Trigésimo tercer día de encierro en Sevilla: ¿Feria sí o Feria no?
El cambio del festivo del miércoles 29 de abril al 23 de septiembre, aprobado este jueves por el Pleno, ha abierto las especulaciones. En las colas del supermercado sólo se habla de la Feria en septiembre
El confinamiento ha acabado con las discusiones en las tabernas , pero las ha incrementado en los salones de las casas y en las colas de los supermercados. De las cosas de Sevilla se sigue hablando tela. Hay hasta videollamadas para resolver polémicas. La de ahora es la Feria. ¿Hay que aplazarla a septiembre o suspenderla directamente? La mayoría de la gente está por la cancelación, pero hay opiniones variadas. En todo caso, esta disputa entretiene y ha sido el pasatiempo de este jueves, el vigésimo tercero de encierro en Sevilla. Así lo han visto varios redactores de ABC.
Alberto García Reyes. La Semana Santa es por dentro y la Feria es por fuera, así que aunque se sea muy feriante, nadie va a llorar si se suspende. Además, en septiembre ya nada es igual. Los sevillanos podemos y queremos ver pasos en cualquier época del año, siempre que sea por razones justificadas, pero nos resultaría extraño pasear por la calle Joselito el Gallo en otoño. Los plátanos de sombra y los olmos estarían amarillos, no verdes, e iríamos pisando hojas caducas en vez de albero. En esos días podemos ir a la Feria de Utrera, que por cierto es buenísima, pero cuesta trabajo imaginarnos en la nuestra. Yo, de todas formas, lo he planteado hoy en el periódico. ¿Feria en septiembre sí o no? Y con eso hemos echado un rato de charla en mitad de la vorágine de informaciones del coronavirus.
Laura Liñán. Ayer mi familia se fue a la cama con la mejor de las noticias. Tras un miércoles bastante feo, pasado por agua y lleno de hastío -el confinamiento ya pesa de verdad y las cifras de infectados repuntaron-, llegó la noticia del año para endulzarnos la cuarentena. En el Hospital de Mérida, de padre sevillano y madre portuguesa, había nacido la primera nieta de nuestra generación. En medio de la marabunta de malas noticias y resignación, el alumbramiento (qué palabra tan bonita) dejó en nuestro pecho una tierna sensación. Calma y alegría. Fue algo así como un abrazo para quienes estamos pasando esto solos. La vida nos demostró que sigue ahí y que, a pesar de las adversidades que en ocasiones nos plantea, también puede ser maravillosa.
Nada más saber que había dado a luz las videollamadas se cruzaron, por WhatsApp nos faltaban emoticonos para comunicar lo que sentíamos al grupo, «¡somos uno más en la familia!» y no despegamos la cara del móvil hasta que llegó la ansiada foto. Ni que decir tiene que para nosotros es la más bonita del reino y que su cara redondita y su piel blanquita nos derritió uno a uno.
Esta mañana han venido la preguntas típicas que se hacen cuando nace un bebé, hemos podido leer cómo está la recién estrenada mamá y a todos nos ha invadido la inquietud de saber cuándo podrán irse del hospital, donde nadie quiere estar nunca y menos ahora. Hemos hecho cábalas acerca de cuándo podremos verla y a más de uno nos pesa que sus abuelos no hayan podido achucharla hoy mismo. El plan inicial era «salir todos pitando» hacia Mérida a conocerla pero el calendario se ha visto desbaratado. Qué caprichoso el destino y qué injusto en ocasiones. Pero todo ha salido bien, que es lo importante. Bienvenida, Ana.
Juan Soldán. Cuando se cumplen tres semanas desde que estoy trabajando desde casa, empieza uno a acostumbrarse a esa extraña situación de adormecimiento generalizado de la sociedad actual. Días grises como el de hoy no ayudan a levantar mucho el ánimo y pensar que esto se acabará pronto. Es más, te sumen en un devenir diario monótono. Las tecnologías de hoy día ayudan a sentirte como en tu puesto de trabajo, una conexión remota hace que veas en la pantalla de tu casa la misma foto de tus hijos que en tu ordenador de La Cartuja y las aplicaciones con las que hacemos todos los días las páginas del ABC de Sevilla funcionan exactamente igual que allí. Pero hay algo que no te lo da un escritorio virtual, echas de menos a tus compañeros. Y eso que el WhatsApp web se ha convertido en tu principal aliado para seguir manteniendo el contacto con ellos, además de una herramienta fundamental para poder trabajar en la situación actual. Pero sigue faltando el contacto personal, ese café a primera hora con tus amigos de la sección donde no se suele hablar de trabajo (o sí), esas charlas que mantienes entre tarea y tarea con los más afines a ti, esas confidencias que tienes con otros para debatir si las decisiones tomadas son las correctas, en definitiva, echas de menos el contacto directo con las personas. Las nuevas tecnologías nos acercan y ayudan para mantener el contacto y poder seguir trabajando (casi) igual que antes, pero por mucho que queramos no van a sustituir las relaciones interpersonales dentro de un lugar de trabajo.
Días grises como el de hoy no ayudan a vislumbrar que esto vaya a cambiar de manera inmediata. Vaya por delante que soy de los que tienen claro que las medidas de confinamiento son totalmente necesarias para mantener a raya al virus. Pero como cualquier habitante de esta región, "somos gente de calle", necesito salir y sentirme libre. Y máxime cuando soy de esos que día tras día me echo a correr por las calles de esta magnífica ciudad. Sí, soy corredor, que no runner, entreno cinco o seis días por semana y ahora mismo mi gran anhelo es que entre las primeras medidas que se tomen para reducir el confinamiento estén las del poder salir a realizar algún tipo de deporte individual.
Y como no quiero pecar de egoísta, no puedo terminar estas líneas sin acordarme de los niños. El comportamiento ejemplar que está teniendo nuestra sociedad lo veo reflejado en mis hijos. Dos criaturas de 10 y 5 años que día tras día no se quejan para nada de lo que estamos viviendo. No sé si es porque para ellos es un privilegio poder contar con sus padres en casa todos los días o porque verdaderamente se cumple aquello de que los niños se amoldan a cualquier situación. Envidio que el pequeño, al que le sobra vitalidad y por el que todos nuestros familiares preguntan que cómo lo está llevando, sonría día tras día, no proteste por no poder salir y me haga avergonzarme por ansiar el deporte con la que está cayendo. Es feliz, y me pregunta una y otra vez si hoy trabajo, consciente quizás de que algún día esto llegará a su fin y papá volverá a no estar en casa a todas horas, aunque sea metido en el estudio delante del ordenador y hablando con sus compañeros a través de una pantalla con tono verdes.
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