Una monja y un franciscano torturados en la guerra de Bosnia conmueven al Papa

Francisco invita a un diálogo interreligioso directo entre los fieles

Una monja y un franciscano torturados en la guerra de Bosnia conmueven al Papa efe

juan vicente boo

A las cifras escalofriantes de muertos en la guerra de Bosnia se unen otras, también altísimas de prisioneros en campos de concentración que tuvieron la suerte de sobrevivir. Entre los cristianos hubo muchos mártires -religiosas, religiosos y sacerdotes asesinados precisamente por serlo-, pero también mártires que no llegaron a morir.

Los testimonios serenos de tres de ellos –una religiosa, un franciscano y un sacerdote- conmovieron el sábado al Papa Francisco en el encuentro que ha mantenido con más de medio millar de sacerdotes, religiosos y seminaristas en la catedral de Sarajevo. Al final de cada relato, el Papa –visiblemente conmovido- se ponía en piey caminaba hacia cada mártir -«testigo»- para besarle las manos y abrazarle, conteniendo apenas las lágrimas.

Ljubica Sekerija era una religiosa que atendía ancianos y discapacitados en Travnik, una ciudad en la zona de mayoría musulmana. El 15 de octubre de 1993, cinco milicianos extranjeros la secuestraron junto con el párroco, les vendaron los ojos y los llevaron a su cuartel general.

En tono sereno, y sin darle importancia, Ljubica relató ante el Papa que un miliciano amenazó de muerte al párroco si no pisoteaba el rosario de la religiosa. Como se negaba, le amenazó con degollar a la religiosa, que sencillamente le dijo: «Don Vinko, deje que me maten. Pero, por el amor de Dios, no pisotee este objeto sagrado».

Otro de los milicianos «vio mi anillo de religiosa y me ordenó dárselo. Fue muy duro para mí. Los milicianos nos insultaban de modo obsceno, nos golpeaban y nos daban patadas».

En un momento de mayor violencia, tuvieron la impresión de que se acercaba el fin y el párroco les dijo en voz baja: «No tengáis miedo. Os he dado la absolución a todos. Podemos morir en paz».

La hermana Ljubica relató que un miliciano le ordenó abrir los brazos y «en aquel momento sentí el cañón del fusil en la frente al tiempo que una voz me ordenaba confesar el Islam como única religión verdadera. Estaba aterrorizada, pero me mantuve en silencio…».

El franciscano Jozo Puskaric

Al final fue liberada, y ha vivido para contarlo ante el Papa, igual que el franciscano Jozo Puskaric, que pasó cuatro meses en un campo de concentración serbio, «sufriendo hambre y sed, sin lavarnos, sin cortarnos el pelo, golpeados y torturados cada día con diversos objetos…».

El pacífico religioso franciscano comentó que «los días eran largos, llenos de incertidumbre y miedo. En un campo de concentración el tiempo no se cuenta por meses sino por días, horas y segundos...». Los serbios le amenazaron con despellejarlo vivo. En una sesión de tortura, fray Jozo deseó morir, «y supliqué al guardia que me matase, pero me respondió: ‘ ¡No morirás tan fácilmente! Te cambiaremos por 150 de los nuestros…».

Era una historia atroz, pero el franciscano manifestó su agradecimiento al Señor «porque nunca sentí odio por mis torturadores. Les he perdonado porque Jesús nos invita a perdonar».

Cuando terminaron los testimonios, el Papa se levantó con los folios en la mano y comenzó a hablar: «había preparado este discurso, que es bonito, pero estos relatos me llevan a hablaros desde el corazón. No olvidéis vuestra historia. Estas personas nos han enseñado como se vive la fe. Han caminado sobre las huellas de Jesús...».

El Papa confesó que le habían impresionado especialmente las palabras de perdón pues «perdonar a quien te tortura, a quien te amenaza con un fusil y dice que te va a matar… ¡Y ellos lo han hecho! También me impresiona que en un campo de concentración, sucios y sin agua, torturados… los días se cuentan por minutos. Y nosotros nos lamentamos cuando nos duele un diente…».

Sin rencor

Quizá lo más impresionante del encuentro es que se hablaba de cosas tremendas pero no había rencor, como tampoco lo hubo en el posterior encuentro del Papa con los líderes de los cuatro principales grupos religiosos: musulmanes, ortodoxos, católicos y judíos.

El gran muftí de la comunidad musulmana de Bosnia, Husein Kavazovic, dio las gracias al Papa por la visita y afirmó que esta época de materialismo y tensiones «requiere un enorme esfuerzo espiritual por parte de todos los seguidores de las religiones de los profetas», en defensa del matrimonio, la familia y el mensaje de la misericordia.

El obispo ortodoxo serbio Vladika Grigorije ha recordado los comportamientos inhumanos durante la guerra y ha afirmado que «nosotros, los hijos de la Iglesia de Dios, deberíamos estar llenos de vergüenza por el hecho de que en nuestros país los cristianos han matado a cristianos y no cristianos».

Jakob Finchi, presidente de la comunidad judía, aseguró al Papa que «su visita nos llena de ánimo. Sabemos que ha venido como un amigo que nos quiere sin reservas y que quiere ayudarnos y enseñarnos a ser mejores creyentes y mejores personas». Con buen humor, Finchi añadió que «no queremos mentirle, porque no somos políticos, diciéndole que aquí todo es leche y miel. Tenemos problemas pero, al menos, intentamos resolverlos juntos».

En su discurso, el Papa les dijo que «el diálogo interreligioso es una condición imprescindible para la paz, y por eso es un deber de todos los creyentes». En un enfoque notoriamente abierto y novedoso, Francisco ha añadido que «el diálogo interreligioso, antes que sobre temas de la fe, debe ser una conversación sobre la vida humana, compartiendo la existencia cotidiana, las alegrías y las penas, el cansancio y la esperanza. Así se aprende a vivir juntos, a conocerse y a aceptarse».

Para que quedase claro, el Papa ha insistido en que «el diálogo interreligioso no puede limitarse a unos pocos, a los líderes de las religiones, sino que debe extenderse a todos los creyentes, implicando también las distintas instancias de la sociedad civil, y también a los jóvenes». Se trata, en definitiva, de que todas las personas de las distintas religiones aprendan a convivir con normalidad y serenidad.

Como broche alegre y esperanzador de la jornada, el Santo Padre mantuvo un encuentro con los jóvenes. Ha afirmado que las nuevas generaciones tienen derecho a «un futuro digno para el país, evitando el triste fenómeno del éxodo». Aun reconociendo las dificultades de los jóvenes, les invitó a no caer «en el aislamiento egoísta, refugiándose en el alcohol, la droga o las ideologías que predican el odio y la violencia».

El futuro de Bosnia Herzegovina es suyo, y tienen que esforzarse para que sea mucho mejor que el presente.

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