Francisco Robles - NO DO

El alma de la ciudad

¿Es normal que haya tantos comercios franquiciados en una ciudad con tanta historia? ¿Así queremos que vengan turistas?

FRANCISCO 
ROBLES

No lo dice uno de esos sevillanos que tienen que sufrir —más bien ignorar— los apelativos que le endosan los «modelnitos» del abrigo negro y la pose impostada que deja su teórica superioridad intelectual en la ficción del postureo. No lo afirma uno de esos capillitas que hacen bien en reírse de ellos mismos —señal de inteligencia— cuando se denominan como rancios sin complejos. No lo pregona ningún escritor costumbrista ni ningún divagador por la ciudad de la gracia que busca sus esencias en la idealización que lleva a cabo para huir de la vulgar realidad que nos rodea. Lo suelta, de una forma natural y convincente, una profesora de inglés que nació en una ciudad cuyo nombre haría las delicias de un cofrade si pudiera ponerla en su partida de nacimiento: El Paso. Esta norteamericana lúcida y transparente nos lo dice con voz suave pero firme. Casi como un reproche. Y nos da el artículo medio hecho. «Estáis vendiendo el alma de la ciudad».

Mientras nosotros debatimos continuamente si Sevilla tiene alma o no, mientras los «modelnitos» niegan esa posibilidad para parecer más progres, mientras los rapsodas usan y abusan de ese concepto para perpetrar ripios recalcitrantes, esa profesora norteamericana lo dice de forma certera y convincente. Estamos vendiendo el alma de la ciudad con tanta franquicia. ¿Es normal que haya tantos comercios franquiciados en una ciudad con tanta historia? ¿Así queremos que vengan turistas? ¿No nos damos cuenta de que ofrecemos el mismo café, el mismo helado, el mismo yogur, el mismo donuts que cualquier ciudad provinciana del mundo? Y la pregunta del millón: ¿qué se puede hacer para frenar esa venta al por mayor?

La respuesta tal vez esté en esos templos que abrirán sus puertas durante este fin de semana de diciembre para celebrar uno de los días más hondos de la ciudad. Más allá del presente se extiende el futuro que aquí tiene nombre de barrio: el Porvenir. El ser humano necesita trascenderse a sí mismo, explicarse qué pasa más allá del último suspiro, alumbrar la tiniebla que nos espera de forma paciente e inevitable. Esa necesidad, esa luz, esa manera de afrontar el tiempo que está por llegar tiene nombre propio. Nombre femenino, como el de la ciudad. Nombre de mujer y de Mujer. Nombre de madre y de la Madre. Esa luz que ilumina la noche que no tiene alba se llama, en Sevilla, como la Muchacha que ya ha tocado el suelo húmedo y frío de diciembre.

Es posible que ahí esté el alma de Sevilla, si es que al final existe ese espíritu que buscaron Izquierdo y Cernuda, Chaves Nogales y Romero Murube, Laffón y Montesinos. El alma de Sevilla se parece demasiado a esa mano tendida, a esa mirada abierta, a esos ojos que lloran y a esos labios que apuntan una sonrisa leve como carne de niño, a ese dolor que se mezcla con la alegría. Cuando pisamos el umbral de la basílica o de la capilla, cuando cruzamos el arco o el puente, sentimos en el alma esa serenidad que imprime la imagen cuyo nombre se adivina en la belleza de su hechura. El nombre conseguido de los nombres: Esperanza.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación