500 aniversario primera circunnavegación
Primera vuelta al mundo: Se hacen a la mar
Primera vuelta al mundo es una serie de artículos en la que el marino Ignacio Fernández Vial recreará cada sábado el viaje de Magallanes y Elcano

corren los últimos días del mes de septiembre de 1519 y se acerca la partida de la Armada de la Especiería desde Sanlúcar de Barrameda rumbo al gran océano. Ya está todo en orden en la flota, los hombres enrolados a bordo, y los víveres y las bagatelas en sus envases, perfectamente estibados. Pero el rey y sus consejeros, conscientes de lo arriesgado del viaje y de que muchos de los embarcados perderían su vida en el transcurso de la expedición, insisten en que todos los tripulantes tenían que confesar y comulgar antes de salir a la mar, dar todos sus datos personales y declarar su estado civil y cuáles eran sus bienes, para poder localizar a sus deudos si fallecieran en este viaje a lo desconocido. «Ocho días antes que se haya de pagar el sueldo, habéis de notificar que a ninguna persona no se le pague sueldo ni será recibido si no traen albalaes de cómo están confesados y comulgados, e diréis a los que quisieren dejar hecho sus testamentos, los pueden dejar cerrados e los oficiales de la Casa de la Contratación , a los cuales mandamos los guarden cerrados e sellados».
Los oficiales de la Casa de la Contratación asentados en Sanlúcar de Barrameda estaban obligados a asistir a todo aquel hombre que quisiese testar y ayudarle a documentar sus deseos post mortem. Pero pocos fueron los hombres que requirieron sus servicios. La casi totalidad de los contramaestres, marineros, grumetes, pajes, sobresalientes, lombarderos y artesanos eran hombres sin fortuna alguna, que apenas malvivían antes de embarcar.
Ante la posibilidad de que una vez iniciada la travesía, y antes de arribar a las islas Canarias , les entrara una dura tormenta, el rey manda al capitán general que de darse este caso, virara en redondo para buscar refugio en puerto peninsular. «Y si antes de tener atravesado hasta las Canarias vos ventare algún vendaval tan recio que no podáis parar, e viéredes que conviene tornar a esta costa… haréis vos con toda la flota cuanto fuere posible para ir al río de Sevilla o a Cádiz». Sin embargo, una vez pasadas estas islas, la corona ya no permitía dar marcha atrás y no había posibilidad de retorno. Si les azotaba un duro temporal, había que enfrentarse a él hasta superarlo o perder los barcos y sus vidas, si la hambruna se cebaba con los tripulantes, siempre se podrían aferrar a la esperanza de encontrar tierras generosas; si sufrían amenazantes vías de agua, tendrían que trabajar duro en las bombas de achique; si alcanzaban a navegar por aguas donde el frío extremo potenciado por una humedad insoportable, helaba a los marinos carentes de ropa y de espacio que les diera algo de calor, no tenían otra salida que faenar sin descanso y hacerse fuertes para poder soportar. Tan sólo se ofrece al capitán Magallanes un único escenario para poder enmendar su rumbo previsto: si superaran los 60º S sin hallar el estrecho que les permitiera pasar del Atlántico al gran mar encontrado por el extremeño Vasco Núñez de Balboa , el monarca indica al capitán general que podría dirigirse hacia las Molucas rumbo al levante, pasando por debajo del cabo Buena Esperanza.
Poco antes de levar anclas en Sanlúcar de Barrameda, Magallanes envía a Carlos I un memorial en el que da las situaciones de una serie de puntos geográficos que se consideraban recaladas claves para llegar a Malaca, y lo que es más importante aún, le da a conocer las latitudes de parte las islas que conforman las islas Molucas o islas de las Especias, que recordemos eran el gran objetivo de la expedición. A través de este escrito el capitán de la armada quiere dejar claro al monarca castellano al que servía que conocía muy bien el camino seguido por los marinos descubridores lusitanos para llegar al Maluco y que éste archipiélago se halla dentro de la demarcación española, por lo que cualquier reclamación del rey portugués sobre estas ricas tierras, sería infundada. «Muy poderoso señor, porque podría ser que el rey de Portugal quisiese en algún tiempo decir que las islas de Maluco están dentro de su demarcación… quise por servicio a vuestra alteza, dejarle aclarado las alturas de las tierras y cabos principales, y las alturas en que están, así de latitud como de longitud, y con esto será vuestra alteza avisado para que, si sucediendo lo dicho yo fuese fallecido, tenga sabido la verdad».
El día 20 de septiembre de 1519, a primera hora de la mañana truena el «cañonazo de leva». Con todos los hombres a bordo, los maestres de las cinco naos de la armada, después de comprobar que no había embarcado mujer alguna en ninguna de ellas y que no faltaba ninguno de los tripulantes contratados, dan la novedad a sus capitanes, quienes a su vez la dan al capitán general. Cumplidos estos trámites, habituales en las flotas descubridoras de entonces, Magallanes, de pie en la cubierta tolda de la Trinidad, dirigiéndose al maestre Juan Bautista de Punzorol, da la orden de desplegar velas y levar anclas «en el nombre de Dios».
Las cinco naos izan sus velas y bullen de actividad. Las oraciones de los capellanes y los pajes implorando a los santos y devociones por un buen viaje, se pierden entre las voces de los contramaestres que ordenan largar las velas. Los marineros atentos a su maniobra jalan de los gruesos cabos de fibra de cáñamo, al mismo tiempo que miran de soslayo aquella tierra que poco a poco se iba alejando por la popa de sus naves. La flota comienza a navegar llevada por el viento que les soplaba por la aleta, y los crujidos de la madera al recibir las primeras embestidas de la mar rompen el silencio en el que se habían sumido aquel grupo de hombres, que con el alma llena de incertidumbre y esperanza, comenzaban un viaje nunca antes realizado, rumbo a lo desconocido, o quizás a la nada.
Son muchos los historiadores, sobre todo anglosajones, los que no tienen el menor reparo en afirmar que las naves que conformaban la flotilla que sale de Sevilla con tan incierto destino, no eran sino unos viejos barcos mal equipados e incluso llegan a poner en duda la profesionalidad de sus tripulantes. Totalmente en contrario, veamos qué nos dicen de ellas los cronistas de la época y los propios hechos del viaje: «los de la Casa de la Contratación armaron cinco naos y las abastecieron muy cumplidamente, partió este capitán con cinco naves muy bien armadas y proveídos, como convenía para tan arduo y largo camino». Ninguna de ellas a lo largo de la durísima travesía que encararon, fue derrotada por la mar o algún temporal.
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