Francisco Robles - NO DO
Guzmán de Almensilla
La picaresca es el género que mejor nos define. Este Dioni es el Lazarillo que cambió el Tormes por el Guadalquivir
Este Dioni de Almensilla que ha regresado desde las Indias no es más que una nueva secuela de los pícaros que le dieron lustre a la novela española de los Siglos de Oro. El Guzmán de Aljarafe, obra cumbre del género, salió de la pluma de Mateo Alemán, redactor de las Reglas de su hermandad: El Silencio. La primera parte de la novela se publicó en 1599, cuando veía la luz de la ciudad y del mundo un niño que después la clavaría en sus lienzos: Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. La segunda parte salió de imprenta en 1604, el año en que el cardenal Niño de Guevera instauró eso que sigue obsesionando al sevillano rancio hasta el extremo de provocar neurosis horarias e itinerarias: la carrera oficial.
La picaresca es el género que mejor nos define desde entonces. Este Dioni de Almensilla es el Lazarillo que cambió el Tormes por el Guadalquivir. Aquel niño mal nutrido y abandonado por su propia madre, maltratado por el ciego y sometido al ayuno continuo por el avaro clérigo, tenía que sobrevivir como fuese. Robaba para comer. Y al final de su vida se dedicó a vender vinos como el Dioni de Almensilla montó un negocio de aceites. Vino y aceite son los líquidos que definen nuestra cultura. Hilos que van tejiéndose desde el Renacimiento hasta esta posmodernidad donde todo vale con tal de ser rico. Apropiación indebida se le llama ahora al mangazo, a la sangría de la ajena faltriquera. Cosas del eufemismo contemporáneo, de esa funesta manía que consiste en maquillar la realidad con los afeites del lenguaje.
Este Guzmán del Aljarafe se aprovechó de los dineros ajenos y obró el milagro de convertir los cables en aceite. No se pudieron construir alcantarillados porque se lo llevó calentito al Caribe, como aquel Curro del anuncio. Alcantarillas y cloacas. ¿Lo ven? La realidad siempre imita al arte de la alegoría barroca. Y por más que nos creamos hijos del siglo XXI, con la revolución tecnológica a cuestas, seguimos siendo los mismos. Nietos del XVI. Divididos en dos clases. Los que mangan y los que sufrimos el mangazo. Rinconetes y Cortadillos sin cidra se dan cita cada mañana en despachos donde se cuece el caldo gordo de la sisa. A su favor cuentan con la lentitud de aquellas covachuelas que estaban en la Audiencia de la plaza de San Francisco y que hoy se han trasladado al Prado o a Viapol. Juzgados al ralentí. No hay mejor aliado para quien pretende vivir al sol caribeño, algo que ya soñaban los pícaros de hace medio milenio cuando huían a las Indias.
El conocimiento de la Historia con mayúscula, la que ningunean los logsianos y los defensores del desconocimiento y de la desmemoria porque todo está en la red, es lo que tiene. Que al final uno no se sorprende de nada porque todo ha sucedido ya. Nihil novum sub sole. Nada nuevo bajo este sol que no pudo quemar el pavimento de la plaza del Pan durante las tres horas que duraron los toldos puestos. Panes que soñaba Lázaro con el estómago vacío. El Guzmán de Almensilla no se conformaba con eso. Entre los pícaros siempre hubo clases...