Crisis del coronavirus

Sexto día de encierro en Sevilla: si la lluvia se llevara el coronavirus....

El frente nuboso y las trombas de mediodía oscurecen del todo una jornada radicalmente alejada de un sábado de primavera

La Avenida, completamente vacía a mediodía de este sábado Rocío Ruz

Para algunos es el sexto día de confinamiento si empezó el lunes con él. Otros llevan ya una semana. Qué más da. El tiempo empieza a tener un valor más que relativo cuando los días van cayendo encima de esta manera tan aplastante a causa del confinamiento al que ha obligado la pandemia de coronavirus Covid-19 . Por eso la jornada de este sábado ha perdido todo el sentido tradicionalmente festivo que suele tener el sexto día de la semana, que, además, ha estado aderezado con un frente que hasta las cinco de la tarde ha dejado bastante agua en su camino. Tanta que muchos se preguntaban desde sus balcones si la lluvia es buena para acabar el virus que azota a la población o al menos aminorar su poderoso contagio. ¿Se llevará la lluvia el coronavirus? La esperanza en Sevilla es genética.

Luis Montoto. Para los que trabajan el fin de semana en la Isla de la Cartuja es casi una costumbre circular con toda tranquilidad por la avenida Carlos III y acceder al recinto del Parque Tecnológico como quien se interna en un paisaje deshabitado. Si la mañana es lluviosa, esa soledad es todavía más familiar. Hoy era, en realidad, el mismo escenario de todos los sábados… pero las sensaciones eran diferentes. Se entra en la redacción con la certeza de estar más acompañado que nunca, porque sabes que el lector está al otro lado, pegado al móvil, esperando actualizaciones, nuevas informaciones, una luz en el caos… La lluvia dejó tras de sí como regalo un cielo vespertino brillante y celeste, atravesado por alargadas nubes oscuras. Y un hermoso arcoiris, cazado por la cámara de Juan Manuel Serrano, recuerda que quizá no sean los cielos que perdimos, como diría el poeta, sino los cielos que ganaremos. Los que trabajan el fin de semana en la Isla de la Cartuja, cuando vuelven de noche a casa, salen del espacio desértico y comprueban que aquella soledad era ficticia, porque las calles bullen en el crepúsculo sevillano. Hoy, sin embargo, ese vacío ha cruzado los puentes y ha contagiado cada esquinas. Los anticuerpos de la esperanza laten tras cada una de las ventanas encendidas.

Stella Benot . Con tanta lluvia parecía un sábado de invierno de esos en los que te toca venir a trabajar y sólo apetece quedarse en casa. Nadie por la calle, apenas transporte público, muchos huecos para aparcar en una calle en la que habitualmente todo el mundo deja su coche para acercarse al centro. Pero los claros entre la lluvia eran distintos, hasta un caracol quería colarse por la ventana de la cocina con gran regocijo de mis hijos, afortunadamente ya mayores, que veían en el pobre animal una mirada a la vida exterior. ¡Hasta lechuga le pusieron pensando tal vez que sufría el confinamiento! Pero la realidad es que sí, que ayer cumplimos una semana metidos en casa conviviendo como hace años que no lo hacíamos porque ya están empezando a volar. También eso tiene su parte positiva aunque nos falta una pata importante de nuestra mesa familiar. Miguel, el de enmedio, está retirado en su piso de estudiantes en Granada porque cuando iba a volver a casa tuvo fiebre. La responsabilidad nos obligó a dejarlo solo (no siempre es bonito ser padres) y a agobiarlo con llamadas y mensajes de whatsapp. Gracias a Dios la fiebre ha remitido y ahora está enfrascado en sus estudios en la facultad. ¡Un aplauso también para esos profesores que desde las cocinas de sus casas o desde sus salones tiran de ingenio para seguir enseñando a sus alumnos!

Mercedes Utrera . Vivir en la zona aledaña a un centro comercial o a un campo de fútbol es sinónimo de ruido y trasiego de viandantes, más cuando un mismo barrio tiene ambas cosas con pocos metros de distancia. Efectivamente, hablo de Nervión. Un barrio lleno de vida que estos días está completamente vacío al permanecer cerrados el centro comercial, los restaurantes, las cafeterías, las salas de cine; y todo lo que habitualmente generaba el trasiego de personas. Cruzar la avenida Luis Montoto en hora punta y cruzarte con dos coches, es algo que no había visto ese barrio ni en agosto. La misma imagen que presentan las avenidas Luis de Morales o Kansas City.  Yo misma he salido hoy después de siete días de confinamiento, en los que sólo he bajado dos veces al supermercado pasando por el contenedor, para venir al periódico. Y en este trayecto, que es bastante largo, sólo me he cruzado con algunos coches y con varios agentes de Policía velando por el correcto cumplimiento de la normativa de seguridad para que el coronavirus no se propague. Esto es una muestra de que los ciudadanos están concienciados y desean que esta pandemia y el consecuente confinamiento terminen. Se nota en la resignación con la que los vecinos permanecen en sus casas, pero también en que cada día se alarga más el aplauso sanitario de las 20 horas, que sirve de excusa para charlar un rato con los vecinos de enfrente, a los que, después de años y años viviendo en la zona, acabo de conocer en la distancia hace unos días.

Alejandra Navarro González-De la Higuera . La trianera calle Castilla es un desierto en la mañana de este sábado. Vacía y desangelada, sólo dos o tres transeúntes se cruzan camino de la farmacia, la frutería o la droguería, establecimientos que sí pueden abrir sus puertas, así como la plaza de abastos de Triana que, hacia el mediodía, recibe un goteo fluido de clientes. La hora punta ha sido de 10 a 11.30, aproximadamente. En algunos puestos de pescado, como el de Joselito, los primeros productos en acabarse han sido las coquinas, las chirlas, las acedías, pijotas y boquerones. Hoy será difícil encontrar chocos en el mercado, y en los puestos de recova, fruta y verdura o carne, los productos se exponen sin dar el menor síntoma de desabastecimiento, aunque hay puestos que han decidido no subir las persianas. Para los clientes habituales, comprar así nos retrotrae a 20 años atrás. Con los bares cerrados, no hay turistas, ni grupos de visitantes curiosos. Estamos los de siempre, los vecinos de las calles cercanas y los que encontramos en los tenderos del mercado a nuestros mejores proveedores de alimentos. Este sábado yo les dejo mi dinero a ellos, porque lo necesitan y porque, a pesar de que son de los pocos afortunados que pueden abrir, hacen un servicio extraordinario junto con todos los miembros de la cadena de alimentación por mantener nuestras despensas llenas. Una semana más, una semana menos. ¡Cuídense!

David Martín Laínez . Diario de un periodista que teletrabaja desde hace seis días en su domicilio del Aljarafe. La jornada laboral sabatina, mi primer fin de semana tras el decreto de alarma, comienza, como cada día, a las diez de la mañana después de haberme puesto al día de la actualidad y repasar los periódicos a través del portátil. Es un sábado que arranca con una fina llovizna que va acelerando su intensidad conforme nos acercamos al mediodía, donde se registra un gran chaparrón que, tras las consultas pertinentes en las páginas especializadas de meteorología, nos indica que Sevilla ha registrado unos 23 litros, algo que agradecemos todos, si bien no sabemos a día de hoy si la lluvia favorece o perjudica al dichoso bichito que nos tiene confinados a todos los españoles. Nos dijeron que el calor «mataría» al coronavirus, supuesto que agradecimos el miércoles de hace semana y media con temperaturas que rozaron los treinta grados. Este sábado bajaron las temperaturas, con lo que tampoco sabemos si es positivo o negativo para nuestra salud. Por lo menos, limpió el ambiente. También hemos escuchado y leído que el Covid-19 se puede propagar mejor a través de paisajes que acumulan un mayor grado de contaminación. Visto lo visto, nos queda seguir resistiendo, sí la canción nos la sabemos de memoria... Mañana será mi séptimo día seguido currando, y me quedan tres más hasta alcanzar el jueves, donde comenzaré mis cuatro días de libranza seguidos. Pero, ¿para qué? Otras veces llego a ese día con ganas. Ahora pienso que teletrabajando podría seguir sin descansar más días porque me veo en la obligación de seguir ofreciendo información de servicio público a nuestros lectores, como todas aquellas personas, héroes para mí, que ponen su salud por delante para defender a la ciudadanía. Ellos sí se merecen un descanso. Va por vosotros.

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