Francisco Robles - NO DO
Un alcalde en condiciones
Manuel del Valle Arévalo conserva ese sentido de la orientación que es el humor inteligente
En aquel tiempo se hacían cosas. En aquel tiempo las cosas iban más allá de los planes, los metaplanes y los rataplanes. Los proyectos no se quedaban guardados en un cajón después de airearlos en suntuosas y untuosas ruedas de prensa, huecas como el aire que se cuela entre las costillas de la Canina.
En aquel tiempo se construyó una ronda de circunvalación en dos años. Repetimos: en dos años se hizo la SE-30. Han pasado veinticinco tacos y ahí sigue la SE-40. Pedacito a pedacito, como los cartuchos para tiesos que despachaban en las freidurías antiguas. En aquel tiempo se terminó con el famoso dogal ferroviario que dividía la ciudad en dos y nos obligaba a soportar interminables colas en los puentes que unían a las dos Sevillas separadas por el ferrocarril, vulgo las vías del tren. Hasta una cofradía tenía que esperar el tránsito del ferrobús en un paso a nivel con barreras que nada tenían que ver con las de la plaza de los toros.
En aquel tiempo había un alcalde serio, que no malaje. El alcalde con más sentido del humor que ha tenido la ciudad. Guasa finísima. Retranca sutil no apta para miarmeros ni palmeros. Sonrisa apenas apuntada y seriedad al estilo de un Romero Murube. Humor británico, chaqué delante del palio de la Hiniesta o en el Santo Entierro, que era lo suyo. Aquel alcalde hizo en ocho años infinitamente más que uno que anduvo por allí una docena de años y que presume, encima, de haber cambiado la ciudad después de haber construido un tranvía de juguete, unas setas inútiles y una Alameda de paseo marítimo. Anda que si hubiera hecho Santa Justa, el nuevo aeropuerto, la Ronda del Tamarguillo, unos cuantos puentes sobre el río recuperado y la urbanización de la Isla de la Cartuja, cualquiera lo aguanta…
Aquel alcalde se llama Manuel del Valle Arévalo y conserva ese sentido de la orientación que es el humor inteligente. Cuando uno habla con él se da cuenta del bajón que ha pegado la política en los últimos veinte años. ¿Qué tiene que ver este señor con las tribus que apedrean autobuses, con los que gritan en la calle o en las redes sociales, con los que no tienen otra profesión que vivir de la política y por eso llevan un cuchillo entre los dientes? ¿Qué tiene que ver este PSOE del susanismo ramplón con aquel partido que, con todos los errores cometidos en su día, cambió la ciudad de verdad y no sobre los planos de los planes?
Esto no es un ejercicio de nostalgia, sino la demostración –con hechos objetivos que están a la vista– del estancamiento en el que vive Sevilla. El marasmo que sirve de colchón para el letargo que aqueja a la ciudad se ha instalado para quedarse. En una foto digna de figurar en los anales de la historia de Europa se ve a un alcalde y a un delegado del Gobierno –fondo de banderas, gestos circunspectos reservados a los grandes hitos de la humanidad– que anuncian solemnemente que este año no van a cambiar las vallas durante la Semana Santa. ¡Toma ya! Anda que si hubieran hecho la SE-30 en los dos años que no han servido para cambiar los horarios de la Madrugá.