La vida cotidiana en tiempos del Covid
«La pandemia del coronavirus va a dejar más huella de lo que la gente cree»
Aburrimiento, miedo, estrés: el virus nos confronta con nuestras limitaciones

Casi un año después de las primeras medidas restrictivas para contener la pandemia de la Covid-19, sus efectos sobre la vida cotidiana todavía no se han evaluado en toda su profundidad . Ese es el punto de partida de un libro colectivo del ... que ha sido compilador el profesor de Antropología de la Universidad Pablo de Olavide Alberto del Campo Tejedor: ‘La vida cotidiana en tiempos de la Covid’ .
Una docena de estudios, de muy diversa consideración, se han propuesto examinar la cuestión justo desde donde enuncia el subtítulo, ‘Una antropología de la pandemia’ , de la obra colectiva editada por Los libros de la Catarata con fines solidarios pues todos los autores han renunciado a sus derechos en beneficio del Instituto de Estudios Sociales del Mediterráneo, África y Latinoamérica. A pesar de la urgencia con que se concibió la obra colectiva, el libro pretende analizar con cierto detalle los efectos de la enfermedad: «El impacto antropológico se va a ver durante años y años, porque la pandemia va a dejar más huella de lo que la gente piensa».
El teletrabajo , por ejemplo. Sus implicaciones futuras no somos capaces de descubrirlas en estos momentos, aunque empezamos a atisbarlas. Empezando porque sólo un 30 por 100 de la masa laboral puede teletrabajar; un ejército silencioso de recolectores, camareros, albañiles, operarios de maquinaria, conductores o personal de distribución tiene limitada esa posibilidad. Incluso entre población que supuestamente podría considerarse privilegiada.
Es el punto de partida de un interesante trabajo conjunto que firman Brigidi, Mancinelli, Leyva-Moral y Bieto sobre trabajadoras de clase media y media alta tomando como universo de su investigación las madres de un elitista colegio bilingüe italiano en Barcelona.
Tareas domésticas
Una conclusión sobresale por encima de todas: «El relativo privilegio de trabajar desde casa no disminuía las responsabilidades y demandas familiares». Aun más, el confinamiento de hace un año sobrecargó de tareas a esas madres trabajadoras con «tareas que habitualmente solían delegar en una red de ayuda exterior, remunerada o informal: niñeras, abuelos u otros familiares cercanos».
Su aproximación es necesariamente novedosa, como explican los propios autores poniendo el dedo en la llaga: «Resulta más fácil obtener financiación para investigar las desigualdades de género en clases empobrecidas. Sin embargo, mostrar la pobreza o la violencia, trabajar sobre ellas, no significa necesariamente combatirlas».

El coordinador de la edición, el antropólogo sevillano Del Campo Tejedor abunda en esta idea: «Los políticos toman medidas para una clase media que trabaja en oficinas creyendo que están tomando decisiones para el común de la población» . En el volumen colectivo, Hugo Valenzuela-García, doctor en Antropología y profesor asociado en la Autónoma de Barcelona, no se anda por las ramas: «Los aspectos negativos percibidos parecen superar a las ventajas. Diversas encuestas realizadas por consultores demuestran que menos de un 35% de los trabajadores está a favor de continuar teletrabajando».
Y enuncia en su ensayo algunos de esos aspectos negativos que los teletrabajadores han comenzado a sentir conforme se prolongaba su alejamiento de la oficina: «saturación y autoexplotación», «sentimiento de soledad», «falta de comunicación real», «dificultad para separar el ámbito doméstico del laboral», «confusión, incomodidad y sensación de desorden» al fundirse los espacios domésticos y laborales cuando no «incapacidad para compatibilizar lo doméstico y lo laboral».
Teletrabajo
El trabajo a distancia «tiende a difuminar una serie de fronteras culturales, posiblemente artificiales, pero ampliamente compartidas que separan espacios, tiempos, disposiciones y hábitos comportamentales».
Alberto del Campo lo resume de modo gráfico con un ejemplo tomado de la vida real: «Alguien me decía paradójicamente: ‘Estoy echando en falta a mi jefe’» . Un reciente estudio de la Fundación BBVA viene a confirmar esta percepción: «Los españoles perciben cada vez más los efectos indeseados y facetas negativas. Hay un acuerdo por encima del 8 sobre 10 respecto de que usar internet supone un problema en términos de privacidad, seguridad, veracidad, posible acoso y exceso de publicidad».
Mayoría social
Los trabajadores perciben cada vez más los efectos indeseados y facetas negativas del teletrabajo
La primera consecuencia no ha tardado en llegar. Según este estudio de la Fundación BBVA, «en el plano personal, seguramente por el grado de confianza y privacidad que implica la interacción, los españoles declaran mayoritariamente su preferencia por el contacto cara a cara , no mediado por la tecnología digital, tanto para conocer amigos como pareja».

A este respecto, Valenzuela-García concluye su artículo en el libro colectivo con una salutación algo inquietante: «Nos vemos cada vez más abocados a experimentar nuestra realidad a través de una pantalla. Bienvenidos/as a la telesociedad». Sería el corolario evidente tras la irrupción del teletrabajo, la telemercadotecnia, la teleatención sanitaria, el teleperitaje o la teleformación. «La existencia misma, más allá del trabajo, se ha decantado hacia el modo virtual», llega a decir.
Nueva sociedad
La profesora Ana María Huesca González , de la Universidad Pontificia de Comillas, firma otro capítulo en el libro sobre el sentimiento de inseguridad y los temores sobrevenidos bajo una premisa muy clara: «El virus está resocializando a la humanidad» . La distancia social, el aislamiento, la seguridad de no tener trato con el prójimo a través de la reducción progresiva de interacciones sociales está redefiniendo el modo en que convivimos: no se invita a nadie a casa, los niños no pueden jugar juntos, se clausuran parques infantiles, se hacen gestiones y compras tras las onmipresentes pantallas de metacrilato…
«El miedo al virus es el principal nexo que comparte la comunidad; sin embargo, más que unificar, este miedo está dividiéndonos», escribe la profesora Huesca y pone el foco de su atención sobre los niños que se están criando con «la particular cultura de su microentorno». Y todavía falta por descubrir cómo será esa nueva «etapa postsocial o antisocial» derivada de la falta de contacto humano: «Es como estar metidos en una bola de cristal, que dentro de cincuenta años será observado por otros y verán en ella estas transformaciones pandémicas y pospandémicas que explicarán los comportamientos del futuro».
Resocializar
«El miedo al virus es el principal nexo, pero más que unificar, está dividiéndonos»
En su trabajo, la profesora Huesca se refiere a la incertidumbre que se ha instalado en nuestras vidas: e n torno a un 99% de la población sintió esa inseguridad en los primeros momentos . Y todavía hoy, casi un año después de aquel primer confinamiento, dos tercios de la población asegura sentir incertidumbre. El otro sentimiento generalizado es el de aburrimiento, al que alude José Antonio González Alcantud , catedrático de Antropología Social de la Universidad de Granada, en su artículo siguiendo la frase del filósofo alemán Rüdiger Safranski: «En el aburrimiento experimentamos el susto del vacío interior» . Sostiene el antropólogo granadino que «la pandemia ha devuelto la actualidad, la presencia, a la muerte. Una muerte que aprovechamos para salir de la cultura del simulacro».
Aburridos y temerosos
La práctica deportiva y la vida social resultaron las grandes damnificadas durante la etapa más restrictiva de la clausura en los hogares de hace un año. En el capítulo titulado ‘Los confines del confinamiento’, los profesores Mesa-Pedrazas, Duque-Calvache y Torrado examina los anhelos de los ciudadanos enclaustrados con una conclusión sorprendente: «Paradójico es cómo se echa de menos la movilidad precisamente al salir del confinamiento duro, siendo más soportable la fase de encierro absoluto que la caracterizada por una movilidad pautada y restringida».

Con todo, hay quien no experimentó que el encierro en casa le privaba de nada: un 0,3% de los encuestados en su trabajo de campo dijeron que nada les faltaba, «lo que puede ser síntoma de una actitud absolutamente estoica o de que los sujetos ya llevaban una vida casi monacal con anterioridad al confinamiento».
En su estudio, aletea el ansia de libertad y el temor al contagio como dos polos antinómicos. Algo sobre lo que alerta Alberto del Campo : «Todo poder tiene la tentación de administrar las libertades, se trata de un fenómeno generalizado en todo el mundo contra el que hay que estar muy vigilantes porque la Historia nos demuestra que, bajo el pretexto de la seguridad, en este caso sanitaria, los Estados intentan poner límites».
Políticas de altura
Su discurso es muy crítico con los políticos: « Priman las políticas partidistas y para ello se toman decisiones políticas camufladas como sanitarias y científicas ; las administraciones no se coordinan, prima el cainismo, una confrontación demagógica en la que a diario nos estamos tirando los trastos a la cabeza sin una idea de Estado como en Francia, por ejemplo». También detecta «un exceso de discursos» a menudo demagógicos o reiterativos que no consiguen su objetivo.
No hay que quedarse sólo con lo negativo. «Hay un lado bueno de todo esto: nos sentimos vulnerables y nos necesitamos unos a otros», afirma Del Campo. Su razonamiento parte de que cada generación experimentaba esta vulnerabilidad a través de las guerras, pero que el largo periodo de paz en la sociedad occidental había hecho olvidar: «Veníamos de una fe ciega en la ciencia, el Estado e incluso el mercado» .

El libro tendrá continuidad en un segundo volumen a punto de salir: «Tal fue la avalancha de propuestas recibidas que nos obligó a limitar el número de capítulos a una cantidad manejable, teniendo que rechazar bastantes propuestas y, en todo caso, organizar la publicación de dos libros».
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