El último alfarero de Triana
Antonio Campos mantiene vivo el oficio milenario más característico del arrabal, del que apenas queda ya el recuerdo
Hay un rincón en Triana donde se respira aún el romanticismo de aquellos talleres en los que se moldeaba la loza más famosa del mundo. Ya cerró Montalbán , y también lo hicieron Santa Ana y Santa Isabel . En esa ele que va desde San Jorge a Alfarería, conectada por la pintoresca calle de Antillano Campos, se aprecian las huellas de lo que fueron las fábricas de loza en las que lo mismo se hacían ladrillos que utensilios, macetas y tejas «para vendedores, ventas al por mayor y detall». Sus puertas y ventanas están llenas de pintadas y cuelga de ellas un cartel inmobiliario de «Se vende».
Mientras, a la entrada del Callejón de la Inquisición y el Mercado de Triana, un monumento homenajea el oficio milenario que empleó a media Triana, lleno de versos. Todo se quedó en palabras. Es una gran paradoja: el barrio vende la alfarería como un atractivo turístico, museo incluido, que agoniza poco a poco si no fuera porque aún un taller lo mantiene vivo. ¿Imaginan que en Venecia ocurriera lo mismo con el cristal de murano? ¿Y si el papel florentino quedara sólo en las papelerías de forma industrial?
Con la música de Manolo Sanlúcar, su «Alfarero», uno busca aquellas huellas del milenario oficio artístico de elaborar objetos de barro que permitió al hombre crear toda clase de enseres y artilugios domésticos a lo largo de la historia, que con los siglos fue dejando paso a artículos decorativos y de coleccionismo: la cerámica. En Triana, aprovechando la arcilla del río, fueron los Tartessos que se asentaron en la otra orilla de Sevilla quienes comenzaron con el oficio, allá por el 1.000 a. C.
Tres mil años después , un pequeño reducto de esta artesanía trabaja a destajo sacando encargos que vienen de todo el mundo. Es el negocio de Antonio Campos , un alfarero cordobés que llegó a Sevilla hace 30 años procedente de La Rambla, y que se asentó en la calle Alfarería en un acto de romanticismo. Cuenta que el nombre de la calle, y su cruce con Antillano Campos, le hizo instalar allí su taller. «Pensaba que podría ser hasta antepasado mío», bromea. Pero no, a quien está dedicada la calle fue un heroico militar español nacido en la calle Betis que murió muy joven en el norte de África en 1915.
«Económicamente a mí me es más costoso estar en Triana que el tener una nave en un polígono. Pero, en cambio, eso no me importa porque yo quiero estar en Triana, quiero hacer alfarería en Triana , aunque me cueste más que hacerla en otro sitio», comenta Antonio Campos. Fue él quien recuperó en los años ochenta el oficio, que ya entonces estaba muerto, y quien lo mantiene actualmente gracias a la ayuda de sus hijos , que están aprendiendo la profesión para luego montar el suyo propio. «No hay demanda para talleres de grandes producciones. Esto es una profesión individual que se aprende y cada uno se monta su negocio», afirma.
¿Por qué se está perdiendo?
El último alfarero de Triana explica que este oficio se ha dedicado a realizar piezas utilitarias , «un tipo de elementos que se han usado siempre en la casas, pero con la llegada del plástico y nuevas formas de recipientes para cocinar, la alfarería se ha ido extinguiendo».
Ahora sobrevive gracias a que se ha especializado en reponer elementos del patrimonio artístico , como la cerámica de la Plaza de España, y es así, por «el legado cerámico impresionante de Sevilla», por lo que aún subsiste.
También, llegan encargos como el que mantiene ahora a toda máquina los hornos de la fábrica: un pedido de 70.000 boquillas para cachimbas de un cliente, con el que tienen firmada una exclusividad ya que son «las mejores del mundo».