Coronavirus en Sevilla

Octavo día de encierro en Sevilla: la ciudad fantasma

La tónica general es la del vacío, en las aceras y también en el asfalto, pero con algunos sonrojantes matices

El puente del Alamillo, en lla inusual realidad del estado de alarma Juan Flores

R.S.

El confinamiento por la pandemia de coronavirus encara su segunda semana y en el ánimo general la lección está bien interiorizada. Apenas se ve «vida» en las calles de Sevilla , lo cuál es especialmente llamativo en lo que a carreteras se refiere.

La presencia de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado convive con la de aquellas personas que deben salir a comprar y que así lo demuestran cuando los agentes les requieren el motivo de estar fuera de casa. Pero el temor a cruzar la frontera del hogar no debe venir por el daño económico de una multa, sino por el del omnipresente virus. Por ello, insistimos, hay que seguir quedándose en casa.

Stella Benot . Antes de salir para el periódico he discutido con mi hijo Juan, «aprovecha para escribir, mírale el lado positivo a esto». Su respuesta me ha dejado sin palabras: «Escribo de la vida no contra ella». Cuando he salido a la calle, completamente desierta y con muchísimos aparcamientos libres, he pensado que tenía razón. Pero me ha adelantado un coche de policía nacional, con los agentes (parecían muy jóvenes), pertrechados con sus mascarillas y sus guantes; y una ambulancia con un conductor ataviado de similar manera. Todo ello con una preciosa luz de primavera. También había una chica estudiando en un balcón, aprovechando el sol y con los apuntes abiertos sobre sus rodillas, y un indigente colocando sus cosas en el rellano de la entrada de un edificio de la Junta que permanece cerrado. Al llegar a la redacción, muchos compañeros me han sonreído, con sus guantes y a más de dos metros de distancia.

Candela Vázquez. El segundo lunes del confinamiento ha sido más «serio» que el primero. En Triana no hay un alma en la calle desde primera hora de la mañana. Sólo se escuchan de fondo los ruidos de una obra cercana que rompen con el clima de tranquilidad - algo agobiante - que impera en uno de los barrios más jaleosos de Sevilla. Acercándome al origen de los ruidos como la que se arrima a un espectáculo callejero, compruebo cómo los trabajadores de la construcción no llevan ni guantes ni mascarillas, y mucho menos guardan entre ellos la distancia de seguridad. La sensación de inmunidad es tremenda, como si esa pequeña obra se desarrollara al margen de la realidad.

En mi escueto paseo también observo los aparcamientos disponibles, dignos de ser fotografiados, ya que Sevilla no tiene por costumbre ofrecernos dicha estampa. Y me viene a la mente una pregunta: "¿Por qué? Si todos estamos congelados en este espacio y tiempo". Por la tarde, cinco minutos antes del aplauso sanitario, mientras tiendo la ropa correctamente desinfectada escucho a los vecinos comentar: "Mira, mira, los de enfrente ya tienen abierto". El tono de nerviosismo recuerda al niño que espera con ilusión a los Reyes Magos, y me quita de golpe y porrazo esa duda que me rondaba sobre si los aplausos diarios eran o no convenientes.

Fran Montes de Oca . Cada vez hay más grises en Los Remedios. Menos gente en la calle. Eso debe ser y es bueno. Concienciarnos del aislamiento, el arma que parará a este maldito bicho que nos está robando vida. A muchas familias, vidas de verdad, en su sentido más tangible y trágico. Sin el reparo siquiera de una despedida. Da impotencia, miedo y más respeto ver cómo los días en las arterias del barrio se van por los sumideros para siempre. Primavera que nunca volverá y triste para el eterno recuerdo. Los Remedios es ese barrio donde los más pequeños colapsaban la calle Asunción (esa gran vía convertida en enorme parque peatonal) para llenarnos de vitalidad cada tarde. Impagables sonrisas, miradas que levantan el ánimo de cualquiera. Ese ir y venir matinal de trabajadores y trabajadoras. Los cafés indispensables por cada esquina. El vigor estimulante y el ajetreo de las tiendas. El barrio que ya soñaba con ver desfilar a Las Cigarreras y el mismo que estalla cada año con la máxima expresión de la alegría, en mayúsculas para el mundo que ahora sufre: la Feria de Abril. Nada. Todo sea por nuestros mayores. Merecerá la pena este encierro. Claro que lo vamos a conseguir. Pero me duele también por esos pequeños. Y por los jóvenes. Mucho. A ellos les han hurtado para siempre una primavera en Sevilla. En Los Remedios.

Fran Piñero. Hoy he salido a comprar. Es la segunda vez que me atrevo a hacerlo desde que se decretó el confinamiento obligatorio. Y lo planteo como una osadía porque el simple hecho de salir a la calle hace que uno deba optar por el «kit de supervivencia»: guantes, mascarilla (que reutilizo por razones obvias de inexistencia) y productos de limpieza para cuando lo adquirido llega a casa. Lo sé, tal vez peque de aprensivo, pero ver como diariamente las cifras crecen y crecen sin esperar un pico cercano me hacen actuar así. Sin embargo, me sorprende ver cómo, aunque sean minoría, sigue habiendo personas que se lo toman mucho más a la ligera. Que en el propio supermercado la impaciencia lleve a personas a pasar muy cerca de ti, invadiendo esa distancia vital, es sólo una muestra más de situaciones que se siguen produciendo. Como la de ver a dos personas juntas por la calle, que se siguen viendo; o a transeúntes de manera individual, a los que les viene que ni pintado el término pues se intuye que su presencia en la calle no busca ninguna gestión más que la de airearse, o a tres personas ocupando el mismo vehículo sin temor alguno o intención de disimular, que también he podido contemplar, atónito, en las últimas horas.

Paradójicamente, dos imponentes furgones de la Policía se encontraban apostados este mediodía en la explanada que queda delante del Colegio Público Arias Montano, «el de los Moros» ( curiosamente hospital de refuerzo tras la Guerra Civil para combatientes musulmanes ), con numerosos agentes diseminados por la confluencia con la avenida de la Cruz Roja y Fray Isidoro de Sevilla. El control existe, pero la supervisión no puede estar en cada calle ni rincón. Esta claro que esta crisis sanitaria no se superará si aún sigue habiendo personas que creen que la historia no va con ellos. Porque el virus no es selectivo únicamente con los irresponsables.

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