Sevilla
El coste social de la suspensión de las fiestas mayores: «Queda suspendida la memoria y la historia»
El profesor de Antropología Social de la Hispalense Rufino Acosta describe el coste «sociosimbólico» de perder otro año más la Feria y la Semana Santa
La suspensión dos años seguidos de la Feria y la Semana Santa no tiene sólo un coste económico , sino también otro «sociosimbólico» . Así lo describe el profesor de Antropología Social de la Universidad de Sevilla Rufino Acosta Navarro , que señala que «fundamentalmente la Semana Santa , en términos antropológicos, es el juego profundo de la ciudad» y su cancelación produce «una merma porque queda suspendida la historia y la memoria».
Acosta define así a esta fiesta: «Cómo, de una manera dramática, se ponen en juego los elementos centrales de una ciudad , que tienen que ver con las creencias religiosas, con la vivencia espiritual, con la identidad local y de los barrios, la sociabilidad, con las huellas de la memoria efectivas, las tradiciones familiares... es tal el precipitado de elementos, que son de una potencia vital enorme, y tiene también que ver con las lógicas de poder de Sevilla».
Respecto de la Feria, «es otra dimensión, más lúdica -también lo es la Semana Santa, aunque se compensa con lo demás-». Si a nivel económico es la Feria la que deja un mayor impacto, a nivel social lo es la Semana Santa: «Perder el acto central de la vida sevillana es doloroso» . La suspensión «supone un cambio fundamental en la vida de la ciudad, porque no es sólo una semana, sino todo un año pensando en una determinada época en la que eclosiona todo». Acosta, que no pertenece al mundo de las hermandades pero admira la fiesta por «el hecho social total» , cree que «es como si a alguien se le obliga a estar mudo, porque no puede expresarse en sus propios códigos».
Pese a ello, este antropólogo señala que, «al tratarse no de un cambio drástico sino de un paréntesis, este sacrificio se hace más llevadero» . De esta forma, «hemos generado anticuerpos psicológicos y simbólicos para superarlo y esa resiliencia nos puede hacer más fuertes ante una expectativa quizá hasta más dramática». Acosta insiste en que «como esto pasará, la gente urgió por una desescalada exprés. Hasta hace cuatro días, la Alameda parecía el comedor de Harry Potter». Pero, a su juicio, esto es como «el que vive al lado de un acantilado y está más habituado a los precipicios: siente menos vértigo, y a estos precipicios ya nos hemos asomado alguna vez».
Sobre la frustración que ocasiona no saber cuándo se producirá el cierre de ese paréntesis y el hecho de que se pudiera pensar hace unos meses que las fiestas de la primavera de 2021 se celebrarían con normalidad, este antropólogo pone como ejemplo el confinamiento y la posibilidad de que vuelva a producirse: «Un segundo sería más duro que el primero porque creímos que estaba superado y el miedo se ha reducido o, al menos, la gestión del miedo. Pero en cierta manera también nos hemos inmunizado ante determinados tipos de traumas». Así, expone que «se ha visto que puede ser modulable toda esta situación, es decir, queremos creer que hay un horizonte, que está puesto en abril de 2021, porque hay unas expectativas de vacunas y tenemos la experiencia de haber doblegado una pandemia, no del todo porque ha renacido».
Comparando esta situación con la de los años 30 , cuando también hubo varios años sin fiestas mayores, Acosta comenta que «el asunto es identificar un enemigo: en los 30, podía estar todo más enconado porque había una cuestión política que termina en guerra civil y nos veíamos unos a otros como enemigos. Ahora el enemigo es exterior , más allá de las atribuciones políticas». El hecho de que el virus no sea «una agencia humana», para Acosta esto hace «que lo aceptemos en cierta manera y no haya tanta crispación como en los 30: aquí nadie discute que haya que suspender las fiestas mayores ni le atribuimos esto al Gobierno andaluz, ni al central».
Por este motivo, a nivel antropológico, «la frustración aquí es menor porque se entiende de una manera fatídica , es decir, de una manera externa». Eso sí, «no aceptamos qué le hemos hecho a la naturaleza para que se comporte así ni que seamos unas criaturitas expuestas y que nos habíamos olvidado de que éramos débiles».
En cuanto al golpe social para los niños, por ejemplo con la Cabalgata, Acosta cree que, «aunque pueden no comprenderlo, al ser una cuestión colectiva y que compartamos la experiencia, puede ser más llevadero. Con la Cabalgata se priva de la ilusión , pero mientras sigan teniendo juguetes, que no todos podrán por cierto, se puede compensar y buscar salidas».
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