«¿Qué razones podía haber para ingresar a una niña de siete años en un manicomio?»
La demolición del antiguo psiquiátrico de Miraflores no disipa los recuerdos de los trabajadores del sanatorio mental
Adiós definitivo a un eficio que marcó en gran medida la historia reciente del barrio de Pino Montano y el de un gran número de sevillanos. Ya sólo quedan escombros del lugar donde se encerraba a los locos, a las prostitutas, a los desamparados y a los disidentes, «por fin termina este manicomio de los horrores» asevera Margarita Laviana, una de las personas responsables de acometer la transformación sanitaria del Psiquiátrico de Miraflores en la década de los ochenta.
Margarita Laviana entró a mediados de la década de los setenta para realizar prácticas de psicología junto a un grupo de estudiantes. Organizaban talleres y clases de teatro con los internos, como parte de una nueva metodología que intentaba normalizar la enfermedad menta l, y tratar a los enfermos como ciudadanos, no como «despojos de la sociedad a los que hay que apartar, lejos, en el campo», afirma Laviana. Sin embargo, esos intentos por cambiar las cosas no fueron más que una «bofetada de realidad».
Un manicomio del horror
«No es tanto que se hicieran horrores como que el lugar en sí era un horror . Los hospitales psiquiátricos surgen como una buena iniciativa, para ayudar a personas que estaban tiradas, excluidas de la sociedad y abandonadas por distintas razones y ofrecerles un lugar donde vivir. Lo que pasa es que la psiquiatría como sistema, fue muy aprovechada por los sistemas sociales y políticos como estructura y mecanismo de control y sobre todo de control social. Cualquier persona que se saliera de la norma, podía acabar en un manicomio , otra cosa bien diferente era salir de allí" apunta Margarita, mientras sus ojos revelan el horror que vieron en aquellos pabellones.

«La mayor injusticia y el mayor horror que yo he visto en los hospitales psiquiátricos donde he trabajado, como el de Miraflores, ha sido la destrucción vital de las personas. El no tener el más mínimo proyecto vital, el no ser nada, nadie, no tener nada propio. La ropa no era suya, el espacio no era suyo, comían lo que les daban», indica esta psicóloga, quien llegó a ser destituida por sus discrepancias con el tratamiento que se les daba a los pacientes.
La violencia formaba parte del día a día en el tratamiento de los enfermos. Y no sólo para contener a los más agresivos, o para evitar situaciones de violencia. José Fortuna , vecino de Pino Montano y enfermero del psiquiátrico en la década de los sesenta y setenta, recuerda hechos vividos estremecedores. Él mismo tuvo que ser ingresado durante seis meses debido a una agresión por parte de interno. «Cuando se portaban mal, o daban más ruido de la cuenta, les daban descargas eléctricas , y los dejaban fritos durante seis meses. Después, cuando se recuperaban, les volvian a dar» explica este vecino del barrio.
Los pacientes tenían «horor» a los profesionales de allí, comenta Margarita Laviana , que desde 1989 hasta 1996 trabajó como directora de la unidad asistencial. «¿Qué tipo de terapia podía poner en práctica cuando la gente no tenían ni ropa interior , cuando se les secaba con la misma toalla a todos o estaban en ducha en fila en pelotas; o comían sin cubiertos? De qué manera podemos cambiar. Se trataba de un proceso de reconstrucción de la ciudadanía de aquellas personas que lo habían perdido todo» se pregunta Laviana.
Cuando los locos corrían por el barrio
Para los vecinos de Pino Montano, el psiquiátrico y lo que allí pasaba formaba parte del día a día de esa parte de la ciudad. Era común ver a enfermeros corriendo por la calle, persiguiendo a algún paciente que se había escapado por el Tamarguillo . Muchos de ellos tenía familiares ingresados, allí metidos, hasta que murieron. Y también participaron en sus fiestas, como el « Salto de la Tapia », una verbena con conciertos, espectáculos y comida popular; una especie de jornada de puertas abiertas en la que los internos vivía algo parecido a una celebración, acompañados de los vecinos.

Se trata de normalizar la enfermedad mental, convertir a los internos en enfermos, y una vez reconocida la enfermedad, tratarlos como ciudadanos que deben volve a ocupar su espacio en la sociedad. Ese era el objetivo del proceso de transformación que se inició en la década del os ochenta cuando la Diputación Provincial de Sevilla se hizo cargo del Psiquiátrico; un proceso que concluyó a finales de los noventa cuando los enfermos fueron derivados a la unidad de Psiquiatría del Hospital Macarena , dentro del Servicio Andaluz de Salud.
Sin embargo, esos cambios en el modelo sanitario llegaron tarde para muchas personas, como es el caso de Dolores, una pequeña que fue ingresada con tan sólo siete años de edad «y nunca más volvió a hacer una vida normal. Murió hace poco, y seguía en tratamiento. Pero qué motivos podía hacer para ingresar a una niña de siete años en manicomio» se pregunta Margarita Laviana, que recuerda a la pequeña Dolores como el ejemplo más palpable de cómo se trató durante décadas a los miles de enfermos que pasaron por allí.