Antología de artículos de Romero Murube publicados en ABC de Sevilla
El pecado de la Plaza del Duque
Hemos querido buscar en esa importantísima ciencia moderna que es el Urbanismo cuál sería su primordial y último concepto, definitorio... No vamos a presumir ahora de una sabiduría de acarreo, facilísima de buscar y adquirir, incluso con aportación de nombres impresionantes con algunas dobles uves, haches o efes interiores, amén de dudosas cacofonías prosódicas nórdicas o danubianas. Nada de eso. Turdetanos, y a la sombra magistral de la Giralda. Seamos sinceros y no olvidemos nunca que el traje más sabio y elegante es el de la sencillez y el de la modestia.
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Urbanismo es... Armonía . Armonía es la complejidad inmensa que resulta de una ciencia que regula con razón y con belleza la vida inmediata de los, hombres, por campos, pueblos y ciudades. Su complejidad nace de esa infinita —reflejo de Dios en sus criaturas—, de esa infinita gama de las humanas necesidades, unas de tipo físico y otras de orden espiritual. Porque las ciudades, como conjuntos humanos, tienen cuerpo y alma. Toda ciencia urbanística que no atienda más que a las razones materiales de la existencia, será un urbanismo monstruoso, porque olvida el aspecto más noble y jerárquico de la naturaleza humana. Y a la recíproca: una ciudad no puede ser sólo un conjunto de catedrales, monumentos y jardines. El urbanismo ha de atender con igual celo al buen orden de las mínimas materialidades, primarias e inmediatas, a la salubridad, juego social, educación infantil, aposentamientos, mercados, vías, seguridad del tráfico, etc., etcétera.
«Están ocurriendo cosas en Sevilla que nos hacen sospechar que se desconocen, o lo que es peor, que se conculcan a sabiendas, estas elementalísimas leyes armónicas»
Y todo, ello, lo nobilísimo y lo prosaico, lo superior y lo callejero, fundido en un orden armónico. Orden del que nace la suavísima belleza, como en el cuerpo humano él espíritu mueve y gobierna, con la inteligencia, la diversidad copiosa de las más difíciles y elementales anatomías. Perdónesenos toda esta ciencia de perogrullo. Pero es que están ocurriendo cosas en Sevilla que nos hacen sospechar que se desconocen, o lo que es peor, que se conculcan a sabiendas, estas elementalísimas leyes armónicas, fundamento inicial y primario de la más capital ciencia y gobierno de las ciudades, el urbanismo. La casa que está apareciendo en la Plaza del Duque, esquina a Alfonso XII , es la construcción más antiurbanística que pueda erigirse en una ciudad como la nuestra. Primero, por su morfología, totalmente inadecuada y desarmónica con los edificios, palacios y calles que la circundan. Sevilla no es Brasilia ni Caracas ; felizmente es algo más: Sevilla es una jerarquía espiritual con veinte siglos de depuración. Esto quizás le suene a hueco a algunas personas. Lo vemos y lo comprendemos. Y también comprendemos que ciertas sensibilidades y sentimientos no están al alcance de todas las personas. El margen de limitaciones humanas es insospechado. Napoleón no comprendía ni a las mujeres ni la música.
«El alma de Sevilla ha quedado manchada con un horroroso pecado de desarmonía»
Segundo. Es antiurbanística aquella construcción, porque allí se hacía lo prescindible, y así lo ha preceptuado la Oficina Técnica Municipal —¿por qué no se ha cumplido?— una ampliación viaria achaflanada, que evite el constante peligro, la molestia de una circulación cada día más intensa, estrangulada y sin visibilidad posible. Las dos razones son potísimas y vitales. Volviendo al símil de que las ciudades tienen alma y cuerpo, el alma de Sevilla ha quedado con aquella caprichosa construcción que nosotros no entramos a juzgar si es buena o mala, sino impropia e inadecuada en aquel sitio, el alma de Sevilla ha quedado manchada con un horroroso pecado de desarmonía . Contra la libertad de criterio o conveniencia de algunos, debe estar la autoridad municipal, nunca respaldada como ahora por el sentimiento y la seguridad vital de toda la urbe. Dios quiera que en aquella esquina no surja un día el doloroso accidente de tráfico. ¿Sobre quién recaería radicalmente la culpa? Esto, en lo material. Que en el otro aspecto, con aquellos voleos y volúmenes, agresivos, ya tenemos otra espina clavada en lo más sensible del espíritu de la ciudad. No queremos entrar y lo puede pedir cualquier ciudadano en la menudencia burocrática de este desastre. Ni escuchar el comentario y runrún de la calle. Es molestísimo y copioso. Pero, póngale usted puertas a las imaginaciones. Lo que sí creemos es que el Ayuntamiento tiene la imperiosa obligación de enmendar lo ocurrido. Porque pocas veces hemos visto una reprobación ciudadana más unánime y encendida . La representación de la urbe no puede permanecer indiferente y pasiva ante este latido, este sentimiento que unifica a la inmensa mayoría de sus representados. El asunto en sí es grave. Y como precedente puede ser funestísimo. También puede resultar ejemplar. Los munícipes sevillanos tienen la palabra. Y los sevillanos, la esperanza...