El mundo de las peleas de gallos gana adeptos en Canarias
En las Islas no existen las apuestas y crían una raza condenada a la extinción, aseguran
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Sábado 21 de febrero de 2015, cinco y media de la tarde. Un centenar de personas se reúne en la gallera López Socas de Las Palmas para ver el enfrentamiento de Los Llanos de Telde contra la Unión Gallística Gáldar, por un lado, y de Telde-Las Palmas contra Amigos del Sur. De repente, gritos y aplausos, seguidos de pitidos constantes. Se dirigen a la mesa de jueces, para que detenga la pelea entre un pinto de finca Las Longueras, que está claro que lleva las de perder contra el colorado de la sureña finca Casa Santa. Pocos segundos después, el casteador del gallo pinto interrumpe el combate al coger con sus manos el gallo ganador y entregárselo a su equipo, en señal de reconocimiento.
«¿Ve? Aquí no se busca la muerte del animal. Cuando está clara la derrota, se suspende la pelea», explica José Luis Martín, presidente de la Federación Gallística Canaria, sentado en la grada de este recinto, un terrero de lucha canaria que es a la vez gallera, honrando el deseo del que donó la propiedad, aficionado a esta actividad. Sus cultores no salen de su sorpresa al ver cómo la nueva reforma del Código Penal, a instancias de Esquerra Republicana de Cataluña, estuvo a punto de poner en pie de igualdad las peleas de gallos con la zoofilia. «Es un completo disparate. No hay nada en común, lo que pasa es que hay gente que lo ve desde fuera y no conoce nada de este mundo. Aquí no hay crueldad, solo se trata de animales que nacen con ese instinto, es un combatiente nato», apunta Nicolás Lezcano, periodista especializado en gallos, que «aunque parezca contradictorio», se reconoce a la vez antitaurino.
Aunque parecen estar relegados a una especie de clandestinidad, lo cierto es que las peleas de gallos están muy vivas en el Archipiélago. La Federación ha visto incluso crecer notablemente esta actividad en los últimos años, a la luz de una mayor organización y colaboración entre las islas a la hora de organizar las temporadas, que se extienden de enero a junio, para respetar los ciclos vitales de estas aves, ya que durante la muda de plumaje rehúsan la pelea.
El peso de la tradición
«Mi familia lleva siglos con los gallos finos. Ya van varias generaciones en esto y somos conscientes, como todos en este ambiente, de que si no los hubiésemos criado y cuidado ya se habrían extinguido, porque no son comercialmente explotables», dice Salvador Dorta, un casteador de Garachico (Tenerife), que insiste en rechazar la idea de crueldad. «Solo los hacemos competir bajo determinadas reglas, que impiden que la lucha continúe cuando es despareja, precisamente, para preservar al animal», añade.
Existe una gran diferencia entre la riña de gallos en Canarias y las del resto del mundo: aquí no hay apuestas. Tal y como ha podido comprobar este periódico, no se mueve dinero alrededor de cada enfrentamiento, solo se otorgan puntos para la liga insular y se financian con las aportaciones de los propios participantes. «Ni siquiera existe el negocio: en mi vida he vendido un gallo; regalar sí», relata Dorta. «Aquí las apuestas no importan. Es la satisfacción de crear un buen animal de combate, no hay mejor pago que ese», señala Lezcano, que sí sabe de otros sitios donde el dinero en juego lleva a maltratar a los animales. Ya con una mirada reflexiva, José Luis Martín puntualiza: «Esto no es como el fútbol, donde sí hay apuestas y el estado se lleva su parte. Quizás por eso es que nos quieren perseguir».
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