Reloj de arena
Otto Moeckel von Friess: La vara dorada del Kaiser
El alemán que había venido a Sevilla a electrificar la ciudad entró en las cofradías por casualidad
Resulta increíble. Pero así fue. Aquel niño rubio, de ojos claros y descendiente directo de los alemanes que electrificaron la ciudad y sacaron a las grandes fincas de la provincia de la oscuridad del mundo antiguo, entró en el universo de las cofradías por casualidad. Sus vecinos, la familia Arcenegui , le transmitieron a su madre Enriqueta si su hijo único quería ser hermano del Baratillo . Corría el año 1938. Ese primer miércoles santo no pudo salir de nazareno por estar interno en Utrera por voluntad propia. Pero el año siguiente disfrutó de ese estado de ánimo tan especial que supone salir a la calle bajo un antifaz. Y en el corazón de Otto aún deben de bullir sensaciones que se le quedaron grabadas en ese libro de registro intachable que son las emociones. Tres años más tarde ingresó en la Borriquita . Todo transcurría dulce como los caramelos. Hasta que un grupo de chiquillos hizo un comentario y Otto se enteró: «mira, parecen niños de un orfanato...». Aquello le llegó al alma porque, precisamente, él era huérfano de padre. Y hasta allí llegó su paseo con la Borriquita. Desde 1939 no ha dejado de salir ni una sola vez con los hermanos de la sarga azul. Solo la lluvia con su malajura se lo impidió en poquísimas ocasiones.
Lo que descubrió Otto Moeckel en el Baratillo solo puede explicarlo él. Porque desde entonces su mundo cabía en los límites infinitos de una capilla tan pequeña. Fuera de aquellos metros cuadrados el mundo podía esperar. Le entregó su vida entera, desatendió su bonancible negocio y la familia la puso a disposición de lo que pidiera su Piedad. Por Cuaresma, cuando los relojes suenan para despertar a las parihuelas, por Adriano era costumbre ver pasar a los hermanos Moeckel junto a su padre llevándolas desde el almacén familiar a la capilla baratillera. Una vez los paró la policía armada, en un exceso de celo, sospechando que aquellos individuos en vez de llevar el esqueleto del paso se llevaban lo que no era suyo. El arrebato baratillero de don Otto creció con la guía indesmayable de su espíritu alemán. Ese que nunca perdió jamás. Y que lo llevó, por ejemplo, a construir él mismo el cuarto de insignias, de tan perfeccionista exactitud que, uno por uno, todos los emblemas de la hermandad caben en perfecta disposición por su orden de salida en la procesión. En otra ocasión se llevó un tiempo dentro de la capilla para que las sillas estuvieran todas milimétricamente dispuestas. Siempre anduvo obsesionado por encontrar la perfección. Sevilla entró en su vida navegando por el Arenal y por las tapas en la Flor del Toranzo y El Punt o. Pero la Alemania de sus abuelos paternos y maternos la llevaba en su código genético, con acento de Sajonia y de Bavier a. Solo así se entiende que, en su casa, los Reyes Magos dejaran tres regalos por hijo, pues tres son los magos de Oriente Y solo así se puede entender que, en el artículo que le dediqué a la muerte de su adorable esposa, María del Carmen Gil Otero , censurara que sus hijos no figuraran por orden de mayor a menor y que al no citarlo en el mismo, se preguntara en voz alta: ¿es que esta señora era viuda? Genio y figura
Ha sido Hermano Mayor del Baratillo, Hermano de Honor, Hermano Protector, medalla de oro de la hermandad y ostenta la medalla de la ciudad de Sevilla. Dicen que sus zapatos lucían las hebillas de nazareno hasta el mismo Domingo de Resurrección. Y que nunca le dio trato de favor a nadie, ni siquiera a los suyos. Cuando su hijo Joaquín fue hermano mayor del Baratillo más de una vez se opuso a lo que defendía el conocido abogado del Arenal. El agrimensor que trazó la recta de Los Palacios bien pudo inspirarse en la pauta de conducta de este hombre para hacerla tan derecha. Un ex hermano mayor del Santo Entierro, una de sus hermandades junto al Silencio y Jesús Despojado , sostenía que jamás habló mal de nadie, algo que lo convierte en una rara avis en un mundillo como el cofrade, donde si no eres bífido no pasas el control de calidad. No largaba, pero actuaba. Un día se fue con unas cuerdas a medir las estrecheces de la Casa de la Moneda por donde quería hacer pasar la cofradía. Y le dijo Ariza el Viejo que se olvidara, que por allí no cabían. Don Otto insistió: por ahí caben los pasos. Aquello permitió que el Baratillo demostrara que tenía un Kaiser con vara dorada como Hermano Mayor. Y que el barrio pudiera verlo por un itinerario nuevo y muy atractivo. Y nueva, atractiva y generosa fue la idea de hacer salir a la hermandad hacia la izquierda para darle la cara a todas las calles del barrio. A sus noventa y un años ha tenido la dicha de ver cómo su hijo Joaquín ha recibido la misma distinción que él, la medalla de oro del Baratillo. Para quizás responderse que sí, que valió la pena todo lo que perdió a cambio de lo que la Piedad le devolvió…
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