El Teatro de la Maestranza y la estación de Santa Justa cumplen 25 años
Aquellos dos hitos arquitectónicos de la Sevilla actual, inaugurados el 2 de mayo de 1991, se han convertido en decisivos motores de la ciudad
Entonces, hace ahora un cuarto de siglo cuando Sevilla despertaba a la modernidad con el reclamo de la Exposición Universal por delante, había días en que llovían inauguraciones. El 2 de mayo de 1991 fue uno de esas jornadas en las que a la ciudad se le aceleraba el pulso desbocado de los acontecimientos que la estaban convirtiendo en la urbe que ahora es, alejada de aquel aire provinciano y pacato que exhibía hasta entonces. Aquel día Sevilla estrenó estación de trenes y teatro lírico , así, como quien no quiere la cosa. En efecto, puede que este recordatorio al cabo de veinticinco años ocupe más papel que el que este mismo periódico le dedicó en su momento.
En puridad, sólo cabría hablar de una inauguración solemne, la del teatro de la Maestranza presidida por la Reina Doña Sofía con un programa en el que lo primero que sonó en aquel templo lírico fue «El tambor de granaderos» de Ruperto Chapí, zarzuela ambientada precisamente el Dos de Mayo en feliz coincidencia con la fecha elegida para la apertura.
En el caso de la estación de Santa Justa , entró en servicio sin más en la mañana de aquel día cuando el a utomotor de la línea C1 de Cercanías arribó a su playa de vías. La noche anterior, había partido de San Bernardo (SB, en el argot ferroviario) el último tren que clausuraba la antigua estación de Cádiz en la que, a su vez, se había concentrado todo el tráfico ferroviario desde que el 29 de septiembre de 1990 había cerrado para siempre Sevilla Plaza de Armas (PA), la querida y popular estación de Córdoba.
La estación de Santa Justa culminaba la remodelación que había sido posible gracias al convenio de la red arterial ferroviaria firmado el 19 de enero de 1987 entre el Ayuntamiento de Sevilla, la Junta de Andalucía, Renfe y el Ministerio de Transportes, Turismo y Comunicaciones que entonces presidía José Barrionuevo. Ese convenio, sin discursión, es la clave de arco de la Sevilla reconocible en la actualidad: el muro de la calle Torneo había caído en abril de 1990 permitiendo ganar para la ciudad un frente fluvial que, veinticinco años después, languidece sin mucho uso del que entonces de imaginaba.
Dos estaciones
El acuerdo entre administraciones, todas en manos del PSOE en aquellos tiempos, daba cumplimiento a lo estipulado en el Plan General de Ordenación Urbanística de 1987, que ya preveía una única estación central de viajeros (ECV, por sus siglas como se la nombraba entonces) en el llamado prado de Santa Justa, una inmensa lengua de terreno comunal que la ciudad había dejado sin urbanizar.
La propuesta de unificar las dos estaciones históricas de la ciudad (la que levantó MZA en la Plaza de Armas y la que construyó Ferrocarriles Andaluces en el Prado de San Sebastián) se había adoptado no sin polémica. El primer redactor del PGOU, Damián Quero, se mostraba reacio y acabó dimitiendo del encargo cuando las autoridades socialistas le impusieron la estación única .
Al menos, la ciudad se lo tomó con más disciplina colectiva que la exhibida menos de una década después cuando el estadio único , luego olímpico, se convirtió en realidad en la tercera cancha deportiva de Sevilla sin haber asumido las funciones de los campos de fútbol respectivos de Betis y Sevilla.
Sea como fuere, el caso es que, con la apertura de la estación de Santa Justa, Sevilla se volcaba definitivamente hacia el este , que había venido siendo la zona de expansión de la ciudad desde la edificación del polígono de San Pablo, en tiempos de Utrera Molina como gobernador civil hispalense, para paliar la escasez de techo para los damnificados de la riada del Tamarguillo.
Por añadidura, Sevilla ganaba el mejor, hasta entonces, de los proyectos de los arquitectos Cruz y Ortiz . Aunque luego los usos espurios hayan pervertido en gran medida el espacio diáfano y sólo modelado por la luz que los autores habían previsto para el vestíbulo principal de la estación , inspirado en la majestuosidad y luminosidad de la Grand Central Station de Nueva York.
Porque esa era una constante de la época: la aspiración de Sevilla de saltar sobre sus evidentes limitaciones pasadas y codearse con las grandes ciudades a las que podía asimilarse. También en las artes escénicas.
Teatro lírico
La génesis del teatro de la Maestranza tampoco estuvo exenta de polémica. El primitivo plan director de la Exposición Universal preveía un teatro lírico en el recinto del certamen, pero la redefinición de usos que impuso Jacinto Pellón a su llegada como factótum del certamen eliminó tal escenario. Entonces, se volvieron todos los ojos hacia el Palacio de la Cultura que la Diputación Provincial estaba promoviendo en el solar del antiguo cuartel de la Maestranza de Artillería que se había derribado en 1977. El proyecto de los arquitectos Luis Marín de Terán y Aurelio del Pozo tuvo que adaptarse a los nuevos requerimientos asociados a la producción operística por lo que fue necesario recrecer la cúpula para componer una imagen asociada para siempre a la lírica y la música culta.
Aquellos dos hitos arquitectónicos de la Sevilla actual han trascendido en estos veinticinco años su propia función para convertirse en decisivos motores de la ciudad que han animado el turismo, el comercio y las artes en todo este tiempo. Tanto que cuesta imaginar la Sevilla de antes, sin el teatro ni la estación de Santa Justa.