Crónica
Incendio en la residencia de Sevilla: «Quité las mantas del sofá y las bajé»
Los vecinos salieron en pijama y zapatillas para arropar a los ancianos de la residencia incendiada en la calle Baltasar Gracián de Sevilla
Pili estaba con su hijo pequeño, de diez años, y su marido en el salón de casa. Acababan de cenar y estaban viendo la tele, cuando escucharon mucho jaleo en la calle. Ella se asomó rápidamente a la terraza y vio que «salía mucho humo negro» y «gritos» de la residencia de ancianos de enfrente , en la misma calle Baltasar Gracián de Sevilla, donde la pasada noche de Reyes se declaró un incendio que se cobró la vida de una persona y dejó una veintena de hospitalizaciones. «Mis dos hijos mayores, que venían ya de vuelta a casa, me llamaron: - ¡Mamá, corre, qué está ardiendo la residencia! Vamos que nos están pidiendo que bajemos mantas y sillas» .
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Pili lo dejó todo y pegó dos tirones. En un abrir y cerrar de ojos, ya las tenía en la mano. «Cojí las cuatro mantas del sofá. Nada más que subieron, se las di para que las bajaran . También las tres sillas de sus mesas de estudio. No podíamos quedarnos de brazos cruzados. Teníamos que ayudar en lo que fuera ». Fue así como los hijos adolescentes de Pili se pusieron, mano a mano, a colaborar con los bomberos y los policías desplegados en la calle para sofocar esta tragedia que conmocionó y movilizó todo el barrio de Huerta de Santa Teresa, en el distrito San Pablo.
La familia de Pili, Miguel, Antonio, Luis y otros tantos vecinos que, en pijama y zapatillas, se echaron a la calle en mitad de la noche, fueron claves en los instantes más inmediatos , y «de incertidumbre», al desalojo de los mayores. «Pidieron cinco voluntarios para colocarse los chalecos reflectantes y colaborar con el dispositivo municipal, y se presentaron hasta quince personas», apunta Miguel Cáceres, también vecino del asilo y presidente de la Asociación de Vecinos Huerta de Santa Teresa.
Todos ellos echaron una mano en plena noche y al margen de las bajas temperaturas. Luis recuerda con emoción muchos momentos. «Las luces de emergencias, las sirenas sonando... y veías aquellos mayores, en sus sillas de ruedas, impedidos, indefensos... Era una sensación de impotencia enorme». Este vecino, que estaba llenando globos para recibir a Sus Majestades en casa, cambió los regalos junto al Nacimiento por horas de voluntariado con quienes « podrían ser nuestros abuelos ». Así, estuvo primero haciendo compañía a los mayores en el soportal de enfrente, que se habilitó como refugio improvisado; y, más tarde, empujando de los carritos hasta subirlos a los autobuses de Tussam. «¡Dios, qué momentos! El corazón te pedía abrazarlos, darles la mano;pero con esto del covid solo le podíamos dar nuestro cariño con las miradas».
Carmen, otra vecina que hasta bajó botellas de agua, guarda también una experiencia muy personal. «A mí, se me quitaron las ganas de todo. A ntes el virus, ahora el fuego. Pobres mayores. Así, que cuando terminamos y volví a mi casa, me eché a llorar . Por muchos motivos. Era una noche de ilusión y de alegría pero aquí, en la calle, en nuestro barrio, acabábamos de vivir un infierno ». Tanto es así que Miguel dice que hasta olvidó que había dejado el móvil en silencio. « Era más de la una de la madrugada y mi esposa me llamaba. Se habían pasado las horas volando», comenta mientras agradece «la humanidad» de todo el vecindario, «sin excepción»; y «la profesionalidad» de los servicios de emergencias, policías, bomberos, sanitarios y demás servicios municipales. «En momentos, como estos, se demuestra la fuerza que hace la unión de un barrio entregado ».