TRASTORNO POR ATRACÓN
«Vivo para comer y quiero comer para vivir»: el duro testimonio de los comedores compulsivos
Profesores, amas de casa, ejecutivos y todo tipo de profesionales que padecen esta adicción que puede hacerles perder su trabajo, su familia y la vida se reúnen lunes y viernes en la parroquia de San Gonzalo de Sevilla
Uno de cada cuatro sevillanos es obeso , afirma la Sociedad Española de Cardiología (SEC) en un estudio publicado en 2016 según el cual asturianos, gallegos y andaluces liderarían esta clasificación en España. Un porcentaje significativo pero aún no cuantificado de esos 500.000 obesos que viven en Sevilla y su provincia es «comedor compulsivo», una adicción reconocida como enfermedad por la Organización Mundial de la Salud en 2009.
Alberto Aliaga , doctor especialista en endocrinología y nutrición de la clínica Quirón Sagrado Corazón, define este trastorno como «tomar mucha comida en muy poco tiempo y sin hambre al menos una vez por semana, durante tres meses seguidos », aunque la mayoría de las personas que participan en las reuniones de la «asociación de comedores compulsivos anónimos de Sevilla» en la parroquia de San Gonzalo hacen o lo han hecho no «una vez a la semana durante tres meses seguidos», sino todos los días durante a veces varios años.
Una de ellos, auxiliar de clínica, acabó suicidándose, según recuerda Natalia (nombre ficticio), una ama de casa de 45 años nacida en Triana que lleva cuatro años viniendo a estas reuniones semanales que siguen los pasos y los métodos de curación de las asociaciones de «alcohólicos anónimos».
Esta mujer de mediana estatura que ahora pesa 80 kilos pero que llegó a superar los 120 en la báscula, cuenta a ABC que fue un psicólogo de la Seguridad Social quien le recomendó que asistiera a ellas. «Antes de venir aquí estaba todo el día en el sofá, comiendo y viendo la televisión . Mi vida estaba rota», confiesa.
A estas reuniones de comedores compulsivos que se celebran los lunes y los viernes a las 7 de la tarde asisten personas de distintas edades. Hay chicas de 25 años y señores y señoras de más de 60. Vienen de Triana, Pino Montano, Sevilla Este y Heliópolis pero también de Dos Hermanas, El Coronil, Huelva e incluso una mujer viaja aquí desde Cáceres . En España hay unas cincuenta asociaciones de comedores compulsivos (OA, por sus siglas en inglés), de las cuales tres están en Andalucía ( Sevilla, Málaga y Cádiz).
Unas 550 personas asisten semanalmente a ellas aunque el número de casos es muy superior. «Conocemos muchísimos casos en vecinos, conocidos y familiares pero no aceptan por vergüenza e impotencia que no pueden controlar su relación con la comida », comenta Natalia. Algunos de ellos abren los yogures de cuatro en cuatro, se comen cinco pringás, una detrás de otra, o pueden ventilarse una caja entera de dulces en media hora. Saben que eso no es normal ni bueno pero no pueden evitarlo. Luego tienen complejo de culpa por lo que comen y a menudo se esconden y no piden ayuda.
El doctor Aliaga admite que con estos pacientes fracasan todas las dietas. Hay personas que alivian su ansiedad con tabaco, juego o alcohol y ellos lo hacen con la comida. « Esta satisfacción se registra en el hipotálamo y les ayuda combatir momentáneamente ese estrés, aunque después se sienten culpables y se retroalimenta esa ansiedad», dice este especialista.
Ejecutivos y amas de casa
Cualquiera puede acabar siendo comedor compulsivo. A estas reuniones asisten muchas amas de casa, pero también médicos, abogados, profesores de universidad, enfermeras, ejecutivos, funcionarios y cajeras de supermercado. «Aquí ha venido hasta un dietista que acabó comiendo de forma compulsiva», recuerda Natalia.
«Detrás de este trastorno suele haber un componente psicológico. Pueden ser fobias sociales, depresión, estrés postraumático o estrés laboral. También puede haber predisposición genética porque en un atracón ocasional hemos caído todos por una riña con la pareja, frustraciones o estrés laboral, pero tantos atracones seguidos esconden otras razones más profundas», asegura el doctor Aliaga.
Esta adicción crece como una «bola de nieve », afirma José Antonio Irles, responsable de la unidad de nutrición del hospital Valme. «Los problemas de las personas que sufren este trastorno suelen acabar en depresión y p roblemas de movilidad, articulares, facilidad para sufrir lesiones óseas y dificultades para caminar », dice.
A su consulta y a la del doctor Aliaga llegan muchos casos de obesidad, pero a menudo los pacientes les ocultan que sufren esta adicción. «Aunque no tenemos datos estadísticos hemos percibido un repunte de estos casos por la crisis . Muchos porque han perdido su empleo y otros porque la empresa les ha apretado mucho las clavijas y eso les ha producido un gran estrés que pagan con la comida —comenta Aliaga—. Hay muchas mujeres afectadas pero también lo sufren hombres de cualquier profesión, no importa su nivel socioeconómico. He conocido casos de ejecutivos que lo sufren po r autoexigencia o perfeccionismo en su trabajo », comenta este especialista.
Esta enfermedad, que los médicos denominan «trastorno por atracón», funciona a menudo como un caballo de Troya : quien la sufre puede perder su trabajo, su familia e incluso la vida. Como dice Natalia, «se lo lleva todo por delante como un huracán».
El físico de estas personas no es su mejor tarjeta de presentación y la pérdida de movilidad les inhabilita en ocasiones para ejercer sus cometidos laborales. Hay personas con menos de 40 años que apenas pueden moverse .
Peor que el alcohol
Como la de un alcohólico, la vida de un comedor compulsivo es una lucha constante y diaria contra su adicción, en este caso, la comida. Pero Susana, 29 años , una de las «nuevas» en estas reuniones anónimas, explica la diferencia: «Los alcohólicos pueden dejar de beber pero nosotros no podemos dejar de comer porque nos moriríamos».
Durante su largo peregrinaje por ambulatorios y hospitales con su pesado equipaje de kilos, ansiedad y frustraciones se lamentan de haberse topado con algún médico al que le han contado lo que les pasa y recibir como respuesta: « ¿Y usted por qué no come menos?». Susana dice que «si a un médico alguien le dice que se toma diez cubatas al día, seguro que no le dice simplemente que deje de beber. Como tampoco le dirían a una anoréxica que coma. Saben que la anorexia y el alcoholismo son enfermedades pero la adicción a la comida aún no es reconocida como tal», Y añade: « En la calle nadie nos entiende, a veces ni nuestros familiares. Nos toman por locos».
Estos son algunos de sus testimonios. Todos ellos están extraídos de una reunión de dos horas celebrada el pasado 19 de mayo en la parroquia de San Gonzalo. Todos los nombres son ficticios.
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«Como sin hambre. Es mi refugio»
Ana tiene 35 años, es ama de casa y tiene una hija de 10 años. «Yo vivo para comer y lo que quiero es comer para vivir. Como sin hambre pero sé que comer moderadamente es el primer paso hacia la disciplina que tanto necesito. Comer es una tapadera que esconde mis frustraciones, mi ansiedad, mi rabia. La comida es mi refugio, me engaño a mí misma y me castigo a mí misma. Me anestesio y me evado de la realidad sucumbiendo a un placer instantáneo que luego se convierte en pesadilla», dice.
A Ana hablar de su adicción le ayuda porque se escucha a sí misma. «Yo como para esconder mi locura, para rellenar mis vacíos, para ocultar mis miedos, para relajar mi rabia. Me quedo en el infantilismo, en el capricho , lo que me impide madurar como persona. Tengo miedo a la vida, a lo desconocido, al rechazo, a la soledad, a la enfermedad. Quiero decir basta ya. Quiero salir de aquí», dice.
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«Vivo día a día y kilo a kilo»
Carmen tiene 25 años y trabaja en un supermercado. «En estas reuniones me ha dado cuenta de que no estoy sola, de que hay otras personas como yo, con mi enfermedad, que sienten y hacen lo mismo que yo. He intentado curarme con inyecciones, pastillas, acupuntura, hipnosis, psicólogos. Conseguí adelgazar pero siempre volvía a los atracones y a engordar, incluso más que antes . Pensaba que el problema era la comida, pero me he dado cuenta de que son mis emociones las causantes del problema. Muchas veces como por autocompasión, resentimiento o frustración».
«Al día siguiente de un atracón me he despertado jurando que no lo volvería hacer, pero mis buenas intenciones duraban apenas unas horas y volvía a caer en los atracones. Ahora tengo esperanza y quiero ayudar a personas que también tienen este tipo de problemas. Somos impotentes ante la comida. Admitirlo es el primer paso para la recuperación. Para vivir es necesario comer pero para el comedor compulsivo la comida es necesaria para enfrentarse a la vida. Comemos porque algo nos come por dentro y buscamos un consuelo en la comida», dice.
Esta chica dice que vive «día a día, kilo a kilo». Si fuera entrenadora de fútbol, diría seguramente que partido a partido . «Antes pensaba para qué voy a esforzarme si esto es demasiado para mí, nunca me voy a curar, es imposible que lo consiga», pero ella no se rinde: «Si logro estar un día sin pegarme un atracón me animo para volver a hacerlo al día siguiente. Comer compulsivamente es un síntoma de mi malestar interior, de mi ansiedad».
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«He tenido dos roturas de esófago»
Pablo tiene 66 años y es un funcionario jubilado. «Me llamo Pablo. Soy comedor compulsivo pero soy abstinente desde hace 24 horas», es lo primero que dice cuando toma la palabra en la reunión de comedores anónimos delante de sus compañeros.
«Yo llevo muchos años en este programa, por desgracia. La realidad es el sufrimiento. Hay muchos alcohólicos y drogadictos que lo siguen siendo porque no se han aceptado dentro de su cuerpo. Eso es lo que me pasa a mí. Con 18 años mi madre me llevaba a un médico muy famoso que me daba una pastilla para que dejara de comer. Tengo adicción a la comida desde que cumplí 40 años y para dejar de comer me metí en el alcohol ».
Pablo mide 1,70 y ha llegado a pesar 120 kilos. «Cuando iba a un médico o a una reunión de alcohólicos me decían ¡joé, pues no comas, ponte a régimen! Hay mucha incomprensión. Los alcohólicos no te comprenden. Cada adicto piensa que la adicción peor es la suya, que las demás son fáciles de superar».
Este hombre ha sufrido dos roturas de esófago y cuenta que estuvo 10 días ingresado en la «unidad de sangrantes». «Como yo, había allí muchas mujeres y muchos hombres con mi mismo problema», dice.
«Habrá gente que no le importa bañarse en biquini pero yo sé que mientras esté gordo voy a seguir sufriendo. Esto es más peligroso porque si tú no comes te mueres. Se habla más la anorexia pero en los hospitales se ve mucho de esto. Es como cuando te dicen que alguien muere de un infarto y tú sabes que estaba puesto de porros y de drogas hasta arriba». Pablo está logrando salir del túnel. «Ahora tengo la tensión muy bien y me ando 15 kilómetros todos los días. Antes la tenía a reventar. Ahora la ropa me queda grande porque he perdido un montón de kilos. Ha sido un milagro, pero el milagro está aquí, en estas reuniones . Me encantaba la pringá, el chocolate, me los comía de cinco en cinco y los mezclaba. Todo eso lo estoy dejando atrás».
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«Mi cabeza me dice ¡cómete ese dulce!»
Violeta tiene 26 años y es informática. Mide 1,60 y ha llegado a pesar 100 kilos. Ahora pesa 80 y su tendencia es descendente . Le queda mucho camino por recorrer pero sabe que está saliendo del infierno de su adicción.
«Desde muy chica no tenía una relación normal con la comida. Me gustaban los dulces y comía mucho. Tenía amigas que se daban de vez en cuando algún atracón pero yo no podía parar , lo hacía todos los días. Llega un momento en que estás tan desestabilizada emocionalmente que te agarras a la comida y te aislas del resto», dice.
«He estado en terapia con psiquiatras pero seguía estando yo sola porque nadie me comprendía. ¿Sabeis que era lo que no comprendían? Que estaba en casa y sentía el impulso de salir a comprar un dulce y es algo que no podía evitar, que si no me lo compraba, no me quedaba tranquila. No puedo centrarme en nada hasta que me lo como. Es que no puedo pensar en otra cosa. Puedo estar hablando con mi madre pero no me entero de nada. Solo puedo pensar en ese dulce. No lo puedo controlar. Algo no se calla en mi cabeza que me dice ¡cómete ese dulce!».
Esta joven informática en paro ha mejorado mucho con las reuniones de comedores anónimos. «Me sentía muy sola pero gracias a este grupo me sentí por primera vez acompañada desde el primer día. Me sentía identificada con lo que decían. Y o siempre comía a escondidas, delante de la gente comía muy poco, pero a escondidas me pegaba atracones. Ahora estoy saliendo y lo que me he propuesto es no volver nunca más a comer sola. Si me apetece un dulce, me lo como pero siempre delante de mi madre o de una amiga. Si nadie lo sabe, de ahí no salgo. Poder venir aquí dos veces por semana es que no tiene precio, ni las terapias del psicólogo. La enfermedad me ha ido aislando y he perdido muchas amigas».
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«He robado comida de la basura»
Virginia, de 51 años, es ama de casa y tiene una hija de 25. Lleva veinte años sufriendo adicción a la comida. «Vengo a estas reuniones de comedores anónimos desde hace cuatro años. Mi vida estaba rota, era un desastre. Estaba todo el día en el sofá, comiendo y viendo la televisión. Dejé a mi familia al margen . No me di cuenta de donde me metía ni de mi enfermedad. Mi hija me decía que no podía seguir así, comiendo todo el día. Es muy duro que un hijo tuyo te diga esto y tú no lo veas», dice.
«Cuando ponía la mesa para comer me faltaba mesa. Montaba un banquete para 10 personas y solo éramos tres en casa. Y obligaba a mi familia a comer lo mismo que yo. ¿Pero dónde vas? me decían. Había muchos platos de todo: tortilla de patatas, queso, chorizo, fuet, san jacobos, croquetas. Yo lo veía normal. Si no se lo comen ellos, me lo comía yo. Eso para tres personas. Detrás iban dulces, helados, no uno, sino tres o cuatro. Tanta comida duele en el estómago pero a pesar de eso sigues comiendo. No era consciente del daño que me estaba haciendo ni del daño que estaba haciendo a los que me quieren. Eso, con el tiempo y la ayuda de los compañeros, lo he visto», dice.
«Esta enfermedad te puede. Es una adicción como el alcohol o las drogas. He llegado a robar comida de la basura. No me importaba nada. Sé que esto lo tengo para el resto de mi vida, como el alcohólico pero la comida siempre estará ahí en el frigorífico provocándome. Gracias a Dios llevo dos años sin pegarme atracones» . confiesa.
«El mundo exterior me daba miedo, por eso me encerré en casa. No quería enfrentarme con la realidad pero eso no te cura sino que te hunde del todo. Me lo decían mis amigos, mi hija, mi marido. Me lo estuvieron diciendo todos los días durante 20 años . Ya puedo ver un dulce sin la ansiedad de comérmelo. Si en una boda o un bautizo, pasan un dulce, puedo comerme uno, si es pequeño. Sé que no me puedo comer doce como antes ».
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«Me escondía detrás de los coches»
Rocío, operaria en un almacén, tiene 45 años y pesaba 45 kilos cuando tenía 29. A partir de ahí, por culpa de su adicción a la comida, dobló su peso hasta los 90 kilos.
«Tengo este problema desde que era pequeña. Lo que hacía era picar mucho y tomaba muchos laxantes para estar delgada y conseguía estar delgada. Cuando llegué a los 29 años hubo un cambio. Recuerdo que vi una caja de dulces y no pude dejar de comérmela entera. Y luego de comerme esa caja de dulces vino otra. Mañana se me pasará, pensé. El caso es que me puse como un roble y ya tampoco quería salir a la calle.
«Me daba vergüenza, me escondía detrás de los coches, tomaba pastillas, me quitaba kilos y los volvía a poner. Llegó un día que mi vida era comer y vomitar . Estuve cuatro años con un psiquiatra yendo todas las semanas. Me quiso ingresar dos veces pero no lo consentí para que nadie se enterara del problema que tenía con la comida».
Rocío llegó a un punto en que no podía vivir sin vomitar. «Llevo muchos días abstinente pero sé que puedo volver a recaer. De vez en cuando como algún dulce y aún tengo sobrepeso, pero me siento mejor. Ya no me escondo detrás de los coches para que no me vean cuando tengo que salir a la calle ».
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«Me despierto varias veces para comer»
Sofía trabajó en un banco, tiene 59 años y está prejubilada. «Desde que soy pequeña veo que me ocurre esto. Somos diez hermanos. Yo soy la mayor. La tortilla de patatas me la comía entera yo sola. Tengo otro hermana con esta enfermedad pero ella ha logrado salir. El año pasado me dio un ictus por estar gordita tantos años y comer de esta manera compulsiva. Tengo diabetes, hipertensión, colesterol y tres úlceras de duodeno».
«Me despierto por la noche para comer, siempre con hambre. Se me estropearon los dientes y se me cayó el pelo . Decía que me estaba haciendo mayor, pero lo que pasaba es que me estaba matando poco a poco. Llevo poco aquí, solo llevo 4 días viniendo pero me gusta conocer a gente que tiene lo mismo que yo ».
«Ante cualquier frustración, me comía un pastel . Me faltaba madurez, porque no me culpaba a mí misma sino a cualquiera que me daba un disgusto o yo sentía que me lo daba. He trabajado mucho, me abandonó mi marido , mis niños se han realizado estupendamente y no hay ningún gordito», dice.
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«Desayuno tres veces y meriendo otras tres»
Estrella tiene 35 años y es maestra. «Yo vine en enero. Estaba desesperada. Mi madre me decía que comía mucho, que no paraba. Y me decía a mí misma que eran los nervios : si me pasaba algo malo, comía para calmarme, pero si me pasaba algo bueno, comía para celebrarlo. Sea lo que fuera, comía».
«Empecé a los 15 años y llevo 20 con esto. Fui a una barbacoa con unos amigos con 15 años. Estaba todo muy rico, nunca había ido a una barbacoa de matanza y me pegué un atracón . Fue mi primer atracón. Ya no podía más. Lo probé todo. Acabé vomitando de lo que había comido. Se lo conté a mi madre, me dijo ¡qué bestia eres! pero no le dio más importancia. Mis amigos me llamaron esa tarde para salir a cenar y volví a comer», cuenta.
«Y me preocupé. A raíz de ahí hacía esto una vez al mes, me dolía la barriga pero seguía comiendo. Si tengo un pastelito en el cajón de mi trabajo, estoy todo el día dándole vueltas a la cabeza diciéndome a mí misma: ¿por qué no me como ese pastelito? ¿Lo dejo para después o me lo como ya? Me pasa igual con una tortilla, ahora me tomo un trocito, luego otro, hasta que acabo con ella. Con una cuñita de chocolate, lo mismo. Yo hacía el inventario de todo lo que comía, y entonces me daba cuenta de que había desayunado tres veces y merendaba otras tres veces más. Cenaba dos veces, una con mis padres y otra con mi pareja. H abía comido tanto que estaba fatigada, con ardentía todas las noches, con la garganta mala ».
Para Estrella todo fue empeorando. «Primero los atracones eran una vez al mes, luego dos veces al mes, y al final todos los días. Me saturo de dulces y de lo que sea, en realidad. Es una necesidad. Si no me los como, me pongo de mal humor y la pago con mis hijos y con mi marido. Tengo una familia espectacular, no me falta dinero gracias a Dios, mi marido me quiere, y no sé por qué me ha dado por la comida ».
Estrella no tiene mucho sobrepeso porque toma laxantes y va tres horas al día al gimnasio. « Me machaco para compensar . Me digo a mí misma que si me he comido todo esto, ahora me aguanto. Y luego vuelvo a comer. Llevo 20 años así, tengo miedo de coger alguna enfermedad pronto. Sé que me estoy haciendo daño. Tengo grasa en el hígado. Los médicos me decían que mis análisis son los de una alcohólica».
Su padre tiene su mismo problema. «Él también es comedor compulsivo -dice Estrella- pero no lo sabe o no lo quiere reconocer, como tantas personas que conozco. Y veo cómo se está deteriorando poco a poco. Tiene una insuficiencia cardíaca, el colesterol por las nubes y aunque aún es joven apenas puede camina r. No quiero acabar como él», dice.
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«Dejé de fumar y empecé a comer»
Azucena tiene 34 años y es administrativa. «Llevo 24 días sin pegarme un atracón pero llevo 8 años comiendo sin parar. Dejé de fumar por hipnosis clínica y empecé a comer más. Y a raíz de ahí he llegado a esto. Como a escondidas. He ido a un crucero con mi marido y me lo he comido todo, he bajado, he vomitado y he vuelto a comer. Esto no lo hacía nadie en el barco. A veces he comido tanto que me ha dado tanta fatiga que he tenido que vomitar. Pero luego he seguido comiendo. Cuando mezclas tantos alimentos te sientes fatal. Todo lo comía sin hambre . Termino de cenar y me pongo un rato con el ordenador y vuelvo a comer. Y no tengo hambre», dice.
«Para mí los alimentos detonantes del atracón son todos: pasteles, pan, chocolate, helados, patatas fritas. Me como las cajas de helados entera. Soy una enferma. La palabra mágica es decir no. Ahora estoy mejor. Planifico mis cinco comidas al día. Mi padre murió con 59 años con problemas de obesidad . Era diabético e hipertenso. Llevo todas las papeletas de sufrir lo mismo porque él era comedor compulsivo aunque no lo sabía. Cuando empezó a cuidarse, ya era tarde».