Trigésimo séptimo día de encierro en Sevilla: ya se ve la luz al final del túnel

Los datos de contagios y fallecidos de este lunes invitan a la esperanza y mucha gente ha empezado ya a hacer planes para el fin del confinamiento

La iglesia de Santa Catalina y sus alrededores, sin nadie al mediodía J.M. Serrano

R.S.

Los datos son esperanzadores. No hay nuevos ingresos en las UCI sevillanas, el número de contagiados baja y este lunes sólo se han registrado dos fallecidos por coronavirus . Por todas partes se habla ya del desconfinamiento, que empezará por los niños, pero que puede empezar a producirse ya para otros sectores de la población en las próximas semanas. Así que los sevillanos han comenzado a hacer planes , todos ellos austeros, pero distintos, para desfogar tras tantos días de encierro. La trigésimo séptima jornada de encierro ha sido gris por culpa de la lluvia , pero luminosa en los datos. Así han visto este día varios redactores de ABC.

Alejandra Navarro. La Policía local ha denunciado esta mañana a siete vecinos que estaban haciendo una fiesta en un ático de la calle Mata, muy cerca de la Alameda de Hércules. Siete insensatos e insolidarios que decidieron organizar una celebración un domingo por la noche y que a las siete de la mañana aún continuaban tomando copas, a juzgar por la actuación de los agentes que, imagino que avisados por algún vecino, se personaron en el edificio. Lo que me extraña es que el resto de habitantes del inmueble tuvieran la santa paciencia de esperar hasta la mañana para avisar a las fuerzas del orden.

Esto nos demuestra que, a pesar de los 214 muertos por Covid-19 y 2.345 positivos en Sevilla, contabilizados hasta la fecha según las fuentes oficiales, aún existen descerebrados que prefieren pasar una noche de jarana a respetar la vida y la salud de los demás. Si enferman, a buen seguro serán los primeros en exigir las mejores atenciones médicas y las máximas medidas de seguridad por parte de esos sanitarios que literalmente se juegan el pellejo cada día por erradicar este temible virus y cuidar de todos, sin distinciones. ¡Qué vergüenza, y qué pena!

Silvia Tubio. Durante el confinamiento, los días lluviosos se sobrellevan mucho mejor. La lluvia parece difuminar la obligación de quedarse en casa porque con o sin alerta sanitaria, las probabilidades de salir con un cielo plomizo descargando agua, son inexistentes. Y a pesar de ese descanso mental, es inevitable darle esquinazo a los problemas que van creciendo al mismo ritmo que los contagios y las cifras de mortalidad desciende.

En una familia con un autónomo entre sus miembros, que lleva cinco semanas de obligado parón laboral, el miedo se ha sentado a la mesa sin pedir permiso. Las ayudas, para aquellos que les lleguen, no consiguen mitigar la incertidumbre de un futuro que a día de hoy se presenta como ese mismo cielo que nos hace más llevadero el encierro.

José Manuel, como otros tantos autónomos, ha aparcado las riendas de su carrera profesional y ha tomado las de las obligaciones domésticas, para que al menos el coronavirus no arrase también con la organización de su casa. La preocupación por el futuro incierto se atenúa ante la posibilidad única que este coronavirus ha regalado a muchos padres de pasar un tiempo que jamás hubieran tenido al lado de sus hijos. Cierto es que añora su trabajo, como la facturación perdida que sólo se podrá recuperar con políticas acertadas que impulsen los proyectos de estos emprendedores. Pero el cielo sigue plomizo y cada palabra que escucha en los partes diarios del Gobierno le saben a mentira masticada. El último bastión está en la esperanza. En saber que el sol siempre se empeña en salir y al final, tarde o temprano, lo consigue. Y ese bastión permanence inexpugnable. Los rayos se vislumbran por mayo.

De un fuerte empujón, la fiel compañera de José Manuel echa de la mesa a esa invitada que nadie llamó y agarra con fuerza sus manos:« todo va a salir bien».

Fran Piñero. Hace años que oriento mi vida con cierto timón trascendental. Como si las cosas que ocurren lo hicieran por alguna razón, o para poder extraer de ellas alguna enseñanza o fórmula de crecimiento personal. A lo largo de esta larga cuarentena (cada vez más cercana a la etimología del término, a esos cuatro veces diez de la quadraginta latina), he pasado por varias fases mentales hasta encontrar la que parece la respuesta más interesante: el virus se controla si piensas en el resto de personas, y no en ti.

Por ejemplo, tras escribir varios temas sobre la utilidad de las mascarillas, la conclusión es simple: en general no sirven para protegerse, sino para impedir la propagación en caso de estar infectado. Esto es así incluso en los tipos de mascarillas más modestos, o sencillamente, accesibles. Se trata de poner una barrera para que otras personas sigan sanas, aunque tú sí que puedas contagiarte. Desde el individualismo puede parecer una fórmula «con fisuras», pero visto del revés, si todo el mundo las lleva, todos protegen al resto, y en definitiva, se protegen a sí mismos.

La senda a seguir es evidente. La desescalada está cada vez más cerca, y no cabe duda de que tendremos que seguir pensando en los demás. En seguir reservando a nuestros mayores. En seguir evitando el esparcimiento que tanto ansiamos. Y así con tantas cosas. De esta forma saldremos de la situación antes, y habiendo aprendido algo.

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