemento radiactivo, que se promocionó como un producto revitalizante.

Sin embargo, la crisis que cambió definitivamente la regulación farmacéutica fue la catástrofe de la talidomida. Este medicamento, de acción sedante, se introdujo en terapéutica el 1 de octubre de 1957. En aquella época los mejores y casi únicos fármacos sedantes e inductores del sueño (hipnóticos) disponibles eran los barbitúricos. La talidomida se consideró tan segura que comenzó a promocionarse para el control de las náuseas matinales de las embarazadas. Muy pronto se notificaron un alarmante número de malformaciones fetales en recién nacidos de madres que habían tomado el medicamento. La toma de una sola dosis de fármaco durante períodos concretos del desarrollo fetal, bastaba desencadenar las terribles consecuencias: los niños nacían con miembros como aletas de pez (véase fotografía que acompaña al texto). Estas eran las deformidades más llamativas, pero había otras que afectaban a órganos internos, sobre todo del sistema digestivo. Decenas de miles de niños con estas graves deformidades nacieron en Europa y Oriente Medio. Estados Unidos no se vio afectado debido a la actitud de una joven farmacóloga, Frances Oldham Kelsey , que con actitud valiente y crítica se enfrentó al Merell, la compañía farmacéutica que tenía los derechos de comercialización en Estados Unidos, retrasando la autorización del medicamento. Esta demora fue vital, evitando que centenares de miles de niños norteamericanos sufrieran las terribles secuelas que ya se hacían amargamente evidentes en Europa. Contra lo que pueda parecer, el medicamento continúa usándose en diversas enfermedades, si bien con el conocimiento adquirido de sus graves efectos sobre las madres gestantes.

Tragedia de la talidomida

La tragedia de la talidomida cambió la política en lo referente a los efectos adversos de las medicinas . Los Organismos Reguladores de Fármacos asumieron un riguroso control sobre los fármacos que se autorizan implementando estudios clínicos previos al registro de nuevas medicinas, así como un seguimiento para detectar cualquier nuevo e inesperado, por infrecuente, efecto adverso. Y sobre todo, la actitud social frente a los riesgos de los medicamentos ha cambiado drásticamente.

La tragedia de la talidomida cambió la actitud social frente a los fármacos

Bajo las exigencias de seguridad imperantes hoy día un clásico medicamento como la Aspirina jamás se habría autorizado, a pesar de su amplia y demostrada eficacia, en aspectos que van desde el control de la fiebre, la inflamación y el dolor hasta la prevención de ataques cardíacos. Tal vez el exceso de celo nos esté privando de excelentes opciones terapéuticas. En estos tiempos donde hay una propensión casi obsesiva a reducir los riesgos en casi cualquier aspecto de la existencia, los medicamentos se han de considerar una estrategia de salud segura en términos absolutos y relativos. La principal utilidad de experiencias pasadas es su aplicación en la toma de decisiones futuras. La salud de la población es uno de los criterios principales para evaluar el grado de desarrollo de una sociedad. En este sentido, el quehacer diario de los farmacéuticos comunitarios debe aprovecharse para mejorar los estándares generales de salud.

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*El autor es el doctor José Manuel López Tricas , farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria. Trabaja en la farmacia Las Fuentes, calle Florentino Ballesteros, 11-13 de Zaragoza.

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