Trigésimo día de encierro en Sevilla: ¡ya llevamos un mes en casa!
El cansancio empieza a hacer mella, sobre todo mentalmente, y este lunes, cuando se cumple un mes de confinamiento y se ha levantado el parón económico, se ha notado un repunte de gente en la calle
Parece mentira. Ya llevamos un mes en casa. Un mes en el que la Policía ha identificado a algo más de cien mil personas por la calle, de las cuales sólo cuatro mil estaba incumpliendo la orden de confinamiento. Lo estamos haciendo bien , por eso los datos de contagios en la provincia siguen bajando paulatinamente. Pero un mes pesa. Hay que reconocerlo. Los techos de las casas nos parecen cada vez más bajos, necesitamos aire, correr, respirar... Tal vez por eso este lunes se ha notado un repunte de bulla callejera , más ambiente. El levantamiento del parón económico lo explica, pero también la necesidad de ver cielo abierto. Cuidado, no vale relajarse todavía . Hay que dar un empujoncito más. Así han visto este trigésimo día de confinamiento varios redactores de ABC.
Alberto García Reyes. Esta mañana en el coche he puesto a Triana. Jesús de la Rosa me alivia. Tiene una forma de cantar, un metal de voz, un qué sé yo, que me ahuyenta de mí mismo. Es una mezcla extraña de dulzura y rabia que me vacía sin dolor. Un gamberrismo cívico. Esa voz pide incumplir alguna norma al mismo tiempo que pide obediencia. El eco ideal para estos días. Pero me he equivocado de disco. He puesto el segundo. «Hijos del agobio». Ojú. «Dormidos al tiempo y al amor / un largo camino y sin ilusión / que hay que recorrer, / que hay que maldecir, / hijos del agobio y del dolor»... No es la mejor letra para cumplir el primer mes de confinamiento. Yo al menos salgo para ir a trabajar, aunque mi único trajín es el que va de casa al periódico y viceversa. Pero acabo de ver a un hombre volviendo de comprar el pan que abría los brazos al cielo en los cincuenta metros que separan su portal de la panadería. Y entonces ha saltado la canción «¡Ya está bien!». En fin, hay que concienciarse para seguir aguantando. Así que cambio de tema. Me voy directamente al último: «Del crepúsculo lento nacerá el rocío». Seguro que nacerá.
Silvia Tubio. El debate está ahí, encima de la mesa: ¿qué pasa con nuestros pequeños? ¿Hasta cuándo deberán seguir encerrados? La preguntaba se la lanzaba en la rueda de prensa de este lunes un periodista del diario francés Le Figaro al ministro de Sanidad. Salvador Illa rehuía dar una fecha esperanzadora para los padres y negaba, por ahora, ni tan siquiera la posibilidad porque los niños "son vectores de la enfermedad". Inocentes almas que el virus utiliza para transportarse sin dejar siquiera una señal de advertencia.
Lucas y Silvia son dos afortunados porque todos los días ven el cielo sin filtros gracias al jardín de su casa. Pueden corretear más allá de un pasillo e incluso jugar a ser monos colgados de un limonero. Pero no son la generalidad. Son muchos los que viven encerrados hace más de un mes en pisos donde salir al sol supone un arriesgado ejercicio circense; los que tienen que compartir espacios reducidos sin válvulas de escape; los que sufren las consecuencias de hogares desestructurados cuando más se necesita el calor de la familia; o los que reciben visitas a diario, la de los voluntarios que entregan la comida que le callará por unas horas el ruido de las tripas.
Hay expertos que ya advierten de las consecuencias que pueden sufrir estos niños si se prolonga el confinamiento. Por eso el debate se ha colado en las ruedas de prensa del Gobierno.Los colegas extranjeros miran a nuestros hijos con justificada admiración pero también con lógica preocupación.
Mientras llega el momento de abrir las puertas, Lucas y Silvia siguen encaramándose al muro que separa su casa de la de su paciente vecino Antonio para huir de la rutina. Y se suben a una escalera en mitad del jardín, cada tarde, sobre las ocho, para aplaudir con fuerza,ahuyentar al "coroviru" y así poder salir de una vez por todas al parque que el bicho les robó. Muestran un ímpetu cada vez más irrefrenable y eso que son los afortunados, qué será del resto.
Jesús Díaz. Este lunes arrancaba la quinta semana del estado de alarma, el mismo día en el que parte de la actividad económica volvía a ponerse en marcha. Y en la calle se volvía a registrar un mayor trasiego de personas, aunque algunas obras aún no se habían reanudado y el desolador panorama siga palpándose hasta en el andar de la gente como quien lleva una pesada carga de 30 días de confinamiento y preocupación a sus espaldas.
Visualizo dos personas que se han cruzado en la acera y se han dirigido brevemente unas palabras para asegurarse si siguen todos bien. Un tercer desconocido pide permiso para pasar manteniendo respectivamente todos la distancia de seguridad. Los tres van con mascarilla. Parece que ha calado el mensaje de que entre nosotros hay que protegerse, aunque sigan las dudas de cómo y cuándo hay que usarlas. .
Pero la inquietud aumenta cuando en la conversación sale a relucir la necesidad de saciar la incertidumbre del futuro. ¿Podremos ir a la playa en verano? Si no, ¿abrirán las piscinas? ¿Habrá de verdad feria en septiembre? ¿Llevaremos mascarilla? ¿Cuándo abrirán los bares?
Ya ni siquiera nos preguntamos tanto por el futuro a corto plazo o por la posibilidad de más prórrogas del estado de alarma en los próximos días, algo que hemos asumido como normal, más bien por cómo será nuestra vida en esta vuelta a una “normalidad” modificada donde imperará la precaución y el miedo a recaer. Todo es nuevo. Seguiremos aprendiendo.
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