Coronavirus en Sevilla

Tercer día de aislamiento: el aburrimiento como rutina

Las calles están vacías porque los sevillanos están demostrando estar a la altura, pero dentro de las casas comienza el hartazgo

Los puentes de Sevilla, completamente vacíos a media mañana de este miércoles Juan Flores

R.S.

La calle Mateos Gago sin un alma a la dos de la tarde, con la Giralda solitaria al fondo, es la estampa más elocuente del tercer día de aislamiento por el estado de alarma provocado por el coronavirus. Los sevillanos están cumpliendo, salvo excepciones, como la de Los Pajaritos, y no se ve a nadie sin rumbo. La avenida de La Palmera ha estado todo el día en silencio . Sólo se escuchaba el viento. Pero dentro de las casas, los sevillanos comienzan a dar muestras de hartazgo que alivian con quedadas virtuales por videollamada . Siempre con una cruzcampo en la mano. Así han visto esta tercera jornada de confinamiento varios redactores de ABC de Sevilla.

Mercedes Benítez . El tráfico a las 10 de la mañana era más o menos el mismo que el de un domingo temprano. Por Luis Montoto y la Ronda de Capuchinos se circulaba con fluidez. Lo mismo que por el Prado de San Sebastián donde, al pasar por los juzgados, se evidenciaba que los tribunales sevillanos están paralizados. No se veía, como un día cualquiera, a jueces camino de su café de media mañana conversando animadamente.

En el puente de Los Remedios y Virgen de Luján ocurría lo mismo: apenas había coches. Quizás lo más destacable era la constante presencia policial. En ese itinerario se cruzaron varios coches de la Policía Local y Nacional y agentes paseando por las aceras. Apenas se veían ciudadanos. Los pocos que había, todos iban con un carrito de la compra o una bolsa. Seguramente venían de llenar sus cestas de pollo y papel higiénico, el mismo que cada día se acaba bien temprano. Por la Ronda de Triana, pasaba lo mismo. Apenas había público. Y al pasar por Torre Sevilla, el vacío era aún más notable. Ni una sola moto aparcada, como ocurre habitualmente en la puerta del centro comercial. Sólo un coche patrulla en la puerta de la comisaría. En la Cartuja ese vacío era aún más notable.

Jesús Morillo. El paseo a pie hasta la isla de la Cartuja desde la basílica de la Macarena se ha convertido en los últimos días en un buen termómetro para medir la temperatura del coronavirus en la ciudad. El ruido de los motores de los automóviles ha dejado paso al trino de los pájaros, inaudibles en una calle Resolana siempre saturada de tráfico y en la que es una rareza cruzarse con un transeúnte, casi siempre, con mascarilla y acompañado de carro de la compra o un perro. Ni en agosto a las tres de la tarde se llega a ese nivel de vacío en el cercano parque de los Perdigones o en la ronda. La sensación de estar más solo que un sábado cualquiera a las cinco de la mañana se atenúa, al menos, a pocos pasos por la actividad comercial de la calle Feria, donde un par de supermercados, la plaza de abastos, alguna tienda de alimentación, una tienda de informática y varias ópticas dan un poco de sensación de normalidad a una ciudad que, sin embargo, mira por la ventana con la impaciencia de volver a vivir en la calle.

Alejandra Navarro. Triana amanecía desierta en la mañana de este miércoles. Calles vacías, sin actividad, sólo el trino de los pájaros y algún que otro transeúnte camino del supermercado o el centro de salud. A lo lejos, la espadaña de la basílica del Cachorro le recuerda a los trianeros que el Viernes Santo no veremos al Cachorro por Castilla. En la panadería que lleva el nombre del Cristo expirante, en la calle Procurador, dos policías locales han ido a comprar el pan para el desayuno y charlan con los comerciantes. Macarena, al otro lado del mostrador, me recomienda pagar con tarjeta aunque el importe sea pequeño. «Por seguridad y por salud. No hay problema». Tienen de todo y para todos, la locura de días anteriores se diluye poco a poco en las tiendas del barrio y Torre Sevilla, como un faro fantasma, domina una Cartuja vacía y casi sin vida.

Alberto García Reyes. La carretera de Dos Hermanas es una ratonera cualquier día laborable. Los coches de las autoescuelas suelen hacer allí sus prácticas desde muy temprano y a veces el atasco llega desde la salida del municipio hasta la pista de exámenes. Sin embargo, este miércoles no hay nadie. Se llega a Bellavista en cinco minutos. Sólo en el supermercado que hay en la travesía del barrio hay cierto movimiento, pero se pasa rápido. Y luego, de nuevo la soledad. Los bloques de los Jardines de Hércules están abarrotados. Decenas de personas asoman por los balcones. Aprovechan que aún no está lloviendo. Más adelante, vuelve a desaparecer el rastro humano. La avenida de La Palmera es un erial. El parque está cerrado, la Torre del Oro sin vendedores de tickets para los autobuses turísticos y los cruceros, la plaza de toros haciendo aún más imponente su histórico silencio, la calle Torneo convertida en un vendaval de película distópica. Si el fin del mundo se parece a algo, tiene que ser a Sevilla.

Eduardo Barba. Pasados ya varios días después de la declaración del estado de alarma a causa de la pandemia del coronavirus, Sevilla capital va asumiendo las medidas excepcionales y concentra su actividad básicamente en una pequeña franja matinal que va desde las diez hasta las dos o las tres. Una vez cae la tarde, la reclusión es aplastante, cada vez más radical y visible, generando en la ciudad un ambiente fantasmagórico. A eso ayudó ayer mucho el viento del oeste que sopló con cierta fuerza todo el día, desde muy pronto y hasta que cayó el sol. El entoldado del cielo y ese aire pintaron un paisaje frío, duro, antipático, muy alejado de la tradicional primavera sevillana. Las calles apenas tiene tráfico y las rondas de circunvalación sobrecogen por su vacío. La gente concentra sus compras en la franja matinal y ya hace colas menos exageradas y de manera estrictamente ordenadas junto a militares. Es una imagen que choca con la del apiñamiento y el caos de las vallas y las planchas del desmontaje de los palcos de la plaza de San Francisco en esta inesperada y cruda Cuaresma.

Ramón Román . Silencio. Hoy me he dado cuenta de que (casi) todo el mundo se ha dado cuenta de que esto va en serio. Sí, sigue habiendo inconscientes, siempre los hay en todas las situaciones de la vida, pero la inmensa mayoría ha tomado conciencia. La mayor de ellas. El juego, los memes y las risas en las terrazas van dando paso a la responsabilidad total y absoluta. A extremar las precauciones. Nos han dicho que debemos evitar cualquier contacto más allá de las paredes de nuestra casa, y en esas estamos. El mayor ejemplo de ello es el silencio reinante durante todo el día, sobre todo, por la tarde. De madrugada, muy temprano, tan sólo me crucé con los trabajadores de Lipasam (ole por ellos y su esfuerzo) que salían de las instalaciones centrales en sus carros-bicicletas para limpiar y desinfectar al máximo. Apenas cuatro coches durante el camino, sólo dos o tres personas en diez minutos de trayecto. Luego, de camino al trabajo, nada parecido a lo del lunes. Escasez de gente y menos coches de los que habría un domingo de fuegos de la Feria. En La Cartuja, desde mi puesto de trabajo, más y más silencio. Aquella zona, empresarial casi al cien por cien (tampoco nos acompaña el porcentaje de estudiantes), puede que sea de las más fantasmagóricas de la ciudad debido al teletrabajo, pero lo cierto es que en casi todos los distritos pasa lo mismo. Y eso es una magnífica señal. Como lo es, y ahí sí que me di cuenta de cómo nos lo estamos tomando de en serio, el silencio atronador que había al llegar a casa. En una zona con una avenida muy transitada normalmente, justo enfrente de un colegio (cómo se echa de menos los gritos y las carreras en el patio), ni un ruido. Ni coches, ni personas. Hasta los pájaros parecieron querer colaborar y desaparecieron un rato. Nadie por la calle. Todo lo contrario que en los grupos de Whatsapp, en donde el «bullicio» es constante y en donde las horas de encierro comienzan a pasar factura con alguna conversación más tensa de lo habitual. Nada que el concierto de Vanesa Martín en Instagram no pueda solucionar. Vamos en la línea correcta, sin duda la mejor noticia en un día en que los datos sobre el coronavirus no fueron precisamente positivos.

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