Enemigos inseparables
Antes de la conversión, San Ignacio de Loyola luchó contra los hermanos de San Francisco de Javier
Los primeros años del pontificado del Papa Francisco se están caracterizando por su carácter comprensivo y conciliador. Un carácter que le viene de casta pues ha definido la orden jesuítica desde sus propios fundadores, San Ignacio de Loyola y San Francisco de Javier.
El primer encuentro entre San Ignacio de Loyola y San Francisco de Javier en la Universidad de la Sorbona de París no fue precisamente amistoso. Sin embargo, aquel rechazo inicial se convirtió con paso de los años en un amor fraternal esencial para la exitosa labor de los Jesuitas.
Corría el año 1521 cuando Íñigo López de Loyola (Ignacio de Loyola), capitán del ejército castellano, se encontraba defendiendo Pamplona de un intento de conquista por parte del ejército navarro-francés que se había retirado a la Navarra del otro lado de los Pirineos tras la anexión a Castilla de la Navarra del sur de la cordillera. En ese ejército, encabezado por el duque de Foix, luchaban Miguel y Juan de Jaso, hermanos mayores de Francisco de Jaso (Francisco de Javier).
Incluso, tras la derrota de los navarro-franceses, la familia de San Francisco de Javier, cuyo padre llegó a presidir el Real Consejo de Navarra, fue desposeída de las propiedades, el castillo destruido. Así pues, cuando San Francisco de Javier fue a París, dejó a una familia humillada, arruinada y en el exilio de la localidad de Azpilicueta, de donde era originaria la madre.
Enemigo frente a amigo
En ese primer encuentro en París, en septiembre de 1529, San Francisco de Javier era conocedor del pasado militar de San Ignacio de Loyola, por lo que no dejaba de ser su enemigo. Sin embargo, la conversión de San Ignacio de Loyola, quien resultó gravemente herido el 20 de mayo de 1521 en la batalla de Pamplona y su personalidad arrolladora hizo que, poco a poco, ambos personajes se fueran conociendo mejor y acercando.
Dicen que resultó demoledora la frase que dirigió San Ignacio de Loyola a San Francisco Javier al preguntarle: «De qué te sirve ganar el mundo si terminas perdiendo tu alma».
Reconocida por el Papa Paulo III
Esa frase fue definitiva para que los dos santos estrecharan lazos y, junto con otros cinco amigos más de la Sorbona, Pedro Fabro, con quien compartían habitación, y Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadill, Simão Rodrigues, que llegaron a París en 1533, prometieron en la capilla del Martirio de Montmartre el día de la Asunción de 1534 los votos de pobreza, castidad y viajar a Tierra Santa, que fue el origen de la orden de la Compañía de Jesús por los siete amigos y tres franceses, Claudio Jayo, Juan Coduri y Pascasio Broët, que se incluyeron en el grupo posteriormente.
Los Jesuitas, con los amigos ya inseparables espiritualmente, Ignacio de Loyola y Francisco de Javier, a la cabeza, fue reconocida por el Papa Paulo III el 27 de septiembre de 1540.
El actual Papa Francisco es el primer pontífice de esta orden religiosa.