RELOJ DE ARENA

Paco Arcas: Las golondrinas del patriarca

Fue marinero, cartero, sindicalista, tabernero, socialista y patriarca de Triana

Arriba, a la izquierda, Paco Arcas con unos amigos

Félix Machuca

No tuvo la paciencia de su padre para trabajar en un taller de vírgenes y crucificados en la calle Castellar. Y se montó en un barco llamado libertad para irse lejos de Sevilla buscando, quizás, a la chica de Ipanema o la fórmula exacta y flamígera de la caipiriña en los fondeaderos de Brasil. Fue camarero de un mercante y un galán de copla con un amor en cada puerto, pese a que ni era hermoso y rubio como la cerveza aunque si llevara ya en su pecho tatuado un corazón tan grande como su simpatía y desahogo.

Estuvo embarcado una temporada larga, hasta que se hartó de los tambores de la batucada y soñaba con los redobles de la madrugá de Pureza . Desembarcó en Barcelona, se hizo cartero y esposo de su señora, para venirse hasta Sevilla y convertirse en sindicalista y tabernero. No hay un curriculum más disparatado. Buscavida en estado puro. Pero todas estas actividades juntas, más el espíritu de su dueño, dan como resultado la personalidad exclusiva e intraspasable de Paco Arcas.

Aterrizó en Triana como esos personajes del mesogiorno que llegaban a la Little Italy de Nueva York para hacer fortuna a base de ingenio, trabajo y estar en el sitio oportuno a la hora indicada, pese a que no se llevaba bien con los relojes. Cuentan que en una reunión ugetista en los locales de San Bernardo llegó una hora más tarde de la prevista, causándole tanta contrariedad que tuvieron que decirle que había más días que ollas y que le diera al asunto la importancia que tenía.

Y la importancia en Triana era llamarse Paco Arcas. Convirtió el bar Las Golondrinas en la versión castiza y a menudo con garbanzos del café de Rick´s de Casablanca. Sin pianista ni conspiraciones. Pero con mucho más compás y con unos aliños de melva y pimientos asados que sobre las bandejas eran puras películas en technicolor.

La política acabó de darle el pedestal y las influencias que nunca persiguió. Fue el alcalde socialista de Triana con Manuel del Valle en la Alcaldía. Y se convirtió en una especie de padrino o patriarca del barrio que no sabía decir que no. Llegaba al bar uno con el sable en la mano para pinchar la bolsa de la caridad y Paco Arcas echaba mano a la cartera y ponía sobre el mostrador las pesetas que fueran.

Salvó al equipo de fútbol del barrio de desaparecer, haciéndose presidente y aflojando lo que se necesitara para balones, camisetas y fantas en los descansos. Estuvo detrás de la gestión que compró la casa de los Mensaque en San Jacinto para sede del distrito. Y también intervino decididamente en rescatar la Casa de las Columnas de una muerte anunciada. Ocurrente, anárquico, vitalista e imprevisible como el bote de un balón de rugby, le decía que sí a lo primero que le plantearan. En ámbitos municipales entendieron que el bitter kas y el cuba libre no casaban bien.

Y le colocaron a un secretario, Baldomero Morillo, encargado de restar los síes del jefe. Lo hizo con tanta eficacia que la guasa del barrio lo bautizó como el Doctor No . Arcas resucitó la revista Triana. Y en una de las reuniones de redacción de los viernes en Casa Cuesta se presentó con Silvio. Llegaron empapaditos por dentro y secos de complejos por fuera. Se sentaron, empezaron a cantar y Silvio casi se rompe los nudillos haciendo compás sobre los veladores de mármol. Si lo hubiera visto Armiñán incorpora la escena al Juncal inalcanzable de su serie televisiva. Arcas no bebía agua. Tenía buen gusto. Y una vez, con el compañero Paquiño Correal, que fue a entrevistarlo para hacerle una doble página en Diario 16, comprobó que una tarde por Triana con el patriarca tenía consecuencias poco sobrias. Llegó a la redacción tan perjudicado que le dijo al director: Román mañana te escribo el reportaje. Hoy estoy borracho…

Muchos consideraron que Paco Arcas, cuando se propuso revitalizar la velá del barrio, no andaba muy despejado, proponiendo entre las novísimas atracciones el concurso del beso. Ganaba la pareja que firmara el beso más largo y tórrido, como aquel en la playa en «De aquí a la eternidad». Para las estrecheces de las calles de la opinión de la época aquello fue como una película de exhibición de productos cárnicos en una sala X. Recuerda Ángel Vela que las marías de los corrales, con sus moñas de jazmines en la cabeza, se quedaban mirando la escena como si fuera una secuencia del infierno de Dante.

Pero Arcas alcanzaba la gloria viendo a la señora de Pureza. A Emilio Pareja, concejal popular en el Ayuntamiento, le pidió que le cambiara la guardia en los palcos para poder verla. Y recuerda Pareja los lagrimones de Arcas en su rostro al paso de la Esperanza. Otra madrugada le tocó la guardia al patriarca y cuando su Virgen pasaba delante de él, la cuadrilla levantó el faldón y gritó: ¡va por ti, Paco Arcas.! Y se llevaron bailando el palio marinero hasta la esquina casi del Banco de España , para regresar, nuevamente, al sitio del padrino. Dicen que aquella noche se vio volar su espíritu con las golondrinas de plata de la calle trasera de Betis, su otro gran amor…

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