Reloj de arena...
Tito de San Bernardo: Plata de ley
Esa plata que es divisa de sus formas convirtió a Manuel Rodríguez Fernández en referente con brillo propio
Si amarillo es el oro y blanca la plata, como cantaba aquella sevillana, la que ha lucido siempre Manuel Rodríguez Fernández en el cordón de la medalla de su condición, es de ley. Plata pura. Plata sin contaminar. Plata cuasi colonial de Zacatecas y Potosí. Esa plata que es divisa de sus formas y maneras es la que convirtió a Tito de San Bernardo en un referente con brillo propio. Porque desde los años 50 no dejó de ir en las cuadrillas más potentes de la fiesta: Antonio Ordóñez, Manolo Vázquez, El Viti, Diego Puerta, Paco Camino, Paquirri, Capea, Dámaso González… Treinta y cinco años consecutivos y dos mil cuatrocientas corridas entre España y América son sus poderes. Con todas esas aristocracias toreras se vinculó aquel torero reservado, prudente y también sonoro como el reloj de Pamplona, cuando la ocasión lo requería. «Mi arma, tú no puedes ser torero, aunque te fundan y te hagan de nuevo», le soltó una vez a uno que se metió en contramano. Tito de San Bernardo aprendió a torear en el matadero, viviendo con febril ilusión los amaneceres en los que llegaba ganado marismeño para irse derechito a los canalones del agua donde escondía la muleta y la ayuda. Tenía un familiar en el matadero que hacia la vista gorda cuando Tito iba con Manolo Vázquez, Hipólito y «El Chachi» a torear en aquellos corrales donde, según dijo en alguna ocasión, es el mejor lugar para aprender los tercios, las querencias e incluso a descabellar.
Quiso ser torero. Y se puso a prueba en plazas de exigencia. Las Ventas, Barcelona, Bilbao. Pero la plata de ley de su honestidad no le permitió engañarse a sí mismo. Veía que no acababa de romper, de dar lo que llevaba por dentro. Y decidió retirarse. Un año estuvo sin albero en los pies. Hasta que Antonio Ordóñez lo rescata de su clausura, se lo lleva a Las Ventas y allí debuta como banderillero. Desde entonces se dedicó a ser el mejor escudero de su maestro y a dejar en la memoria de los días frases tan redondas como esta: «el que coge la espada y la muleta tiene una responsabilidad muy grande. Y nuestra obligación es respetarle». O esta otra que parece que la escribió Armiñán para Juncal: «Desde por la mañana, recién despertado se te mete el olor a toro en la barriga y hasta que no se mata la corrida no se te quita la preocupación». José Cámara, que fue apoderado de Manolete entre otras primeras figuras, en la comida de cortesía que les brindaba a sus cuadrillas, solía repetir como un mandamiento inexcusable: «Señores, antes de que suene la trompeta, el toro debe de estar banderilleado. Las palmas, para el torero». Si alguien lo tenía claro era Tito. Que defendía que los capotazos no eran de su jurisdicción, aunque en Las Ventas, en mayo del 83, anestesió a una fiera de Victorino toreándolo con una mano para que la gente saliera de la plaza imitándolo. Años más tarde se le oyó decir: «Hay toreros que cogen el capote como si se agarraran a una reja». Toreaba con las muñecas, no con los brazos. Quizás por eso Curro , en La Maestranza, gratamente sorprendido por los cuatro palos que Tito había colocado en un diámetro no más grande que una moneda de dos euros, le preguntó a Manolón cuántos años tenía su padre. Y Manolón le dijo, cincuenta y cinco. ¿Cincuenta y cinco años tiene el bato?, se sorprendió Curro. Uno detrás de otro…
Nonagenario, con memoria de notaría, respetado en el mundillo por la plata de ley de su personalidad, fue director artístico de la Escuela Taurina de Sevilla . Allí registró situaciones que hablan de su actitud ante la vida. Un día un aprendiz se le presentó con un piercing en la ceja y Tito le requirió con guasa: «¿Este año te vas a poner la castañeta en el ojo?». O lo de aquel chico que llevaba el pelo a la moda, más cresta mohicana que tupé taurino. Tito abrió su cartera donde llevaba un peine. Se lo dio y le aconsejó: «Ve a la fuente y te peinas como los toreros». Tenía dividida sus clases en A, B y C. Según la calidad prometedora de los chavales. Uno de aquellos padres, muy disgustado, se fue para él y quiso saber las razones por las que el niño estaba en el grupo C. Y otra vez el reloj de Pamplona tronó su hora: «Porque no hay más letras después de la C». El traje azul y plata de su retirada se lo regaló a su hijo Manolón, sorprendiéndolo tanto como cuando hace unos años se enteró, viendo una fotografía en el cortijo de Arcadio Albarrán , que su padre hacía acoso y derribo. De la gandinga de los mataderos de San Bernardo llegó hasta donde la bandera de España ondea en las plazas de toros nacionales. A base de saber estar, saber lo que se hacía y por el valor incalculable de la plata de ley de su condición humana.
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