opinión

El sabor de los recuerdos

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El pasado viernes asistí al 'Encuentro Gastronómico de la Sal y el Estero 2015', en el emblemático Castillo de San Marcos, y adonde acudió lo más granado de la restauración portuense, constituido por restaurantes, bodegas, tiendas gourmets, pastelerías y heladerías. Una loable iniciativa para realzar la enorme potencialidad de la gastronomía de esta zona.

El título era muy sugerente: 'El plancton marino, sabor a mar al alcance de todos'. La conferencia la daban al alimón Ángel León y Carlos Amunzaga. El primero, el conocido y mediático 'chef del mar', y el segundo, el director general de la empresa que produce y comercializa el plancton marino liofilizado. La conferencia fue muy amena y de ella pude conocer el enorme trabajo de investigación que había, hasta conseguir lo que ellos llaman la «leche materna del mar», un producto que está en el origen de la vida, sin olvidar el administrativo, hasta conseguir el ‘1er Novel Food’ o autorización que da la Comunidad Europea para su uso en la alimentación humana.

Si interesante fue la conferencia, más aún fue el final de ella, en la que pidieron voluntarios para saborear ese plancton marino, servido en pequeñísima cantidad en el propio dorso de la mano. Y, sobre todo, las opiniones de los voluntarios. El primero, con gran gracejo, dijo que le sabía a «cabeza 'chupá' de langostino de Sanlúcar». A una señora del norte, que «le traía recuerdos de sus playas asturianas». Un tercero, que nos sorprendió a todos, que le sabía «a 'aguadilla'». No recuerdo con detalle a algunos más que mostraron, con satisfacción, sus impresiones. Lo cierto es que todos se sintieron complacidos por ese nuevo sabor, y a ninguno les dejó indiferente. Yo no salí voluntario porque quería un poco más de tiempo para dar mi opinión. Tenía el presentimiento de que su gusto ya me era conocido, quizás antes de nacer, y quería paladearlo con tranquilidad.

Luego, en la degustación, me sorprendió su sabor y su color tan verde. Me pareció que ya lo había probado anteriormente y que sabía a mis recuerdos de niño. Más concretamente, al olor del mar que penetraba por las ventanas abiertas de nuestra casa de la Barra en Cabo de Palos, y a los aperitivos que tomábamos en nuestra terraza de toldos de lona, en donde mis padres y mis tíos nos esperaban a toda la larga pandilla de primos Pina, de distintas edades, que veníamos de bañarnos del Cañonero o de las Escalerillas, dependiendo de si el viento era de levante o de lebeche.

Desde aquí les deseo a estos dos magos del plancton marino el que pongan el sabor del mar al alcance de todos, porque así volveremos a tener muchos, de nuevo, el sabor de nuestros recuerdos de la infancia. No ha sido ni será un trabajo fácil, pues como decía Borges: «El mar es solitario como un ciego. El mar es un antiguo lenguaje que yo no alcanzo a descifrar».

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