TRIBUNA ABIERTA

Ser previsible

El progreso de la humanidad es una conquista de las condiciones que hacen más previsible la existencia humana, no solo nuestra vida como individuos sino nuestra vida en sociedad

Miguel Ángel Robles es consultor y periodista ABC

Miguel Ángel Robles

Posiblemente, una de las peores cosas que se le puede decir hoy a alguien es que resulta previsible. En una sociedad saturada de estímulos para el cambio, invadida de «novedismo», como decía Sartori, ser previsible es, de hecho, de las peores cosas que se puede ser. El «nomadismo», por el contrario, ha adquirido un prestigio enorme y asociado al concepto de «reinventarse» resulta absolutamente «cool». Si además el nómada es imprevisible y cambia de dirección según el viento que le da, entonces la cosa es ya para caer rendidos de admiración.

Pensamiento lateral. Es el «mantra» en el que llevan educando a los directivos desde hace al menos un par de lustros. Se trata no solo de que pensemos diferente, identificando los patrones y saltándonoslos, sino más bien de que pensemos y sobre todo actuemos sin patrones, de modo que nadie sepa por dónde vamos a salir. Cuando decimos que un profesional es imprevisible, lo que queremos decir en realidad es que es genial, innovador, disruptivo, inspirador, sorprendente, alguien verdaderamente digno de admiración. Cuando decimos que es previsible, queremos significar lo contrario: es cuadriculado, carece de imaginación y no aporta valor.

En el ámbito personal no es diferente. Ser previsible equivale a ser aburrido. Solo con escuchar la palabra nos entran unas ganas enormes de bostezar. En cambio, la etiqueta contraria para una persona nos estimula a querer conocerla más. Al imprevisible lo rodea una especie de halo de misterio, de fascinación, que lo convierte incluso en deseable. ¿Hay algo más sexy que un hombre o una mujer que no se deja conocer del todo, que hoy es una persona y mañana otra distinta, tan difícil de desentrañar que ni siquiera ella parece capaz de entenderse a sí misma?

Y sin embargo, si lo pensamos con un mínimo detenimiento, esa fascinación por lo imprevisible no solo resulta un fenómeno propio de los nuevos tiempos sino que también resulta enormemente paradójica y lesiva. En realidad no hay un obstáculo mayor para las relaciones personales que acostarte un día con una persona y levantarte con otra distinta, tener por la mañana un colega de trabajo y que ese colega se torne otro diferente según el tiempo, la situación o el escenario. Las relaciones personales entre personas incapaces de pronosticarse con un cierto grado de eficacia están directamente condenadas al fracaso.

La mayor forma de crueldad es también la que se administra de forma aleatoria. Recuerdo una escena absolutamente trágica de la película «La lista de Schlinder» en la que la criada del oficial de las SS Amon Göth confesaba que lo que más le aterraba de él era precisamente lo absolutamente impredecible que podía llegar a ser. Tan impredecible que unos días le pegaba unas palizas enormes y otros parecía arrepentirse. Tan impredecible que las conductas que a veces le agradaban en otras ocasiones le enfurecían. Tan impredecible que era imposible encontrar un patrón en su forma de administrar la violencia. No todos los imprevisibles son naturalmente asesinos pero convertir la imprevisibilidad en un valor absoluto es ciertamente peligroso.

Desde el punto de vista social, el progreso de la humanidad es en gran medida una conquista de las condiciones que hacen más previsible la existencia humana, no solo nuestra vida como individuos sino nuestra vida en sociedad. La previsibilidad jurídica es, así, absolutamente esencial para la actividad económica y empresarial, para la protección de los derechos individuales y para el bienestar social. Una sociedad en la que hoy las leyes son unas y mañana son otras es una sociedad que no puede prosperar en absoluto, incluso si esas leyes son dadas de forma democrática. Las sociedades más avanzadas (y normalmente más democráticas también) son lo contrario: aquellas en que las condiciones para los negocios y la vida pública son estables y los cambios más o menos previsibles.

La previsibilidad (que no es monotonía y de hecho puede estar llena de diversidad) favorece, en suma, la convivencia y por tanto la felicidad de los hombres (como seres sociales que somos). La imprevisibilidad, en cambio, tan prestigiada hoy, tan «disruptiva», es emocional y caprichosa, y nos conduce -como individuos, organizaciones y sociedad- a un precipicio de soledad, egoísmos e irracionalidad.

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