Una cocina que data de 1890
«El que no tiene hambre no se pone en esa cola que da la vuelta a la esquina»
El comedor del Pumarejo cuadruplica en 19 años el número de personas que acude cada día para almorzar
Más de 300 huevos duros , pucheros con seis pollos y tres gallinas, 20 kilos de papas, 4o de chícharos o garbanzos, 390 barras de pan, 20 litros de aceite, peroles con siete kilos de arroz, una caja con 10 kilos de chorizo...
Todo eso y más se necesita cada día para un almuerzo de los que ofrecen las Hijas de la Caridad en el comedor benéfico del Pumarejo. Todo eso está en la cocina de azulejos blancos y cenefa de la casa, en los cinco almacenes donde guardan la materia prima y en cuatro salitas con cacharros de cocina y avíos de limpieza.
Porque todo allí todo es grande: peroles, cacerolas, espumaderas, batidoras, ollas, fregaderos, el grifo telescópico del fregadero, hornos, frigoríficos... Del tamaño del corazón de las hermanas, trabajadores, voluntarios y benefactores que hacen cada día posible que hasta 337 personas como se han contabilizado hace unos días almuercen dos platos y postre.
A las 8 de la mañana se abre esta cocina que data de 1890 . Ya no tienen que ir las dos hermanas desde el entonces hospital de las Cinco Llagas al Pumerajo a dar la comida, en la calle, a pie de plaza.
A las diez de la noche se cierra. Es como una cocina de una casa de familia en la que nunca se para, pero con mobiliario y electrodomésticos de acero.
Al frente está Sor Teresa Pastrana , de Vejer de la Frontera, con su delantal de tela -falda y peto- de cuadritos celestes y su cinta de vivo de muñequitos, porque el blanco liso no lo quiere, «que se ensucia con nada». Con ella, y con la trabajadora social del comedor, Ana Ruiz, varios cocineros y voluntarios de diferentes edades y nacionalidades, integrados en Sevilla y en este equipo.
Abderrahim es marroquí y no ha probado ni probará el jamón pero hace los pucheros divinamente. Cuando le pedimos que nos dijera algunos de los avíos que lleva los enumeró sin pensarlo, con sus variantes, según los gustos: pollo, gallina, espinazo, zanahoria, puerro, papa, apio, hueso blanco...
«Muchas noches cuando toca a la puerta un joven matrimonio con un bebé que«duerme en la calle frente a Urgencias»
A las 8 de la mañana se abre la cocina y a las diez y media ya están los más de 300 huevos cociéndose en una olla gigante -un truco para que no estallen es echarle un poco de vinagre- y en otra el chorizo -se sirve separado porque hay musulmanes y no lo comen- para acompañar a los 40 kilos de chícharos que se hacen en otra cacerola. Es la comida del día: Potaje de chícharos con chorizo, dos huevos y fruta, naranja y/o caqui porque cuando hay comida, que es casi siempre, repite quien quiere.
Sor Teresa se encarga de eso. Ella no puede «coger sueño» pensando que alguien tiene hambre o frío. Y por eso se levanta de la cama muchas noches cuando toca a la puerta un joven matrimonio con un bebé que «duerme en la calle frente a Urgencias y me piden una manta». Ella le da dos: una para abajo, y otra para arriba.
A todo le encuentra solución, con una gracia y una alegría que contagia. Hasta a los condicionantes de la «vida moderna». «Es que todo ha cambiado mucho -dice mientras se saca el movil del bosillo del delantal con los números de su propio teléfono anotados en una pegatina y le dice al comunicante que luego lo llama- porque, cuando yo llegué aquí hace 19 años dábamos comida a unas 80 personas y claro, daba tiempo de hacerlas casi artesanalmente. Las tortillas, los sofritos, era todo distinto. Ahora con tanta demanda no se puede hacer tanto como yo quisiera. Ayer, fíjese que tuvimos 337 comesnales y eso que era primero de mes y tienen la paguita que se van a comer donde quieren. La cola llegaba a no sé yo dónde. Daba la vuelta a la esquina y más allá. Hay hambre, hay hambre porque el que no tiene hambre no se pone en una cola».
La cola se ve tras el visillo de la ventana del comedor donde entran los usuarios por turnos. Y falta más de una hora para las doce del mediodía que se abre la puerta para que puedan entrar.
«Cuando yo llegué aquí hace 19 años dábamos comida a unas 80 personas y claro, daba tiempo de hacerlas casi artesanalmente»
Pero todo se está disponiendo ya. Un pequeño pasillo comunica la cocina con el comedor y un mostrador en el que se ordenan las bandejas de acero con compartimentos en los que va la comida. En el centro el vaso y los cubiertos reliados con las servlilletas de papel. Los manteles, también son de papel.
Detrás del mostrador otra sala con fregaderos y muebles para enseres de cocina y utensilios de los comensales.
La higiene es extrema y la lejía no se escatima . De hecho, cuando se le pregunta a Sor Teresa por las necesidades que hay dice que avíos de limpieza.
A eso huele la cocina cuando se acaba, pasadas, con suerte, las diez de la noche. A mistol y a la lejía, un olor que desprenden las encimeras y aparatos de acero a los que, para terminar, se les saca lustre con un abrillantador.
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