Memorias de un «Héroe de Fukushima»
Uno de los ingenieros de la siniestrada central nuclear japonesa recuerda el tsunami que, hace cuatro años, causó el mayor desastre atómico desde Chernóbil
El 11 de marzo de 2011, cuando un terremoto de magnitud 9 sacudió a la costa nororiental de Japón a las dos y cuarenta y seis de la tarde, Yoshiyuki Monma estaba inspeccionando el reactor número 4 de la central nuclear de Fukushima 1, uno de sus cometidos habituales como ingeniero de la planta. Siguiendo el protocolo, Monma y el resto de empleados fueron evacuados de inmediato a una zona elevada en previsión de que llegara un tsunami, como así ocurrió cuarenta y cinco minutos después.
Sus olas, de hasta 20 metros, se cobraron casi 19.000 vidas, dejaron a cientos de miles de damnificados sin hogar y golpearon la central de Fukushima, dañando los reactores 1, 2 y 3 y provocando varios incendios en el 4. En los días posteriores, y debido al aumento de las temperaturas por el fallo de los sistemas eléctricos de refrigeración, los tres primeros reactores se fundieron total o parcialmente y sufrieron explosiones de hidrógeno por la alta presión que agrietaron las vasijas de contención, reventaron los muros de los edificios y expusieron los núcleos al aire libre, provocando fugas radiactivas que liberaron gran cantidad de yodo y cesio tóxicos a la atmósfera.
Junto a otras 160.000 personas que vivían alrededor de la central, el ingeniero Monma fue evacuado de su casa en Miyakoji, a 17 kilómetros de la planta, y se marchó con su hijo a Koriyama, la mayor ciudad de la prefectura de Fukushima. Pero su jefe lo llamó para que regresara a la planta y ayudara a controlar las fugas radiactivas, que estaban provocando ya el mayor desastre atómico desde la explosión de la central ucraniana de Chernóbil en 1986.
«Esos días solo había unas 20 o 30 personas, gente con conocimientos, tratando de estabilizar la planta», explica a ABC refiriéndose a los «Héroes de Fukushima», el reducido grupo de ingenieros y bomberos que permaneció en la central mientras Japón se acercaba al precipicio de un cataclismo atómico. Ataviado con un fantasmagórico traje especial contra la radiación, Monma era uno de esos héroes que, como si fueran «kamikazes», se jugaban el tipo contra un enemigo que no podían ver ni tocar, pero que estaba ahí amenazándoles la salud.
«Quiero creer que la radiación que he sufrido no me afectará, pero eso no se sabe», reconoce el ingeniero, que tiene 65 años y debería haberse jubilado ya. Pero la empresa eléctrica que gestiona la planta, Tepco, le pidió que siguiera trabajando y él no dudó en aceptar. «Aunque mi familia está preocupada, siento la obligación moral de continuar allí para solucionar este problema», razona revelando el fuerte compromiso profesional nipón.
Como responsable de los aparatos de refrigeración y filtrado del agua radiactiva, Monma conoce bien los problemas de la central nuclear de Fukushima, donde trabajan 7.000 operarios tratando de controlar sus fugas radiactivas y descontaminarla. «La situación no va demasiado bien porque necesitamos más personal», admite el ingeniero. A su juicio, compartido por la mayoría de los expertos, «la mayor dificultad es limpiar las 400 toneladas de agua que cada día se vierten para enfriar los reactores, que se contaminan de radiación y deben ser almacenadas en unos depósitos donde nos estamos quedando sin espacio».
Además, según cuenta, «no se sabe realmente lo que ocurre porque nadie ha podido entrar en los reactores fundidos por su alta radiactividad, por lo que solo podemos mantenerlos fríos». Con una sonrisa desengañada por la impotencia, tampoco es capaz de decir cuánto durará el problema.
Aunque Monma reconoce que «pudo haber fallos de seguridad en Fukushima», también matiza que «nadie se esperaba un tsunami tan grande». En su opinión, «si las plantas nucleares hubieran sido construidas más seguras y en otros lugares, no tendríamos problemas, pero en Japón hemos dependido demasiado de la energía atómica».
Desde abril del año pasado, el ingeniero puede vivir en su casa de Miyakoji. Aunque este pueblo se sitúa dentro de los 20 kilómetros evacuados alrededor de la central de Fukushima 1, las autoridades permitieron el regreso de sus habitantes por sus bajos niveles de radiactividad. Tal y como marca un contador, la radiación aquí está en torno a 0,17 «microsieverts» por hora. Aunque dicha dosis supera el límite anual recomendado, que es de 1.000 «microsieverts», se halla muy por debajo de los 100.000 «microsieverts» a partir de los cuales aumentan las posibilidades de sufrir un cáncer. «En realidad no es seguro vivir aquí, pero no me importa porque trabajo allí», señala refiriéndose a la central de Fukushima. Sin embargo, advierte, «no dejo que mis seis nietos, que tienen entre 6 y 16 años, vengan aquí».