Reloj de arena

Virginia García Moreno: La fuerza del sexo débil

Al nacer rompió las expectativas dando en la balanza siete hermosos y rollizos kilos

Virginia García Moreno ABC

Félix Machuca

Al nacer rompió las expectativas dando en la balanza siete hermosos y rollizos kilos. Desde entonces, Virginia García Moreno , la después conocida en el mundillo del espectáculo como «La Sansona del siglo XX », se empeñó en desmentir tópicos sobre la mujer como el del sexo débil. En pleno franquismo lo suyo no fue un manifiesto de género. No había macho en la carpetovetónica capaz de protegerla. Ella, sola y borracha de éxito, se las componía para no tenerle miedo a nadie. Ni siquiera a su capacidad de romper esquemas mentales y dientes a los indeseables. El tiempo la convirtió en una mujer de 130 kilos, 1,72 de altura y un 40 de pies. Se hacía la ropa a medida porque era imposible encontrarla para su talla. Y no bastaban dos modistos para vestirla. Las medidas se la tomaban dos profesionales porque uno solo no la abarcaba con el metro. Nació en Veléz-Málaga . Pero pronto se vino a Sevilla y desde aquí se proyectó al estrellato, castizo, rancio y jaranero de los años sesenta. Siempre quiso cantar rumbas y canción moderna. Y llegó a atreverse en un disco grabado por el sello «Belter» con Frank Sinatra, Raphael y Peret . Pero ni una lágrima cayó en la arena cuando transitó por la espinosa y complicada vereíta del espectáculo. Le echó casta al asunto y fue capaz de convertir a Sansón en Sansona y hacer del siglo XX, el apellido de su reconocimiento.

Eran los tiempos de El Cordobés , del salto de la rana y de los puros del Pipo en los tendidos. Y La Sansona , sin la maquinaria publicitaria que se movía tras Manuel Benítez , llenaba las plazas de toros para que la gente rugiera con sus facultades. Los pases de pecho se le presuponían. Pero a portagayola lo daba todo: arrastraba con la boca una furgoneta de diez toneladas en punto muerto, doblaba una barra de hierro como el sol vence una tarrina de helado, se convertía en tiovivo con una palanca sobre sus hombros de las que colgaban dos tipos, convertía en tornillo el mango de una cuchara y partía con sus manos una herradura como si fuera de chocolate. Hacer eso, con su simpatía, afabilidad y cercanía a la gente, la llevó a Hispano América y a Japón. Y también al cine, compartiendo carteles con Lina Moraga , Arturo Fernández y Telly Savala , el inolvidable teniente Kojak . En una de aquellas plazas, como espectadora esta vez, tuvo un desagradable percance. Un guasa, que se había sentado detrás de ella, se molestaba porque la talla de la Sansona no lo dejaba ver la corrida. Y la llamó vaca. Ayyyy, hijito mío. Virginia se volvió, le soltó una galleta fontaneda y le puso la mandíbula cerca de la oreja. Ni Urtain registraba esa clase de directos.

Roneaba montada en su Dodge Dart 270, chófer incluido, arreglada y enjoyada. Coche de ministros. Pero trataba a los utilitarios. En el centro de Sevilla descongestionó el tráfico tras un accidente, en el que quedaron empotrados dos coches. Ella sola se bastó para desencajarlos y normalizar la circulación. En la Gran Vía de Madrid evitó un incendió de importantes consecuencias, cuando el toldo de una joyería salió ardiendo y ella sola se encargó de desmontarlo y apagarlo sobre el suelo. Su fama la llevó al magazine televisivo de la época, «La Casa de los Martínez», que te entregaba una llave como recuerdo. La suya se llamaba fama y con ella abrió las puertas más bien guardadas de la época. Cuando en el desparecido callejón Barrau, cercano a San Bernardo, tuvo aquel desagradable incidente en su local «Mini Club» donde intervino la policía y acabó en comisaría, le bastó pedir un teléfono para deshacer el lío. Al otro lado de la línea escuchaba Fraga Iribarne . Y la Sansona quedó libre a la voz de ya. La llave y la fuerza que empleó con éxito en su vida no le sirvió para franquear las puertas del amor. Se cuenta que, en una Feria, fue buscando a su pareja a una caseta donde, previamente, el donjuán había estado con otra acompañante. Le dijeron que no lo habían visto. Pero la Sansona se escamó y fue a buscarlo por el real. Cuando se lo encontró tan bien acompañado rompió en volcán y terremoto a la vez, llevándola los celos a querer devastar la caseta donde estaba. Mitin. El propietario, de rodillas, le imploraba que se calmara y solo la mediación del periodista y empresario nocturno Pepe Camacho , evitó que la caseta se desmontara antes de tiempo. La Sansona y Pepe acabaron ambos en las buñoleras. Ella pudo perder el amor. Pero no las ganas de comer porque se limó varias ruedas de calentitos. Sobre la fuerza que empleaba en hacer un lebrillo de papas aliñás necesitaría un libro para explicarlo no sin antes dejar claro que ella revisó por completo el mito del sexo débil en un mundo donde la mujer debía estar en casa y con la pata quebrada...

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