Sevilla

Monseñor Asenjo, el arzobispo que jugaba de defensa y escucha Café Quijano

El prelado celebra este sábado sus bodas de oro sacerdotales, medio siglo de entrega a la Iglesia por una vocación que le llegó a los nueve años

Monseñor Asenjo cuando era un joven sacerdote y, recientemente, con el Papa Francisco ABC

Javier Macías

A media mañana, ya lleva once audiencias. Se le nota cansado, también por los achaques de salud de los últimos meses. Se agarra a su cruz pectoral como un cayado que le sosiega. La sala está llena de fotos de los cristos y las vírgenes de Sevilla. Se las ha ganado con el paso de los años pese a que no entró con buen pie porque esta ciudad conjuga más el verbo parecer que el ser. Monseñor Asenjo celebra este sábado las bodas de oro de su ordenación sacerdotal. Cincuenta años de servicio a la Iglesia.

Con una memoria prodigiosa, va relatando los hitos que han marcado su vida. «Una tía mía decía: ‘Este niño va a ser cura’. Y yo le contestaba: ‘Cura no, obispo’» , cuenta. Aquel niño sabía desde muy joven cuál sería su futuro. N ació el 15 de octubre de 1945 en el seno de una familia de modestos agricultores en Sigüenza . Sus padres fueron sus primeros catequistas y de sus hermanos. Juanjo, como le llaman en casa, dice que su madre pidió al Señor tener un hijo sacerdote y se lo concedió.

Era un niño como cualquier otro: «Jugaba al fútbol, de defensa , y no lo hacía mal. También lo hacía a las canicas, a los aros, al cirrio... ¿Sabes lo que es el cirrio? Luego te lo cuento...». Ahora, este hombre austero y de apariencia severa, tiene una aplicación en el móvil que le va informando de cómo va el Atlético de Madrid , el equipo del que es aficionado y del que no se pierde ningún partido siempre que no tenga que celebrar misa. «¿Del Betis o del Sevilla? De ninguno de los dos, soy del Atleti, pero gozo con las victorias de ambos y me entristezco cuando pierden». Le gusta el fútbol. Y la música, sobre todo la clásica, «pero tengo un artilugio que conecto por Bluetooth con mi móvil y una tableta donde suenan miles de horas de música de los 70, 80 y 90 . A veces salta Café Quijano . La música de ahora no...».

«Mi tía me decía cuando era niño que iba a ser cura. Yo le respondía: ‘Cura no, seré obispo’»

Cuando le está llegando la hora de una merecida retirada -en 2020 presentará su renuncia- está ilusionado con una sobrina-nieta que le ha nacido: «La Manuela» , a la que bautizó, y que es hija de su sobrina Ana, quien le escribe una semblanza titulada «Mi tío Juanjo» en el semanario de la Archidiócesis que sale hoy.

En su regreso al pasado, el arzobispo va rememorando cómo se fue configurando su vocación. La Iglesia en su ciudad natal lo era todo. Empezó como monaguillo y admiraba a su párroco. Sin tan siquiera tener los once años de edad, entró en el seminario menor . Monseñor Asenjo recuerda que no tuvo «grandes crisis» durante ese periodo.

De allí pasó al seminario mayor , donde el estudio de la teología fue para él el afianzamiento definitivo de su vocación. Con sus doce compañeros se llevaba muy bien y se hacían... «faenas». «Un día -cuenta-, llegué un sábado por la noche a la habitación y me encontré sin cama, sin colchón y sin nada. Me los habían secuestrado mis compañeros». Aunque de todos ellos él fue el único que ha alcanzado la mitra, monseñor Asenjo les califica como «curas notables» que cumplieron su labor pastoral en las parroquias de Sigüenza.

Monseñor Asenjo junto a su madre ABC

Terminó el seminario pero no pudo ordenarse al no tener aún los 23. El obispo le mandó a estudiar la licenciatura a Burgos . «Allí no vivía bajo el reglamento de un seminario, sino en una residencia universitaria. Estudié mucho porque una vez que te mandan de la diócesis a la facultad temes fracasar y quedar mal ante el obispo», sonríe. El obispo de Sigüenza le ordenó sacerdote el sábado 21 de septiembre de 1969 . Hoy, don José Sánchez, ya emérito, le dedica una carta junto a otros amigos suyos como monseñor Iceta, al que ve como un posible sucesor.

Su primer destino como sacerdote fue la dirección de una residencia universitaria, donde entabló una estrecha relación con los jóvenes que allí vivían y a quienes, con el paso del tiempo, ha ido casando. Después lo mandaron a estudiar a Roma los cursos de Biblioteconomía y Archivística. Conoció los Archivos Secretos Vaticanos -de los que dice que aquello de los libros ocultos es un mito- con la intención de que, a su regreso, fuera nombrado archivero de la Catedral y Diócesis de su ciudad natal. Sin embargo, al llegar, el obispo le designó como delegado de Patrimonio y, a otro compañero que había sido formado en Arte, le tocó el asunto de los archivos. «Fuimos los dos a hablar con él y le dijimos: ‘Se ha equivocado usted’. Él nos respondió que no, que lo había hecho queriendo». Su labor como delegado de Patrimonio le hizo disfrutar y le marcó el camino de lo que en un futuro sería su pontificado, donde se ha preocupado de mantener una buena conservación de los bienes de la Iglesia.

Luego se marchó a Madrid para ser vicesecretario general de la Conferencia Episcopal (CEE). Y, un día, le llamó el nuncio. ¿Se lo esperaba? «Sí... llevaba dos noches sin dormir. Me dijo que el Papa había pensado en mí como obispo auxiliar de Toledo . Tenía 42 años». En 1998 le nombraron secretario general de la CEE y su actividad en Toledo se limitó a los fines de semana. «Fueron los años del plomo, constantemente mandando cartas de repulsa por los atentados de ETA. Sufríamos mucho por la condescendencia de algunos sacerdotes del País Vasco con este asunto». Estuvo cinco años y se despidió con un gran reto que terminó por encumbrarle como uno de los hombres fuertes de la Iglesia en España. Organizó el viaje del Papa Juan Pablo II en 2003. «En esos meses viví para el Papa, dormía con un ojo abierto y otro cerrado y una libretita en la mesilla». Entabló relaciones con la Casa Real, el Gobierno y comió con el Santo Padre el último día. Luego le acompañó a la escalerilla del avión junto al cardenal Rouco, el Rey y la Reina. «Ella le dijo que yo había sido el organizador y él me lo agradeció mucho», confiesa con orgullo.

Fue su último servicio como secretario general de la CEE. A los dos meses le mandaron de obispo a Córdoba . Se encontró una «diócesis excelente, un clero bueno, un seminario estupendo, sin problemas económicos... Estuve muy a gusto. Ahí conocí la religiosidad popular». Y, cuando creyó que se iba a quedar toda la vida allí, una llamada del nuncio le cogió por sorpresa: «El Papa te ha nombrado arzobispo coadjutor con derecho a sucesión en Sevilla» . Interpreta cómo fue su reacción: «Señor nuncio, por amor de Dios, ahora mismo me cojo un AVE y me voy a verle». Pero el Pontífice ya había firmado. Cogió las maletas, y llegó a Sevilla...

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