«El cáncer es una valla que la vida te obliga a saltar»
Eduardo tiene 30 años y lleva dos luchando contra un Linfoma no Hodgkin. Su eterna sonrisa y su optimismo le han acompañado durante dos largos procesos de quimioterapia, una recaída y un trasplante de médula
Llega sonriente. En realidad, nunca ha perdido la sonrisa. «Y la verdad es que a lo largo de todos estos meses tampoco he llorado nunca», reconoce Eduardo, nombre ficticio de este joven de 30 años a quien el destino quiso que se cruzara en su vida el cáncer . Él no se considera un héroe. De ahí que prefiera mantener el anonimato en esta entrevista. Él, como muchos otros, dice que tan solo ha saltado la valla que la vida ha decidido ponerle como obstáculo en su camino. Solo que esa valla tenía nombre propio: Linfoma no Hodgkin. «Sí o sí hay que saltarla. O, al menos, intentarlo», dice. Y él ha saltado ya dos veces.
En el 2012, la vida de Edu cambió totalmente. El trabajo, las chicas, los padres, las salidas con los amigos… Todo lo habitual que compone la vida de un chico de 28 años se trastocó cuando, de repente, notó cómo le empezaron a salir unos bultos en el cuello. «No eran dolorosos pero sí molestos, especialmente para dormir», recuerda. Empezó así su particular batalla.
El linfoma no Hodgkin es un tipo de cáncer que, inicialmente, no presenta síntomas hasta que bultos no dolorosos aparecen en cuello, ingles o axilas, tal y como indica la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC). Además, los pacientes pueden tener otros síntomas más generales y no exclusivos de un cáncer como fiebre, sudores, cansancio, pérdida involuntaria de peso o erupción de manchas en la piel.
«Los días más duros fueron los momentos previos al diagnóstico», recuerda Eduardo. «Las pruebas que te hacen, las posibles enfermedades que barajan los médicos… Para mí, fue lo peor». Además de sus palpables bultos, Eduardo había pasado de los 85 kg a los 73 kg y tenía sudores.
El resultado de una biopsia confirmó el peor presagio. «Aunque he de reconocer que yo nunca relacioné linfoma con cáncer», asegura. Fue su familia quien le dio la noticia. «Mi hermana», recuerda. «Ella también se lo dijo a mis padres. Creo que eso fue lo más duro. Cuando llegué a casa de trabajar y vi a todos allí… Mi padre dando paseos sin saber muy bien qué hacer y mi madre llorando desconsoladamente. Ellos lo pasan mucho peor que tú porque te ven y no pueden hacer nada». Tenía Linfoma no Hodgkin en estadio II.
Sesiones de quimioterapia
Este tipo de cáncer se trata con quimioterapia y a veces, depende de los casos, se combina con la radioterapia. «Es muy desagradable», recuerda Eduardo. «Siempre terminaba vomitando». Su aspecto físico cambió. Pero no su sonrisa.
En julio de 2013 le dieron el alta, pero pasado el verano, al acudir a una revisión, recayó. «Fue un momento muy duro», dice. «Ningún enfermo de cáncer piensa, en un principio, que va a estar en tratamiento un año o dos. Los médicos te dicen siempre que van a ser unos meses», recuerda con una ligera sonrisa la mentira piadosa de los profesionales.
Tras el fracaso de la primera quimioterapia (ABVD), comenzó entonces con un nuevo tratamiento (GemOx). «Pasaba una semana ingresado en el hospital y dos en casa. Así estuve durante diez meses», explica. «Funcionó -continúa- pero no del todo. Al hacerme las pruebas, vieron que aún tenía tumores más acuosos y fáciles de erradicar así que la hematóloga optó por el trasplante de médula », recuerda. En su caso fue autotrasplante el pasado verano.
La familia: su pilar
«Ahora, lo malo son las revisiones. Cada una de ellas es un susto y me voy a asustar durante los próximos diez o quince años de mi vida porque aún me quedan por delante muchas revisiones», cuenta. Pero, aun así, afronta con mucho optimismo sus futuras citas médicas.
«La verdad es que estoy mejor que el año antes de que me diagnosticaran la enfermedad», afirma. «Por entonces, como le pasaba a mucha gente, estaba preocupado por el trabajo, en el que no estaba contento; con los amigos, que ya sabes que hay épocas en las que te llevas mejor con unos o con otros… Y ahora sé qué me hace feliz en la vida».
Y una de esas cosas es su familia. A lo largo de todo este proceso ha visto cómo su gente lo ha dado todo por él. «Yo ya sabía que tenía una familia de diez pero ahora más que nunca lo sé». Y sus amigos, los de verdad, han estado -y están- con él en todo momento. «Solo un 10% no supera la enfermedad. Y yo, al final, me iría pero ¿qué pasaría entonces con mis padres? ¿Con mi familia?».
Por ellos y por él no se ha venido abajo casi nunca. «Hay que ser optimista y armarse de paciencia. Es una valla que hay que saltar. ¿Por qué no?», se pregunta con su eterna sonrisa. Esa que ni un maldito linfoma ha conseguido arrebatar.
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