el virus, en españa

A 50 grados y sin un gesto en la cara: estas son las sensaciones bajo el traje antiébola

El protocolo establece un máximo de 147 minutos para cada trabajo en área contaminada. En África, se rebaja a 40 minutos

A 50 grados y sin un gesto en la cara: estas son las sensaciones bajo el traje antiébola vídeo: alfonso fernández moreno /fotos: josé ramón ladra

ÉRIKA MONTAÑÉS

Se soportan temperaturas oscilantes entre los 40 y los 50 grados debajo de los siete elementos que componen el traje Tychem-C, el de color amarillo homologado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para el aislamiento y protección en un área sanitaria frente al virus del Ébola. Es usual «sufrir un episodio de estrés térmico» una vez metido en sus fauces, inquiere Armando Ramos, responsable de la empresa proveedora en España, Ramos STS. Tanto es el «sofoco» que se padece bajo el capuz, el gorro, las gafas, la mascarilla, el buzo, los dos pares de guantes, la cinta de sellado y los cubrebotas que el protocolo certificado para que no haya complicaciones cardiorrespiratorias establece un máximo para cada actuación de 147 minutos. En los países donde acecha la epidemia, como Sierra Leona y Liberia, con mayor humedad, el tiempo medio consumido por los militares y personal de organizaciones como Médicos Sin Fronteras (MSF) fija el listón en 40 minutos por trabajo.

Cada enfermo requiere de 100 equipos para 100 intervenciones diarias

El material del que están hechos estos trajes, que la empresa de Villaverde (Madrid) Ramos STS adquiere a Dupont Neumors en Ginebra y cuyo tejido, politinelo de alta densidad, proviene de Luxemburgo, es «hidrorepelente, antiestático, hipoalérgico» y, cuando se carboniza, se convierte en una pavesa de cinco centímetros. Porque ése es el único destino de un traje antiébola, el de morir con calor, que deviene en la única fórmula infalible para matar al agente patógeno. Cada paciente, como la auxiliar Teresa Romero en Alcorcón, requiere de cien intervenciones diarias, con sus cien equipamientos, que deben incinerarse tras cada uso para evitar la contaminación.

Con la guía instructora de Armando Ramos, ABC vivió el procedimiento preceptivo para la colocación y retirada del traje que tantos titulares ha protagonizado esta semana. Que si el traje es corto o deja escapar el aire por las mangas -es una tesitura poco probable, ya que existen seis tallas, de la S a la XXXL, suministradas a la Consejería de Sanidad de Madrid para el abordaje-, que si el buzo se desinfecta -no se puede reciclar o reutilizar en ningún caso-, que si requiere o no de un máster para su puesta -en EE.UU. se supera un curso de tres días y MSF entrena dos semanas antes de dejar a sus miembros penetrar en un área de riesgo-... «Es cuestión de método», aglutina Ramos. Al militar acostumbrado a emplear esta vestimenta no le lleva ni seis minutos ponerse el kit completo y unos quince quitárselo. Al neófito le lleva más del doble la sola colocación.

Pero es el desvestido el proceso realmente complicado, la madre del cordero. Hay que extremar el cuidado: hace falta haber adquirido el «hábito» -dice el empresario madrileño- y nace como por instinto el sencillo gesto de tocarse la cara o subirse las gafas por la pantalla y no por la goma. Un ademán categóricamente prohibido en el protocolo del ébola. Teresa confesó haberlo hecho.

A 50 grados y sin un gesto en la cara: estas son las sensaciones bajo el traje antiébola

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