Sevilla

Amarguras: flores para Font de Anta

Por primera vez desde que fusilaron a Manuel Font de Anta, un periodista habla con dos descendientes directas del músico. Ellas lo tienen claro: «Mi padre nos dijo que mi abuelo Manuel escribió Amarguras»

Mario Rodríguez Balbontín con las dos nietas del compositor, María del Carmen y Ana María Font Torres ABC

Mario Rodríguez Balbontín

A Manuel Font de Anta, insigne músico sevillano y probable autor de la marcha más conocida de nuestra Semana Santa —Amarguras— lo mataron unos milicianos en Madrid en noviembre de 1936 . Desde entonces nunca nadie había contactado con ningún descendiente directo suyo… hasta el 16 de este pasado mes de enero, día en que parpadeó mi bandeja de entrada de mensajes: al fin había podido localizar a uno de sus familiares. La búsqueda había resultado de todo menos sencilla y comenzó aproximadamente un año antes, justo cuando tiré de un hilo encontrado buceando en Google y que se desvaneció pronto. Lo que en un primer momento parecía una pista falsa acabó, casi un año después de insistencia, tornándose en una alegría inmensa que me llevó a poder hablar con las dos nietas vivas de Manuel: María del Carmen y Ana María Font Torres, hijas de Juan Font Torró, el joven de afinidad fascista por quien el músico dio su vida en Madrid a los pocos meses de empezar la Guerra Civil.

Desde el principio, tuve claro que el testimonio de un familiar directo podría aportar luz a la nebulosa que cayó sobre la memoria de Manuel desde el momento en que lo asesinaron. Y no andaba descaminado. El relato de las hijas de Juan Font —el mayor de los cuatro hijos que el músico sevillano tuvo fuera del matrimonio y el único nacido de su relación con María Torró— acabó por estremecerme y por eso, tuve claro que tenía que convencerlas como fuera para que bajasen a Sevilla y conocieran San Juan de la Palma, que estuvieran cerca del epicentro de todo y fundamentalmente, dejaran un ramo de flores y una oración —si así lo deseaban— en la tumba de su abuelo, al que nunca pudieron conocer, ni visitar. La tarea de convencer a las hermanas para que viajaran a Sevilla fue más fácil de lo esperado: «Nos encantaría Mario, estamos deseando participar en el documental». El documental al que se referían es «Un siglo de Amarguras», que durante más de un año estuve grabando con el realizador Carlos Valera y que acaba de estrenarse este 6 de febrero. Para nosotros, contar con la aparición de las nietas de Manuel Font de Anta fue la guinda de una historia que ya de por sí era muy potente… pero que de la noche a la mañana, se convirtió en algo aún más importante.

Juan Font Torró falleció hace poco más de 20 años, pero sus hijas guardan un recuerdo maravilloso de él. Estoy totalmente convencido de que para ellas venir a Sevilla y grabar la entrevista fue una especie de catarsis, y por eso todo resultó tan fácil desde el principio. «Mi padre nunca hablaba del tema, yo creo que porque tenía remordimiento de conciencia», me soltó a bocajarro la menor de las hermanas, Ana María. «Nosotros de siempre hemos sabido que “Amarguras” se tocaba en Sevilla los Domingos de Ramos y era muy famosa, pero nunca podíamos imaginar la real dimensión de la figura de mi abuelo», me dice como agradeciendo el trabajo que tanto tiempo me ha tenido ocupado.

Trato de hacerles ver que el agradecido realmente soy yo, por cuanto he podido disfrutar en primera persona de un testimonio de alguien que estuvo allí en el momento en que mataron a Manuel Font de Anta, y lo transmitió a sus hijas de manera directa. Cuando entraron los milicianos en el piso de Madrid a por Manuel, sólo estaban allí éste y su hijo, y el testimonio del segundo me llega alto y claro, transmitido por sus hijas.

La teoría más extendida tradicionalmente de lo sucedido aquel 20 de noviembre del 36 es que Juan Font Torró fue un joven de 18 años que, como muchos de su época, sentía simpatía por Falange. Hasta ahí todo normal para el momento histórico. Menos habitual resultó que fueran unos chequistas milicianos a buscarlo a casa de su padre —quien lo concibió fuera del matrimonio con María Torró, una hermosísima mujer— para matarlo. Sin ninguna duda y dado los tiempos que corrían, Manuel estaba prevenido ante el hecho de que algo así pudiera ocurrir a su hijo, así que al abrir la puerta a los asesinos, se interpuso entre ellos y su hijo, aunque finalmente acabaron presos los dos y fueron llevados a un camión . Por el camino, y a la altura de donde se levanta actualmente el Bernabéu, —y siempre según el relato que tradicionalmente se ha dado por válido en esta ciudad—, Juan consigue saltar del camión pero no así Manuel, que a sus 47 años está herniado e impedido para ello. Cabreados por la fuga del hijo, los milicianos deciden fusilar allí mismo a Manuel Font de Anta de un tiro en la cabeza.

María del Carmen Font me para en seco cuando le explico lo que desde siempre se ha dado por hecho. Me mira con el líquido verde de sus ojos y me deja sin aliento: «Eso no es lo que nos contó mi padre». Callo y dejo que hable: «Mi padre siempre nos contó que cuando los milicianos llamaron a la puerta, mi abuelo le dijo “escóndete” y que cuando preguntaron por Juan Font Torró, Manuel les contestó “soy yo”. Entonces lo montaron en un coche y le dieron lo que se conoce como el paseíllo y lo fusilaron». La hija de Juan Font acababa de reconocerme que Manuel había dado, literalmente, su vida por salvar la de su hijo, nacido fuera del matrimonio. Manuel Font de Anta nunca mostró interés político alguno. Era un músico influyente de la época muy probablemente creador del germen de la copla tal y como la conocemos hoy en día. Obras como «La cruz de mayo» y centenares de cuplés dan fe de esto. Era guapo, extrovertido, con don de gentes y un aura de vencedor, tal y como lo presenta la prensa de la época. F ue un magnífico pianista, autor precoz y realmente prolífico que compuso infinidad de pasodobles , cuplés, schotis, suites y sinfonías y nunca se pronunció políticamente, al menos en público. Amaba a su hijo Juan, por el que preguntaba en sus muchos viajes por el mundo a través de postales. Posiblemente, Manuel tenía una doble vida con otra familia, pero adoraba a su hijo y lo demostró dando su vida por él.

La vida de Juan Font Torró, por no desviarse mucho de la senda de los Font de Anta, acabó resultando también trágica. «Perdimos a nuestra madre siendo muy niñas por un aborto y mi padre tuvo que encargarse del cuidado nuestro y de Manuel». Él era su hermano mayor, que murió de cáncer aún en vida de su padre. «Mi padre tuvo sus particulares amarguras», me cuenta Ana María… pareciera como si la triste metáfora de la marcha no dejara nunca tranquilos a los Font.

Nada menos que 84 años después del asesinato de Manuel Font de Anta, al fin llega a nuestros oídos el testimonio directo de alguien que estuvo allí. «Nosotras siempre hemos tenido claro que la marcha era de mi abuelo Manuel. Así nos lo decía mi padre» , me cuenta María del Carmen. «Nos ponía muchas composiciones de mi abuelo; yo te podría cantar de memoria “la Cruz de mayo” o tararear “Su majestad el chotis”. En casa lo escuchábamos mucho y mi padre, aunque no hablaba mucho del tema, siempre se mostraba orgulloso de mi abuelo». Juan Font Torró se fue en los años 50 a vivir a Cataluña, y allí se les perdió el rastro, así que durante todos estos años —tienen ahora 75 y 72 años, respectivamente— Mª del Carmen y Ana Mª han vivido ajenas a Sevilla y a la polémica sobre la autoría de Amarguras: «Incluso pensábamos que mi abuelo la donó a la hermandad. Fíjate si estábamos desconectadas de la historia. Eso sí, teníamos claro que en Sevilla era una composición importantísima, y pese a que solo vinimos una vez a la ciudad a hacer turismo hace mucho, en agosto y apenas nos dio tiempo, la verdad es que toda la familia siempre ha estado orgullosa de la obra de mi abuelo».

Me cuentan las nietas que al morir Manuel, su bisabuela Encarnación de Anta, renegó de los cuatro hijos reconocidos —pero fuera del matrimonio—, que tuvo su hijo Manuel con dos mujeres distintas y fuera de Sevilla, núcleo familiar de los Font de Anta. Así que María Torró tuvo claro que su hijo no era bien recibido, por lo que nunca llegaron a intimar con los familiares de Sevilla. «Quien no quiere a mi padre no nos quiere a nosotras», determinaron pasados los años las nietas de Manuel, así que los lazos si alguna vez los hubo, se deshicieron. Ni María del Carmen ni Ana María sabían, hasta que se lo conté, de la existencia de la otra «rama» de hijos de Manuel, es decir aquellos que tuvo con una mujer nacida en Tomelloso llamada Mercedes Masó: Salvador, Luis y Ángel Font Masó. Les cuento a ambas que he encontrado una cédula donde aparece la firma de Masó, reclamando el cuerpo de Manuel al finalizar la guerra, pero ellas lo desconocen. Quizás Juan Font Torró supo de la existencia de sus hermanastros, pero nunca dijo nada . «Nosotras pensábamos que mi abuelo tenía una familia en Sevilla y que esto lo compaginaba con nuestra abuela, con quien tuvo a mi padre, pero no podíamos imaginar que tuviera una doble vida, también fuera del matrimonio, con otra mujer y fuera de Sevilla».

El día siguiente a la llegada de las nietas de Manuel Font de Anta a Sevilla, 24 de enero, amanece gris y plomizo. Las recojo y vamos al cementerio, donde compran unas rosas rojas a la entrada. «Estamos aquí porque a mi padre le hubiera encantado», me espeta Ana María. Pasamos el Cristo de las Mieles y llegamos a la tumba de su abuelo. En la lápida externa reza un solo nombre: Manuel Font y de Anta y esta a su vez, abierta, muestra en ambas paredes lápidas con los nombres de sus familiares: Su padre Manuel Font Fernández, su amado hermano José, su madre… las hermanas Font Torres reniegan con la cabeza. No les gusta lo que ven, pues se esperaban una tumba más cuidada: el pequeño mausoleo de los Font está sucio y dejado y del exterior se han colado bolsas de basura y plásticos que la afean.

Las dejo un rato meditando, quizás recen o hablen entre ellas, poco importa realmente. Se cuidan y se quieren y se les nota a leguas que de jóvenes su vida fue dura. Mucho. Al poco tiempo, con permiso del Ayuntamiento y manteniendo el respeto debido, grabamos el momento en que dejan sus rosas en la tumba del abuelo. «Para nosotros estar aquí es como cerrar un círculo, Mario. No conocimos a mi abuelo, mi padre hablaba poco de él. Probablemente por ese remordimiento de conciencia que antes te contaba… pero esto que estáis haciendo Carlos y tú le habría encantado».

Ese mismo día, año y medio después de empezar a investigar la historia, lo tuve claro: Manuel Font de Anta, quien en vida había sido un gran e influyente pianista, director y compositor, amó por siempre a sus padres y hermanos, fue un padre cariñoso y un amante entregado... Y cuando la muerte llamó a la puerta, respondió ante ella: dio su vida como el pelícano que se abre el pecho para dar de comer a sus crías .

Es mediodía y está a punto de lloviznar. Pienso que el día plomizo ha puesto de su parte para que hasta la atmósfera acompañe. Hago una media mueca a las hermanas y les indico que es hora de irse y descansar. De refilón, echo un último vistazo a la lápida más visible, la que ahora tiene flores rojas y frescas:

Manuel Font y de Anta. Sevilla 10 diciembre 1889 – Madrid 20 noviembre 1936. Sus padres y hermanos no lo olvidan. Rogad a Dios por su alma.

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