Reloj de Arena
Paco Cabrera de la Aurora: el precio de la mistela
Fue el impulsor de la Bienal, un hombre culto del pueblo, amigo de Mairena, de Romero Murube... Un personaje
![Paco Sánchez Cabrera, en la imagen con Romero Murube, se puso su nombre «artístico» cogiendo el apellido de su madre, que era de Las Cabezas de San Juan, y uniéndolo al de la Virgen de la Aurora de Los Palacios, ya que la familia vivía en la calle donde estaba su capilla. Se formó en el colegio del pueblo y fue el impulsor de la cultura local. Muy recomendable su libro «Pámpano, panoja y esquilmo»](https://s2.abcstatics.com/media/sevilla/2019/11/16/s/paco-cabrera-mistela-kP7G--1248x698@abc.jpg)
Breve de estatura, largo de ingenio, chisposo como el aguardiente y con la habilidad de un tenista de Wimbledon para devolver las pelotas más malajes que algún guasa le tirara a la cara, este tipo nunca fue del montón. A cada malajá respondía con un revés de izquierda que siempre se ajustaba a la línea de fondo de la pista de los artistas, para sumar punto, set y partido con el colofón de su réplica. Réplica que o bien era de caracolillo o bien una sentencia honda. Paco Cabrera fue así hasta que subió para la peña de la gloria. Un cabal capaz de convertir la peña flamenca más aburrida de Bruselas en la sucursal de la Venta Vargas. O de ganarse la portada de la revista Forbes por los números negativos que daban sus festivales de la Mistela en Los Palacios. Pero lo que nadie puede discutirle, porque son suyos los poderes, es que fue la bombilla luminosa que encendió la idea de hacer una bienal de flamenco en Sevilla. ¿Cómo podía haber caracolás, potajes, gazpachos, urtas y minas con cumbres del flamenco y Sevilla ajena a la cosa y en fuera de juego, sin sitio siquiera en la cocina para esperar, como los artistas del bronce antes de salir a cantar, a que unos señores se echaran palante y organizaran un festival? Paco Cabrera siempre sostuvo que Sevilla es la cama donde se hace el flamenco. Y un buen día, de esos que la luz traspasa los cristales de la conciencia, se fue para la peña Torres Macarena, a tantear la situación y ver qué posibilidades había para sacar a Sevilla del hoyo del absentismo y montar un concurso como el de Córdoba. Las opiniones debieron cuadrarle. Porque llamó a las puertas del Ayuntamiento, se entrevistó con el poeta de Archidona y Jose Luis Ortiz Nuevo impulsó la idea para que naciera, en la cama de Sevilla, la bienal de Flamenco.
Dicen que el serio y grave Antonio Mairena, con el que había que guardar las distancias como con los camiones de mercancías inflamables, solo le aguantaba bromas a Paco Cabrera. Quizás porque Paco era un pozo de sabiduría. Y un corazón al servicio de la causa flamenca. Lo del pozo lo hizo realidad en la peña palaciega «El Pozo de las Penas», que solía atiborrarlo hasta el borde de manzanilla sanluqueña para que los duendes volaran con las alas albarizas de su soltura y las gargantas cogieran el calor de la inspiración. Por esa peña han pasado los más grandes. Bien al calor de su eco purista. Bien como complemento del festival de la Mistela que Cabrera organizó para demostrarle al mundo que el arte va por la ventanilla de los escogidos. Y el presupuesto por la de objetos perdidos y de difícil hallazgo. Ahora que las tesis de muchas facultades se hacen muy pegadas a la realidad de la calle, no estaría de más que alguien, con oído para las bulerías y compás con los números, hiciera el balance total de las Mistelas que organizó Paco Cabrera a lo largo de su historia. La mayoría se abrazaban a la insolvencia. Tanto que, el Rerre, con muchísima picardía, solía decirle a Paco Cabrera: «Paco, hijo, ¿aquí cuánto hay que poner para irse?». La frase es tan redonda y recoge con sobrada elegancia e ironía lo que la Mistela daba de sí que Alberto García Reyes la recogió para ilustrar un pasaje de su redondísimo pregón de Semana Santa. Sin dudas, las sillas de la carrera oficial nunca arrojaron números tan negativos.
Pero hay más. Porque la Mistela y sus balances fueron un continuo reto para su creador. Mairena ayudó muchísimo a Paco en su empeño de que el dulce néctar del flamenco llenara la botella verde con su esencia. Costara lo que costara. Un año caprichoso en el que los astros se conjugaron para mirar con ojo de plata el festival de Paco Cabrera, los números salieron alegres y briosos, dispuestos a dejarse repartir entre los artistas. Paco se fue para Juan Peña El Lebrijano y le dijo: «Juan, que te voy a pagar». Y el portentoso gitano rubio lo miró desde la celeste claridad de sus ojos entre la expectación y la reserva, no fuera que aquella noticia viniera de la mano del queo. Cuando El Lebrijano entendió que la cosa iba en serio, le dijo al hombre que alambicaba, con su dedicación y entrega, la Mistela: «Paco, yo no vuelvo más por aquí. Esto ya no es lo que era…». Cuentan que tenía una visión comercial entre la picardía caló y el desahogo del marketing de los intermediarios de boxeo. Vendía quinientas entradas para el festival y colocaba cuatrocientas sillas. Para asegurarse un éxito de público, con gente en pie por aforo completo. Pero donde la mistela de su sangre derramó dulzura y afecto fue cuando creó, junto con Manuel Herrera, la ITEAF, una especie de fondo asistencial para aliviar los años difíciles de los que fueron grandes, desde La Piriñaca a Juan Talega. Si quieren rastrear la gloria que lo acompañó, su hija Rocío ha convertido la venta El Cachopo, en la carretera de la Isla, en una especie de memorial del hombre que se inventó la Bienal, con fotos, placas y reconocimientos que lleva Paco Cabrera en la reluciente guerrera de su activismo flamenco.