Sucesos

La misteriosa desaparición de la sevillana Ana Franco hace 20 años

La vecina del Polígono Norte salió un momento de su casa y nunca más se supo de ella

Aroa no puede frenar sus lágrimas al recordar a su madre Ana (en el detalle); detrás su abuela Cándida A. P.

SILVIA TUBIO

Un vaso de agua encima de la mesa, la tele encendida y unos juegos en el sofá. Esos son los últimos recuerdos que Aroa Franco Salguero tiene de su madre Ana . En diciembre de este año hará 20 años que jugó por última vez con su progenitora, desaparecida desde entonces. Un caso abierto policial y una herida sin cerrar para una familia del barrio sevillano del Polígono Norte que se resiste a hablar en pasado de Ana, porque a pesar del tiempo transcurrido siguen buscándola.

Ana tenía 22 años y era madre soltera de una hija de seis cuando se la tragó la tierra en diciembre de 1997. Su hija Aroa reconstruye lo ocurrido hace dos décadas con los fragmentos que quedan en la memoria de aquella niña que creció sin padres y lo que le ha contado su abuela Cándida, quien llevó el peso de la búsqueda hasta hace poco. Con 74 años y recién operada, prefiere ya quedarse en un segundo plano.

«Estaba jugando con ella en el sofá y de repente se levantó, se puso una rebeca vieja de mi abuela, unas zapatillas, se recogió el pelo con una pinza y se marchó. Le dijo a mi abuela que dejara la puerta abierta que bajaba un momento y regresaba». Y la puerta se quedó abierta, pero ella nunca volvió. «Había un vaso de agua encima de la mesa que se estaba tomando -otro pedacito de recuerdo deshilvanado-. Se dejó su DNI y su dentadura postiza ¿quién se marcha con la ropa de andar por casa? ».

No es la única pieza que no encaja en la versión de una desaparición voluntaria: «Tenía devoción conmigo. Era su pequeña, sus ojos. No se separaba nunca de mí». Les cuesta creer que Ana dejara atrás a su hija .

Esa niña, ahora adulta y madre, también se deshace en agradecimientos cuando un periodista se interesa por su caso. Es una nueva oportunidad de difundir la imagen de Ana , de recordar qué ocurrió en diciembre de 1997, de remover su historia y, quizás también, la conciencia de quien sabe algo y calló. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y en la plaza Carlos Arniches hay un hogar que se agarra a ese mantra como un clavo ardiendo.

Fotografías de Ana y carteles que han usado los familiares en estos años para buscarla S. T.

«Mi madre tenía una pareja que a la mañana siguiente se presentó en casa preguntando por ella. Dice que la dejó en el portal a las doce de la noche, pero nadie la vio. Después dio varias versiones más , que si la dejó en el Alamillo y también junto a una tienda de muebles del barrio». A pesar de su corta edad, recuerda la relación que aquel hombre tenía con su madre: «Son recuerdos malos, era una persona agresiva, posesiva. Mi madre tenía que ir siempre con la cabeza baja».

Las sospechas de la familia

Aroa ha intentado varias veces hablar con él. «Me huye. La última vez me presenté en un bar que hay frente al hospital donde trabajaba, pero se escondió en la cocina». No entiende «que si era su pareja, si la quería, nunca la buscara».

No es el único sospechoso para la familia. Antes de iniciar esa relación Ana había estado con un hombre que le duplicaba la edad. « Ella lo dejó porque no lo quería , pero él no lo encajó bien. No lo aceptaba».

Aquella niña no había alcanzado aún la mayoría de edad cuando escribió al Ministerio del Interior en busca de respuestas . «Me enviaron una carta diciendo que el caso seguía abierto, que la Policía había revisado una finca en Utrera donde había un pozo pero que sólo encontraron huesos de animal». Esa posible pista la había aportado Cándida a la Policía.

«No busques más a tu hija que está muerta en un pozo», ése fue el mensaje que recibió Cándida al año de desaparecer Ana

Un año después de la desaparición de Ana, su madre recibió una llamada de teléfono . «Una voz de hombre le dijo que no buscara más, que estaba muerta y colgó. Al segundo volvió a llamar y le dijo que su hija estaba muerta y en un pozo».

No fue la única llamada que recibió esta conocida vecina del Poligono Norte, dueña de un bar que ahora regentan sus hijos, porque eran los primeros años, cuando la desaparición era una noticia fresca que se trató en programas de televisión como «Quién sabe dónde ». «La pobre de mi abuela se fue a Córdoba, a Valencia, al País Vasco…donde decían que la habían visto, allá que iba».

En la búsqueda desesperada recurrió a videntes, tarotistas hasta que las fuerzas la frenaron. Hoy es su nieta quien sigue buscando y no piensa parar: «Un día que fuimos a arreglar unos papeles nos dijeron que debíamos ya darla por muerta. ¿Tú darías por muerta a tu madre sin saber lo que ha pasado con ella? ».

En estos últimos días en los que se ha buscado de nuevo el cuerpo de Marta del Castillo , la familia de Ana siente que la Policía no les prestó la suficiente atención, que quizás pesó demasiado la juventud de Ana, su procedencia de una zona conflictiva de la ciudad, que hubiera tenido problemas de depresión. Por eso Aroa aprovecha la nueva oportunidad y se dirige al ministro del Interior, exalcalde de Sevilla, para pedirle ayuda, para rogarle que los investigadores den una vuelta más a uno de los casos más antiguos de desaparecidos en la capital hispalense .

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