Muerte de Amigo Vallejo
Sevilla entierra a su cardenal tras un funeral digno de un príncipe de la Iglesia
El arzobispo emérito fray Carlos Amigo Vallejo descansa ya en la capilla de San Pablo de la Catedral después de la misa presidida por el actual prelado hispalense
Un aplauso espontáneo fue el mejor homenaje del pueblo al que pastoreó cuando el féretro, portrado por sacerdotes, religiosos y laicos, entró por la puerta grande
Esa ovación espontánea que le brindó Sevilla al cardenal Amigo cuando su cuerpo llegó a la puerta de la Asunción , por la que sólo entran los reyes y las más altas dignidades de la Iglesia, fue el símbolo de un amor correspondido del pueblo hacia el arzobispo que lo pastoreó durante 27 años. Se esperaba una presencia mucho más alta de sevillanos en esa procesión fúnebre que llevó el féretro desde el Palacio Arzobispal, donde ha estado abierta la capilla ardiente los dos últimos días, hasta la Catedral, donde sus restos han quedado sepultados para siempre en la capilla de San Pablo.
Doblaban a muerto las campanas de la Giralda desde minutos antes de las diez y media de la mañana, cuando comenzó a salir un largo cortejo sacerdotal, sencillo pero solemne. Había público en la solana de la plaza Virgen de los Reyes , que luego se fue diluyendo entre turistas, que a veces superaron en presencia a los propios sevillanos. Algunos preguntaban extrañados el porqué de este cortejo detenido en el tiempo. Respondía un sevillano en perfecto inglés: «Es el cardenal de Sevilla, el que fue arzobispo tantos años, que ha muerto. Era muy querido».
Acompañó un silencio sepulcral, interrumpido sólo por el tañer ronco del campanario, los cantos de la coral interpretando «Dichosos los que mueren en el Señor» y, tímidamente a lo lejos, los de las monjas del convento de la Encarnación asomadas discretamente entre las rejas de su balcón. Se iban relevando los sacerdotes diocesanos, con laicos y los hermanos franciscanos de la Cruz Blanca , aquellos a los que erigió cuando era arzobispo de Tánger, con los que convivió tantos años en Sevilla y con los que compartió los últimos días en Guadalajara.
La imagen para el recuerdo fue la del ataúd del cardenal a los pies de la Giralda , a la que se asomó junto a todo un papa de Roma; o la de la caja pasando bajo el rótulo de la calle Cardenal Amigo Vallejo , en el lugar más noble que pudo brindarle Sevilla.
La entrada en la Catedral
Entraba por la puerta principal de la Catedral entre aplausos y el féretro se colocaba en el altar del Jubileo . En presencia de la imagen de San Francisco de Asís, en honor a este franciscano que fue príncipe de la Iglesia, sobre su ataúd se colocaron nada más empezó la eucaristía los elementos episcopales: la mitra, el báculo de pastor y el evangeliario.
Concelebraron la misa pontifical los seis cardenales electores que hay en España, además del nuncio y otros 17 obispos y arzobispos de toda España, entre ellos el emérito de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo . Entre los asistentes, finalmente no hubo ningún miembro de la Familia Real, y sí estuvieron presentes autoridades como el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno ; el alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz; el general jefe de la Fuerza Terrestre, José Rodríguez García ; la consejera de Cultura, Patricia del Pozo ; o el presidente de la Diputación, Fernando Rodríguez Villalobos ; además de numerosos representantes políticos y de instituciones civiles, universitarias y militares.
Durante el sepelio, acudieron medio centenar de familiares de fray Carlos, representantes de su localidad natal, Medina de Rioseco o de la congregación de las Hermanas de la Cruz .
La misa corpore in sepulto
El ritual de exequias de un arzobispo está lleno de símbolos, desde lo material a la Palabra. Las lecturas de los Hechos de los Apóstoles y la carta de San Pablo a los Romanos ; el salmo responsorial «el Señor es mi pastor»; o el pasaje evangélico «si el grano de trigo muere, da mucho fruto» vienen marcados por la liturgia canónica.
Durante la homilía , el arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz Meneses hizo una breve biografía de la carrera eclesiástica del cardenal, así como destacó su «inteligencia, cultura, pedagogía, capacidad, entrega, formación, oración, y una actitud profunda de acogida» propias de su personalidad. Añadió que «era u n hombre espiritual y a la vez muy cercano , muy humano, muy misericordioso. Sabía escuchar, sabía esperar, sabía acompañar a las personas, a los grupos y a las instituciones».
Desde su experiencia personal, el arzobispo afirmó que desde que llegó a Sevilla hace un año, mantuvo con fray Carlos «un contacto regular y muy cordial , pudiendo constatar que mantenía viva la ilusión, la alegría, la esperanza, y, sobre todo, el celo pastoral». Tanto fue así, que fue testigo de su fallecimiento , acompañándolo junto al hermano Pablo y el hermano Luis Miguel -superior de la orden de la Cruz Blanca-, en el Hospital Universitario de Guadalajara.
La inhumación
Al acabar la eucaristía, se organizó de nuevo una procesión con el féretro que lo llevó desde el altar del Jubileo hasta la capilla de San Pablo , el lugar que el propio cardenal escogió para su sepultura. Se cantó el salmo 117 con la antífona «abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor» . Allí, en presencia de la grandiosa Inmaculada de Alonso Martínez y del Cristo de San Pablo, fue enterrado en una tumba preparada a tal efecto en el suelo justo a la entrada de este espacio ubicado junto a la Capilla Real, tras ser rociado el sepulcro con agua bendita. «Señor, dale el descanso eterno y brille para él la luz eterna». Fue el último adiós al cardenal de una Archidiócesis que, más allá de los tópicos, lo quiso y así lo demostró durante su velatorio, por que el pasaron miles de personas.
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