500 aniversario
Vuelta al mundo: Primus circumdedisti me
Primera vuelta al mundo es una serie de artículos en la que el marino Ignacio Fernández Vial recrea cada sábado el viaje de Magallanes y Elcano

Al día siguiente de su arribada a Sanlúcar de Barrameda , la Victoria inicia el ascenso del Guadalquivir , siendo remolcada por un batel de quince remos, adquirido para esa faena a la viuda del marinero sanluqueño Martín de Goicoechea , que había desaparecido en las Horcadas días antes. El patrón encargado de realizar el remolque, es el también sanluqueño Gaspar García , que después de dos jornadas de duro remar, amarra la gloriosa nave en el muelle sevillano de las Muelas, exactamente en el mismo lugar de donde había partido la Armada del Maluco.
Escalante de Mendoza (1575) nos dice que «desde la Torre del Oro al puerto de Sanlúcar donde surgen las naos, yendo por el río y brazos de él por donde ellas navegan y suelen ir y pasar, hay dieciséis leguas de camino». La legua española utilizada por los cartógrafos españoles del siglo XVI, equivale a 5.555 metros, luego el cauce navegable medía 88,8 kilómetros, 47,5 millas.
Este mismo autor escribe, que «viniendo de Sanlúcar a Sevilla , el mejor (viento) es el sud-sudoeste». Si trasladamos el SSO al trazado del río, podemos ver que entre Sanlúcar y la Isla Menor , la navegación no era excesivamente complicada. Sin embargo, desde la Menor hasta Sevilla había que navegar con muchísimo cuidado, su cauce en ocasiones cambia bruscamente de dirección, lo que provocaba que la nao recibiera el viento del través a proa, en cuyo caso la nave se veía obligada a recoger velas. A partir de ese momento, continuaban remontando el río únicamente gracias al esfuerzo de los remeros. Pero además de ello, en este segundo tramo, los pilotos del río tenían que navegar sin relajar su atención en ningún momento. Veamos por qué. Cuando un pasajero le pregunta a su patrón «cómo en dieciséis leguas (de río) se han perdido y pierden cada día tantas naos», éste le contesta: «hay, señor, en la navegación de este río tres pasos notables, Los Pilares , ya en Sevilla, el Albayle , antes de llegar a Coria , y el Naranjal a cuatro leguas de Sevilla, los cuáles dichos tres pasos son donde más naos se pierden».
Elcano reinicia el regreso a la capital hispalense con el repunte de la marea creciente, lo que le permite que la corriente a favor, los empuje durante ocho horas. Navegan siempre con la luz del día , por ello al ocaso se veían obligados a fondear, y ya de nuevo con sol en alto y cuando la marea comenzaba de nuevo a llenar, reemprendieron el camino.
« El lunes 8 de septiembre (de 1522) echamos anclas junto al muelle de Sevilla y disparamos toda la artillería. El martes saltamos todos a tierra, en camisa y descalzos, con un cirio en la mano, y fuimos a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la de Santa María de la Antigua , como lo habíamos prometido en los momentos de angustia».
Con este acto, emotivo e íntimo para los supervivientes, pero popular y multitudinario para el pueblo hispalense, se da fin a la mayor hazaña que señalan los anales de la historia de la navegación.
Son desembarcados de la nao Victoria, 524 quintales de clavo, envasados en 381 sacos, mercancía que se vende en los mercados castellanos a un precio de 8.680.555 maravedíes. Esto significa que, con el cargamento de un solo navío, la expedición resultó rentable, ya que los beneficios económicos obtenidos sobre el costo total, fue de 346.212 maravedís. Elcano, después de tomarse un breve descanso en la ciudad hispalense, se traslada a Valladolid , a petición del propio Carlos V , para darle cumplida cuenta de su largo viaje.
«Se mandó que fuese luego a la Corte, con algunas personas de las de mayor razón de las que habían venido en la nao, y que llevase todas las escrituras, relaciones y autos del viaje, y mandó (el rey) que los vistiesen y diesen dinero para el camino».
Francisco Albo, Fernando de Bustamante, Antonio Pigafetta, Miguel de Rodas y Martín Méndez , son los afortunados que acompañan a Elcano a Valladolid, llevando con ellos, para presentarlos en la corte, a los indios que habían llegado a bordo de la Victoria, además de algunos de los presentes recogidos en su largo peregrinar. Espadas de la India, pájaros tropicales, muestras de especias (clavo, canela y nuez), palos de sándalo y penachos de plumas de vivos colores, que fueron mostrados y ofrecidos a Su Majestad.
En reconocimiento a su extraordinaria hazaña, Carlos V los premia con una serie de prebendas económicas, concretamente a Juan Sebastián Elcano se le otorgan 500 ducados de pensión vitalicia, y al resto de los tripulantes que le acompañan también se le premia con una asignación de por vida. Además de ello, estos rudos hombres de mar, son armados caballeros y obtienen sus escudos de armas. El que recibe Elcano, estaba formado por un castillo de oro en una mitad del escudo, y en la otra, un campo dorado, con dos palos de canela puestos en aspa, acompañados en los flancos y en la punta, de tres nueces moscadas, y orlado de doce clavos de especiería. Por timbre llevaba un yelmo y sobre él, como cimera, un mundo circundado de una cinta con la leyenda «Primus circumdedisti me» .
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