La misteriosa millonaria que legó su fortuna a sus paisanos

Virginia Pérez Buendía dejó sus tierras y ahorros a los niños de Valverde de Júcar para que sigan sus estudios

La misteriosa millonaria que legó su fortuna a sus paisanos cedida por jorge carrizosa

isabel pacheco

No le gustaban las fotos. Siempre huía de las cámaras. Tal vez por eso Virginia Pérez Buendía guardó durante décadas su secreto. Quizá imaginaba que dar a conocer el futuro de su fortuna en vida causaría un gran revuelo mediático, como así ha sido. Su herencia, que podría sumar varios millones de euros, dedicada a garantizar el futuro de los niños de su pueblo ha puesto en el mapa a Valverde de Júcar, un pequeño pueblo de la provincia de Cuenca de cerca de 1.200 habitantes en el que no se habla de otra cosa estos días.

La imagen de doña Virginia, o «la Virginia» como la llamaban en el pueblo, la guardan en su memoria sólo quienes la conocían o la vieron alguna vez. Era alta para su época. Solía cubrirse la cabeza con un pañuelo. A veces llevaba el pelo recogido. Era castaña. Nunca usó tintes. Con los años, sólo se le venían las canas. Llevaba ropas pardas, vestidos anchos, sin modas, cuenta a ABC Jorge Carrizosa, un familiar lejano que regenta la casa rural «La Granja de Gil», en Valverde.

La describe como muy ahorradora y «peculiar», al no querer cuentas con nadie. Apenas intercambiaba alguna palabra con los vecinos. Aunque era «muy independiente y solitaria» siempre fue correcta y educada, coinciden en señalar los que la conocieron.

Bien relacionada

Virginia era la única mujer de cuatro hermanos. Nunca se le conoció pareja ni pretendiente, «aunque podría haber tenido al que

hubiera querido». Tampoco a dos de sus hermanos, Abelino y Juan; este último fue alcalde en la década de los 60. Muy bien relacionado entre la sociedad madrileña dicen que conocía a Fabiola, la que fue la reina de los belgas. Él fue el que redactó su testamento en 1983. Ella lo ratificó a sus 54 años. Nunca tuvo hijos. «La madre nunca quiso que se casaran», coinciden en señalar sus más próximos.

 Acostumbraba a ir en coche. Le gustaban los clásicos, igual que a su hermano. La veían con un Suzuki descapotable de color rojo y un viejo y sucio Land Rover. Condujo hasta el final de sus días. Se desplazaba así hasta su finca «Valdecarretas» entre Hontecillas y Olmedilla, para dar algún vistazo al campo, su gran pasión. Allí se ha celebrado algún encuentro de coches antiguos. Desde hace seis años se encarga de ella Raúl Bautista. Explica a este periódico que la última vez que la vio fue el 21 de septiembre. Se acuerda bien. Le dijo que volvería unos días para después pasar un invierno más en su casa Madrid.

La llamó varias veces pero nunca contestaba. «Era muy amable, muy buena persona», dice este agricultor que trabaja 85 hectáreas entre girasol, olivos y cebada. Relata que el portero del edificio en el que vivía, una casa señorial en la calle Marqués de Cubas, muy cerca de la Carrera de San Jerónimo, dio la voz de alarma.

Llevaba muerta varias semanas. La casa sigue precintada por orden judicial, mientras se investigan las causas de su muerte, aunque todo apunta a un infarto fulminante. Virginia murió sola a los 86 años. «Siempre le dijimos que buscara alguna criada para que le hiciera compañía. Se lo podía permitir», señalan Alberto y su mujer, que han vivido casi puerta con puerta. Deja un patrimonio que suma tierras de labor, acciones en banca y dinero a plazo fijo.

Panteón sin flores

Doña Virginia fue adinerada desde la cuna. Sus padres hicieron dinero en el campo y luego montaron una fábrica de harina. Tuvieron contratada a mucha gente. «Eran buenos pagadores». En noviembre la enterraron en el panteón familiar bajo el mármol, un Cristo y un ángel. Dispuso a su administrador que la caja fuera de madera y que le llevaran sólo un ramo de flores blancas. Así fue.

A su despedida no fueron muchos. Unos pocos vecinos, calcula Arsenio Triguero, el párroco, uno de los albaceas testamentarios

junto al juez de paz y el alcalde. Todos siguen asombrados de la herencia que ha dejado doña Virginia y por el eco que sus últimos deseos han tenido. «Ha demostrado su gran corazón», insiste en reiterar cada vez que le preguntan el alcalde, Pedro Esteso, quien atiende sin descanso todas las visitas de la prensa a su pueblo. Hasta del Herald Tribune.

«Nunca tuvo hijos y por eso llama la atención que dejara todo a los chicos de su pueblo», destacada el regidor. «Sabía de lo importante que es garantizar su futuro con la educación». Durante años se ha especulado con la posibilidad de que pudiera dejar su dinero a alguna orden religiosa o entidad benéfica de ayuda a los animales.

A ella la educaron en un buen colegio de Valencia, ciudad que solía visitar con frecuencia. Por eso, dispuso que toda su herencia se gestionara a través de la Fundación Pérez Buendía. La misión que hay por delante es financiar becas de estudios a los hijos de familias con menos recursos, que sean «naturales y vecinos de Valverde de Júcar». Es uno de los requisitos. En el colegio público «Nuestra Señora del Espírito Santo» estudian un centenar de alumnos. Cerca de setenta u ochenta fuera del municipio. En el IES de Valera o en la universidad.

El domicilio de la Fundación se establecerá en uno de los inmuebles de la testadora, que ahora el Ayuntamiento quiere convertir en una casa museo para dar a conocer la historia de la familia. También plantean poner su nombre a un parque próximo a su casa y a la fábrica de harinas familiar, la única que sigue en pie. En verano le harán un homenaje. Por doña Virginia, por su buena obra. Descanse en paz.

La misteriosa millonaria que legó su fortuna a sus paisanos

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