la amenaza del ébola
Caridad y prudencia
Esa manera de sustentar la caridad es una exigencia en beneficio de la salud colectiva
Esa mano que sale puede ser la de un enfermo de ébola, y esa prudencia del donante que, en circunstancias normales parecería una mezcla de generosidad y desprecio, representa un acto de valentía inusitado, porque la enfermedad se transmite por la saliva, por el sudor, por la sangre, es decir, por el mero contacto, y pervive cuando el enfermo es ya un cadáver, porque los muertos por ébola pueden continuar segando vidas.
No es lo mismo acortar los años de nuestra existencia abusando del tabaco y del alcohol, tratar a nuestras frágiles arterias como si fueran de cobre, añadiéndoles exceso de grasas, y acumulándolas con un sedentarismo tan confortable como peligroso –del sillón del despacho al asiento del coche, del asiento del coche al sofá de casa frente al televisor–; no, no es lo mismo que situarse en el borde de un alto peligro real y constatado. Por si fuera poco hay un ancestro cultural, cosido a nuestros conocimientos, cuando las epidemias se asociaban a los castigos divinos, plagas que señalaban la indignación de los dioses.
¿Los ritos funerarios africanos y asiáticos relacionados con la incineración tienen algo que ver con las epidemias? No sería la primera vez que una causa sanitaria produce un efecto religioso, y ya sabemos que la prohibición musulmana de comer carne fue providencial para evitar que se extendiera, en una determinada época, la triquinosis. Pero, más allá de esa aureola apocalíptica, la realidad científica y racional evidencia un riesgo inminente, donde la aprensión es un deber y el recelo una necesidad. Ese escrúpulo de la mano tendida, sin siquiera mirar al donado, es un obligado compromiso en defensa de los que están fuera del apartamento. Esa manera de sustentar la caridad es una exigencia en beneficio de la salud colectiva.
Y viendo esta fotografía, y observando el mecanismo de entrega, no podemos dejar de pensar en nuestros soldados, en nuestros misioneros, en nuestros médicos que, cada día, aportan su esfuerzo para evitar que el mal se extienda, y protegen nuestra salud con el riesgo evidente de la suya. Pregúntate si permitirías que tu hijo fuera el que proporciona la bolsa de comida, y, tras responder, no seas tacaño en admirar a tanta gente anónima que se expone por todos nosotros.
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