«La libertad de expresión está en riesgo por lo políticamente correcto»
Expertos alertan de la «intolerancia» de la sociedad actual a las opiniones discrepantes con la mayoría. El boicot a Dolce y Gabbana reabre el debate
La Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce: «Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión».
En uso de ese derecho, los diseñadores Domenico Dolce y Stefano Gabbana expresaron hace unos días su opinión en contra de la adopción de niños por parejas formadas por personas del mismo sexo. A Dolce no le convencen, según admitía, lo que él llama «niños sintéticos». «Vete a explicar a estos niños quién es la madre. Procrear debe ser un acto de amor. Hoy ni siquiera los psiquiatras están listos para afrontar los efectos de estas experimentaciones», afirmaba en una entrevista con el semanario «Panorama».
La defensa de la familia tradicional por Dolce y Gabbana, que precisamente son pareja, no tardó en desatar una furibunda reacción en internet, encabezada por el cantante Elton John. «Os maldigo por poner vuestros pequeños y prejuiciosos dedos sobre la fecundación in vitro, un milagro que ha permitido a legiones de enamorados, heterosexuales y gais, conseguir su sueño de tener niños», aseguraba en Instagram el cantante británico, que hacía además un llamamiento a dejar de comprar las prendas de Dolce&Gabbana por su «pensamiento arcaico». Otras celebridades, como Ricky Martin, Madonna o Courtney Love enseguida se adhirieron al boicot. En España, hasta el presidente de Extremadura, José Antonio Monago, se ha sumado a la corriente para calificar de «paleolíticas» las ideas de los diseñadores sicilianos.
Una clara «agresión»
El episodio, más allá de la discusión sobre modelos de familia, plantea un debate sobre las garantías para ejercer la libertad de expresión. Alguien que emite un juicio legítimo, en el que se puede estar o no de acuerdo pero que no implica apología de la violencia ni injurias hacia nadie, se encuentra de pronto con una campaña colectiva en su contra. Aunque las sociedades democráticas garantizan formalmente la libertad de expresión, ¿estos linchamientos públicos suponen coartarla?
Para el director del Observatorio de la Libertad de Expresión de la Fundación Ciudadanía y Valores, el periodista Justino Sinova, se trata de «una agresión» contra ese derecho «sin ninguna duda». La campaña contra Dolce y Gabbana es, a su juicio, un ejemplo de «intolerancia» en el que «se trata de impedir el ejercicio de la libertad de expresión, que es el derecho a manifestar las propias opiniones y convicciones sin exponerse por ello a un riesgo». «Cuando a alguien le tratan de excluir por sus opiniones, está pagando un precio indebido», subraya. «La libertad de expresión de los demás nos resulta incómoda, pero hay que aguantarla», señala. En este sentido, explica, «todo el mundo piensa que tiene derecho a ella, pero no todo el mundo está dispuesto a respetarlo en los demás». Es una cuestión cultural y de respeto, no tanto de regulaciones, según Sinova.
El pasado año, tras el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, se publicaron mensajes en Twitter que no sólo denigraban a la recién fallecida, sino que abogaban por acabar con otros políticos. El ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, abogó entonces por una reforma del Código Penal que atajara esos comportamientos, pero su propio Gobierno enseguida aclaró que lo que hacía falta era aplicar la norma ya existente.
El abogado Joaquín Muñoz, del despacho especializado en internet Abanlex, señala que lo que rige en «el mundo offline» vale igual para el «online». «No hay ninguna diferencia entre que se haga una amenaza en la calle delante de testigos o que en las redes sociales», apunta. Pero en el caso de campañas como la que sufren Dolce y Gabbana, con miles de mensajes, hay que ver uno a uno cuáles atentan contra la libertad de expresión. «No puedes denunciar masivamente para que nadie hable de ti, menos siendo un personaje publico», comenta.
Nuevas condiciones de uso
Las principales redes sociales cuentan con normas para evitar contenidos indebidos, pero no llegan a poner límites a este tipo de campañas. Facebook acaba de actualizar sus condiciones de uso, en las que advierte de que eliminará los contenidos que «inciten al odio», es decir, que ataque a alguien en función de su raza, etnia, nacionalidad, religión, orientación sexual, sexo, género o identidad sexual y discapacidades o enfermedades graves. Twitter, por su parte, se limita a prohibir la publicación de amenazas de violencia, pero no se inmiscuye en fenómenos como el boicot a los famosos diseñadores.
Para el sociólogo y experto en Opinión Pública de la Universidad de Navarra Alejandro Navas, la conquista de la libertad de expresión «está amenazada» por la imposición de lo «políticamente correcto». «Se ha creado una nueva ortodoxia ante la que nadie se atreve a discrepar», señala Navas. Sucede con la cuestión de la homosexualidad, que se ha convertido en «un tabú» que «parece intocable», pero también con el patriotismo, que «en España está mal visto», asegura., frente a lo que sucede, por ejemplo en los países del continente americano, donde «se viven los símbolos de la patria y están orgullosos de su historia». «Aquí, usar la palabra España ha pasado a ser una provocación», señala.
Navas se refiere al fenómeno social de «la presión hacia la conformidad». «La mayor parte de la gente quiere ser uno más del grupo», indica. Según Baltasar Gracían, «antes loco con todos que cuerdo a solas», recuerda. Trasladado a términos de opinión pública eso deriva en los que se conoce como «espiral del silencio», explica Navas. «Ante unos patrones culturales, de los que se habla en los medios, la gente que discrepa, aunque sea mayoría, tiende a callarse. Hay unos pocos que gritan mucho y copan los medios de expresión, la red social, pero es es engañoso y sesgado». Por eso considera hoy día «muy necesaria» la tarea del intelectual, que consiste en «decir que el rey está desnudo y llamar a las cosas por su nombre».
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