Crisis migratoria

Un sevillano se hace pasar por refugiado en Hungría

El periodista y profesor Juan Carlos Gil se adentra en el campamento de Hegyeshalom para cooperar y conocer de primera mano el drama de vivir en el exilio

A la derecha, la tienda de campaña que Juan Carlos Gil montó junto a sus amigos cooperantes para dar provisiones a los refugiados

Rocío Domínguez Ruiz de Castro

Cuando los proyectiles reducen a cenizas hogares y colegios, los niños son adoctrinados y convertidos en soldados, los enemigos decapitados y la libertad pasa a ser un recuerdo cada vez más lejano, uno entiende que huir es la única manera de «quedarse» . Tal y como revela Acnur , desde el pasado año más de un millón de personas , en su mayoría sirios, afganos e iraquíes, se han visto obligadas a abandonar sus países y embarcarse en una odisea, por tierra y mar, para sobrevivir a la guerra y alcanzar Europa. El que ya se define como el peor éxodo desde la Segunda Guerra Mundial no sólo ha tensado las relaciones internacionales sino que, además, ha originado un boom informativo sin precedentes.

Este hecho fue el que impulsó al periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla (US) Juan Carlos Gil a comprar un billete de ida a Viena para empotrarse, junto con otros reporteros y cooperantes, en los principales campos de refugiados europeos . «Mi instinto me decía que debía estar en el punto caliente de la noticia. Fue entonces cuando sentí el impulso de acercarme hasta allí, de vivirlo», explica Gil, afincado en Sevilla desde hace diez años pero oriundo de Villanueva de la Serena (Badajoz).

«Mi instinto me decía que debía estar en el punto caliente de la noticia. Fue entonces cuando sentí el impulso de ir hasta allí»

Juan Carlos Gil

Llegó el 20 de septiembre , en principio para pasar una semana. Los primeros días se movió con Luis Lidón, corresponsal de la Agencia Efe y viejo conocido, por la Estación Central y Oeste . «Allí vi a personas tiradas por el suelo que se dejaban la vida por acceder a uno de los trenes que las llevarían hasta la soñada Alemania », rememora Gil, que finalmente decidió continuar su andadura en solitario. La primera parada fue el campamento de Hegyeshalom , localidad húngara que limita con Austria.

Familias desorientadas y niños vagando

El profesor no hacía el viaje como periodista, por lo que no podía acceder a su interior al no estar acreditado ni respaldado por ningún medio de comunicación u organismo oficial. Sin embargo, aprovechando que llevaba días sin afeitarse y echándose sobre los hombros una manta de Acnur , se hizo pasar por exiliado para poder entrar. «Fue entonces cuando vi, justo delante de mí, la verdadera dimensión del problema: escasez de alimentos, personas hacinadas en una misma tienda de campaña, niños vagando , familias desorientadas y un trato poco respetuoso por parte de las autoridades húngaras , que intentaban dificultar su paso a Austria», precisa.

Lejos de quedarse cruzado de brazos, se unió a una asociación de estudiantes de Viena que organizaba un convoy de provisiones para los migrantes. «Los conocí el 26 de septiembre y ese mismo día Gilles , uno de los miembros, me dijo: «Nos vamos a Serbia; si quieres, te puedes sumar», cuenta Gil, que no dudó ni por un segundo. La travesía concluyó en la ciudad serbia de Sid , fronteriza con Croacia, en la que conocieron a otro heterogéneo grupo de cooperantes, en su mayoría alemanes, en cuyo refugio pasaron la noche. Ya al amanecer, se desplazaron a la frontera para montar una tienda de campaña y aprovisionar a todos los que iban llegando .

Los refugiados caminaban en dos filas paralelas, como si de un vía crucis se tratara, secundados por las autoridades serbias

A los lejos, podían oírse los pasos del hambre , el desarraigo y la frustración de quienes se habían sentido forzados a vagar por un camino que no era el suyo, a merced de un clima inclemente y hostil . Caminaban en dos filas paralelas , como si de un vía crucis se tratara, secundados por las autoridades serbias, desprovistos de fe y sueños pero con el objetivo de llegar al campo de refugiados de Opatovac (Croacia) . La tienda de campaña del profesor y sus compañeros suponía un esperado alto en el camino.

«Al ver la comida, se lanzaban a por ella devorados por la sed y el apetito, dejando atrás incluso a los niños» , añade. Atendiendo a sus peticiones, montaron una especie de control de información para que los migrantes pudieran cargar la batería de sus teléfonos móviles , conectándose para ello a la señal de la unidad móvil de la televisión croata. «Entre ellos había periodistas e ingenieros , personas que disfrutaban de un buen nivel de vida y que no habrían huido si hubieran contado con esa posibilidad. En ese momento te das cuenta de que todos tenemos las mismas necesidades, llamar a nuestros seres queridos para saber siguen vivos y contarles que continuamos en la senda», abunda.

Escondidos entre minas antipersonas

Juan Carlos Gil Abc

Lo que no intuía entonces el profesor de la Hispalense es que entre los numerosos menesteres de estos jóvenes cooperantes también estaba el de localizar a los pequeños grupos de exiliados que se ocultaban de la policía . «En un pequeño pueblo fantasma repleto de minas antipersonas, que quedó devastado tras la guerra de Serbia y Croacia , encontramos a un grupo de quince afganos que no querían salir de allí», explica.

Entre los exiliados había periodistas e ingenieros, personas que disfrutaban de un buen nive de vida en su país y que nunca quisieron huir

Cuando se ganaron su confianza, les prestaron unos chalecos para hacerlos pasar por cooperantes y trasladarlos en furgoneta hasta la frontera en la que se encontraban. «Los sacamos de allí de tres en tres en un par de noches» , cuenta y, con éxito, acabaron uniéndolos al resto de migrantes.

El viaje de Juan Carlos Gil, que en principio iba a durar una semana, se prolongó hasta cumplir casi el mes . Cuando le preguntan qué recuerdo prevalece de ese periplo, tampoco lo duda: «He sido testigo directo de la desesperanza, del desarraigo, y he contemplado cómo la angustia de las personas les hace bajar la cabeza y pensar sólo en andar, andar, andar…» .

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