Vigésimo cuarto día de encierro en Sevilla: un martes de Buena Muerte
La excusa de la lluvia no ha funcionado este Martes Santo, que ha sido de pintura. La luz dorada de la tarde se imaginaba sobre los hachones del Cristo de los Estudiantes, pero cayó sobre un asfalto limpio de cera
La luz de la tarde de este Martes Santo es de esas que nunca se olvidan. Los cofrades esperaban lluvia para tener una excusa con la que soportar el vacío, pero el cielo no ha atendido esas súplicas y ha terminado componiendo un paisaje de Carmen Laffón sobre una ciudad con cierto movimiento con respecto a días anteriores. Los supermercados han tenido más trabajo de la cuenta porque aunque muchos han anunciado ya que abrirán Jueves y Viernes Santo, la gente está llenando la alacena para rematar la Semana Santa . Así han visto este vigésimo cuarto día de confinamiento por el coronavirus varios redactores de ABC.
Alberto García Reyes. El amago de lluvia mañanero me consuela. Acabo de ver a Antonio Garrido en el «Palermaso» implorando que ojalá caigan chuzos de punta esta Semana Santa y me he sonreído. Es un triste consuelo, pero eficaz. Si cae un chaparrón gordo y permanente, al menos nos quedará el pretexto de que la frustración habría sido peor. Pero qué va. El día se ha venido arriba y ha terminado convirtiéndose en un ensueño. El color ámbar de la tarde, con ese lubricán que se confunde con las naranjas que aún no se han caído, ha dibujado un montón de ilusiones fallidas en mi imaginación. He imaginado ese haz dorado cayendo sobre la cara del Cristo de la Buena Muerte y he suspirado. Así que al regresar del periódico he decidido ponerme a dibujar con mis hijos un paso. Con su canastilla de oro y sus candelabros. Un paso con todos sus avíos. Y hemos hablado de esta Semana Santa inolvidable. «Este año pensaba yo quedarme despierto toda la Madrugada entera, hasta que se recogiera la Macarena», me ha dicho mi hijo con gesto de contrariedad. Y he pensado: llevamos 24 días en una larga noche a la que ya le va haciendo falta la aurora.
Alejandra Navarro. Las calles siguen desiertas, a pesar de que este Martes Santo ha lucido el sol y los pájaros han vuelto a llenar el aire con su canto en la Cartuja. De camino al trabajo, veo el mismo cuadro de todos los días: una fila de motos eléctricas rojas y amarillas, alineadas, perfectas, sin uso, aparcadas frente a una Torre Sevilla que se yergue imponente sobre Triana y la espadaña del Patrocinio. Y en la acera, un señor con la apariencia de no tener un techo donde cobijarse, se asoma distraído al parque de Magallanes. Le miro, me mira y me sonríe, mostrándome una hilera de dientes blanquísimos. Le he saludado con la mano y sus ojos me han devuelto gratitud y un divertido aire de superioridad desde una libertad mal entendida. Continúo mi camino y le rezo al Cachorro que, tan cerquita, seguro que ha contemplado la escena. Una escena de Martes Santo, ni más ni menos.
Juan Arbide. Después de algunos días trabajando desde casa, tocó de nuevo arrancar el coche para dirigirse hacia La Cartuja. Cuatro de la tarde de un Martes Santo bien distinto en todos los sentidos. No hace falta recordar la causa. Apenas me cruzo con unos cuantos vehículos camino del periódico. Y ni rastro de gente paseando. Hay otras horas más indicadas para salir a comprar. Nada de lluvia y la temperatura es buena. El vistazo hacia las azoteas sirve para comprobar que la gente ha abierto un paréntesis. Entre la mañana y la tarde hay momento para el sofá, la película, la serie, el libro o la charla con el más allegado. También para preparar las fichas escolares del día siguiente, las destinadas a los más pequeños de la casa. Aquellos que ya se han ganado un sobresaliente por aguantar con la mayor naturalidad posible un confinamiento que les ha privado de un puñado de cosas en el inicio de la primavera. Lo bueno, según ellos, es que papá y mamá están más tiempo en casa. Para montar un concierto en plena cocina. O un partido de fútbol en el pasillo cuya duración quedará a expensas de lo que vaya diciendo el marcador. Igual que pasaba, pasa y pasará en los partidos de las plazoletas. Aquellos que, tarde o temprano, deben volver.
De regreso a casa, un recuerdo hacia el Martes Santo de 2019. Tocó descansar. Buen paseo por el centro. Desde el mediodía hasta bien entrada la noche. Pisando lugares de Sevilla que, un año más tarde, se encuentran vacíos. Luego miro el cuadrante de la sección del 2021. A ver qué turno tengo el martes 30 de marzo...
Ana Mencos. Desde que estamos confinados los días dan para mucho más no solo porque quedarnos en casa signifique que tengamos tiempo de aburrirnos, sino que además tardamos mucho menos tiempo en cosas en las que antes perdíamos muchos minutos. Sin ir más lejos, para ir a trabajar ya no me encuentro con el atasco habitual de salida del centro que es donde más tiempo perdía, ya fuera por las entradas a los colegios o por las paradas de autobús, y llego en menos de diez minutos a mi destino. Tampoco hay enormes colas en los supermercados, esas que muchas veces te hacían replantearte si tan necesario era lo que teníamos que comprar. También salimos a la calle a tiro hecho y nos entretenemos lo menos posible, aunque es imposible no pararse un segundo a preguntar al vecino asomado al balcón qué tal está.
Ese tiempo que hemos ganado es el que debemos utilizar para cuidarnos, para hacer esas cosas que siempre decimos que queremos hacer pero no nos da tiempo, ya sea ver series o películas que tenías o leer libros que tenías pendiente, pintar, coser o cocinar o simplemente ordenar ese armario en el que puedes encontrar algo que creías que habías perdido, o sacar la ropa de verano y guardar la de invierno, a ver quién se atreve a decir este año que no ha tenido tiempo de hacerlo.
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