500 Aniversario

Primera vuelta al mundo: temporal y muerte en la Trinidad

Lo más increíbe de todo es que la embarcación no fuera tragada por el mar

Recorrido de la Trinidad entre las Marianas y las Molucas tras los destrozos del temporal ABC

Ignacio Fernández Vial

El 6 de abril de 1522, la Trinidad sale de Tidore tripulada por 54 hombres. Después de hacer una escala para reponer alimentos y leña, navegan al NE, hasta surgir en Asunción —archipiélago de las Marianas— donde, después de embarcar a un indígena para que les hiciera de piloto, se hacen de nuevo a la mar . Esta vez buscando los alisios del Pacífico norte, aquellos que el piloto conjeturaba que tenían que soplar por estas latitudes. Al alcanzar los 42 grados N, les entran estos vientos, a los que ponen la popa.

«Anduvieron de esta manera cuatro meses adonde por cinco días les duró el temporal tan recio, que reventó el mástil mayor por dos partes: cortaron el castillo de proa y les rompió los castillos de popa , y estuvieron a punto de perderse, con la mayor parte de las velas despedaçadas».

Esta narración sobrecoge. La mar les rompe el palo mayor, les daña gravemente la tolda y la toldilla, y les destroza las velas. Tan recio era el temporal, que Gonzalo Gómez de Espinosa manda a su gente cortar buena parte del castillo , ya que se veían obligados a reducir drásticamente el peso de la proa, para así evitar que los pantocazos continuaran siendo tan violentos, y que las tablas del forro de las amuras se desclavaran de las cuadernas y de la roda, lo que significaría el fin de la Trinidad.

La nao estaba sin gobierno, todo a bordo era desolador. Pero quizás lo más increíble de todo es que la Trinidad no fuera tragada por la mar . Cinco larguísimos días permanecen a merced de una mar que levantaba olas increíblemente altas, olas que por los destrozos que provocaron, tanto a proa como a popa de la nao, tendrían que ser aquellas que los hombres de mar conocen como «piramidales», y que temen como a ningunas otras, pues nunca se sabe por dónde te van a golpear.

«Hallándose en este paraje, faltóles el pan, vino y carne y aceite : no tenían que comer, sino solamente agua y arroz, sin otros mantenimientos, y el frío era grande y no tenían con que cubrirse; comenzó la gente a morir».

Ateridos de frío, agotados en extremo y sin alimentos a bordo, en dos meses fallecen 47 tripulantes, lo que significa que cada 2,25 días un cadáver era arrojado a la mar . Tuvo que ser aterrador para los que seguían con vida pensar que en cualquier momento les llegaría su turno.

Cuando llega la bonanza, toda la tripulación se dedica a hacer reparaciones de fortuna en la nao. Con contados hombres sanos a bordo, desechan el tramo alto del palo quebrado, le hacen un firme nuevo al que queda en pie, y en ese tramo arbolan la verga de la vela mayor. La de la gavia ha desaparecido. Mientras tanto, otros hombres, los más afectados por los males, queman sus últimas energías en hacer con los trozos de los paños de vela que restaban a bordo, nuevas velas que pudieran serles útiles.

Aunque en muy mal estado, la Trinidad reemprende el regreso a las Molucas. El 30 de agosto fondea de Maug —Islas Marianas—, la cual estaba ocupada solamente por veinte habitantes. Tal era la desesperación de los hombres de a bordo que cuatro de ellos deciden abandonar la nao y quedarse con los indígenas . Gonzalo Gómez de Espinosa les invita a regresar, pero solamente uno de ellos se acoge al indulto y vuelve a embarcar. Los tres que se quedaron fueron el marinero Martín Ginovés, el despensero Alonso González y el grumete Gonzalo de Vigo. Este último tripulante fue recogido el mes de septiembre de 1526, es decir, cuatro años más tarde, en la cercana isla de Rota por Toribio Alonso de Salazar, que había tomado el mando de la expedición de García Jofre de Loaisa tras su muerte.

De nuevo en la mar, se proponen recalar en Halamahera —Islas Molucas—, distante de donde se encontraban unas 1.500 millas. Tardaron en recorrerlas, mes y medio, navegando a una media 1,38 nudos. Al llegar a las cercanías de esta gran isla, la mar se encalma y las corrientes les alejan de ella. Al saltarles de nuevo el viento, se encaminan a la isla de Doy, donde fondean , llevando a bordo a dieciséis hombres, y de éstos, únicamente están en condiciones de faenar siete de ellos. Esto obliga a Gómez de Espinosa, a pesar de que era consciente del grave riesgo al que se exponía, a enviar una carta al capitán portugués Antonio de Brito, que se había establecido en Ternate al marchar los españoles. En un prao amigo que los ve fondear, embarca el escribano Bartolomé Sánchez con la misión de entregársela en mano a Brito, pidiendo ayuda a los portugueses para llevar la nao desde Doy hasta la isla de Tidore.

«Viendo que no le enviaba gente por temor de no perder la nao dando a la costa, porque no tenía sino un áncora echada pequeña, e no podía echar más por falta de gente, alzó la áncora y se hizo a la vela; y vino a surgir al puerto moluquense de Benaconora».

Estando en Benaconora, el día 21 de octubre del 1522, aparecen tres naves portuguesas, que se apoderan de la Trinidad y hacen presos a sus tripulantes . Nos dicen las crónicas que los lusos «se espantaron de ver aquellos castellanos tan flacos y enfermos».

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