Francisco Robles - NO DO
Simplemente María
Este periódico y esa mujer han marcado la vida del que escribe. Esa mujer es la abuela de mis hijos. Y se llama María
CUANDO ABC nació, ella ya estaba aquí. El periódico de la ciudad vio la primera luz en la mañana del 12 de octubre de 1929: la fecha no puede ser más honda ni más simbólica. Ella nació aquel mismo año de la Exposición, en enero. Sufrió los rigores de la guerra y la posguerra, el fantasma del hambre y la escasez. Siempre se quedó con las ganas de seguir acudiendo a aquella escuela donde aprendió las primeras letras. Tuvo que ponerse a trabajar cuando aún era una niña. Y hasta hoy. Tiene ochenta y seis años. Los mismos que este periódico.
Si ABC tiene una salud envidiable, como dijo Álvaro Ybarra en el Ateneo que preside un médico tan humano como humanista, a ella le pasa lo mismo. Se queja de los achaques, pero no le falta lo más importante: las ganas de vivir. Pertenece a esa generación de mujeres que se tragaron, enteros y plenos, aquellos años de penuria. ¿Crisis? ¿Quién ha dicho que vivimos la peor crisis económica que se recuerda? Que se lo pregunten a esas mujeres que hacía encajes de bolillos para alimentar a una familia con cuatro perras, a las que mantenían la habitación de la casa de vecinos como los chorros del oro. A ellas le debemos tanto, que jamás podremos saldar esa deuda. Nunca.
Con el ABC pasa tres cuartos de lo mismo. Está tan ligado a nuestra vida que es imposible separarlo de ella. Cuando nacimos, el ABC ya estaba ahí. En las manos del padre, que lo leía en esa casa que ya no existe. Han pasado los años, las edades del hombre, la infancia inocente y la adolescencia bullidora, la rebeldía de la juventud. Nos miramos al espejo y vemos al padre que nos mandaba a comprar el ABC. No somos los mismos, ni nosotros ni la ciudad. Pero las tres letras que marcan el arranque del alfabeto, las mismas que aprendimos en brazos de aquel abuelo que perdimos demasiado pronto, siguen ahí. Siguen aquí.
Será el otoño. Serán los hilvanes de la lluvia y la nostalgia. Será el paso del tiempo, que nos hace y nos deshace. Será el recuerdo del poeta que nos enseñó, en Ocnos, la ciudad que seguimos soñando a pesar de todo. El poeta que murió tal mañana como la de ayer, hace exactamente los mismos años que lleva en el taco de su almanaque interior quien firma este Nodo. Será que nos hacemos viejos sin saberlo. Pero en esta mañana de noviembre no podíamos escribir de otro asunto.
Este periódico y esa mujer han marcado la vida del que escribe. Uno siempre llega tarde a los sitios importantes, a los momentos decisivos. Uno empezó a tejer las naderías de este Nodo cuando su padre ya no podía leerlo. Por eso no quiero que se vaya la ocasión. Hay que coger los trenes aunque se hayan marchado de la estación de San Bernardo. Esa mujer es la madre del amor de mi vida. Esa mujer crió a dos niños que llevan la misma sangre de quien hoy escribe con la tinta del corazón. Esa mujer es la abuela de mis hijos. Y se llama María.