el apunte

El nuevo puente también trae problemas

Todas las administraciones se han retrasado a la hora de preparar la ciudad de Cádiz para una enorme transformación física y social

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Durante ocho años de obras, y casi tres décadas de planteamiento y debate, ha dado tiempo a valorar la grandeza e importancia del segundo puente sobre la Bahía de Cádiz. Para una ciudad de geografía tan compleja como la capital gaditana, duplicar sus conexiones artificiales con la Península, hacia el Norte, resulta fundamental. Será el puente más alto de Europa en gálibo. Es un monumento a la arquitectura y seguro que acaba por ser un icono del orgullo local, un símbolo por el que Cádiz sea reconocida de un solo vistazo. Ha supuesto una inversión gigantesca y será patrimonio gaditano durante generaciones. Hasta ahí, todo es difícilmente discutible pero los grandes cambios siempre tienen cara y cruz. Una transformación física y social de tal calado traerá muchas ventajas pero también nuevas complicaciones que debieron preverse y tratarse.

Sin embargo, todas las administraciones públicas, de la regional a la estatal, pasando por la municipal, al margen de sus colores políticos anteriores o actuales, han tardado demasiado en preparar la ciudad para lo que se le viene encima. El tranvía será otro de los sueños que la Junta posterga ‘sine die’ y los gobiernos locales no han llegado a tiempo de acondicionar las avenidas a las que desembocará el puente. Un caudal de coches llegará ahora a nuevas vías, a nuevas zonas, que necesitan tener capacidad para su nueva función. La intensidad de tráfico que ahora soporta la avenida central se dividirá (o se volcará) sobre el nuevo viaducto. La regulación de transportes públicos, aparcamientos y otros equipamientos debería haberse adaptado ya. El puente estará abierto en un mes. Los retrasos crónicos de todos no son coartada para dejar de actuar ahora. Es preciso, siquiera contrarreloj, intentar adaptar al gran cambio a los barrios más afectados.