Misterios de Sevilla: la maldición del juguete encantado

A veces, coger objetos aparentemente abandonados pueden traer vivencias de lo más extraño

José Manuel García Bautista

En muchas ocasiones el misterio está donde menos lo esperamos o donde menos suponemos que puede estar. Por ello, lo que les quiero narrar me llamó poderosamente la atención -como diría mi buen amigo Lorenzo Fernández Bueno- y motivó una investigación particularmente intensa e interesante.

Manuel Velázquez es uno de esos apasionados del misterio que, en sus ratos libres, gustar de salir a pasear con la familia y adentrarse en lugares sobre los que se dice que están encantados; o que están abandonados y a él le llama la atención para entrar y ver si hay algo destacable -dentro de lo paranormal- en su interior.

En una de esas visitas, mientras circulaba por una vieja carretera, vio un caserón grande con apariencia de estar abandonado que le animó a entrar con su mujer y su hija. Estuvo haciendo fotografías y grabando sonidos.

Cuando ya se iban, su hija le indicó una «cosa» que sobresalía de una ventana. «Al entrar, vimos una casa de muñecas preciosa que estaba muy degradada pero que en mi cabeza, como restaurador, sabía que podía quedar genial. Así que la cogimos. Ya veríamos si la vendíamos o nos la quedábamos», recuerda.

«Al llegar a casa la dejé en el estudio. Es lo que hago con las cosas que restauro, precisan de una limpieza inicial y de ser lijadas, resanadas, pintadas...», explica.

Pero pronto vendrían las sorpresas: «Mi mujer me solía llamar diciéndome que me había dejado las luces del estudio encendidas , cuando yo siempre las suelo apagar. Había días que me aseguraba y, aun así, aparecían encendidas».

«Le di la importancia justa, pero a la semana o diez días mi hija me llama y me pregunta que porqué había dejado la casita en su cuarto. Ni su madre ni yo la habíamos movido, y la niña menos aún ya que era más grande que ella e incómoda de llevar. Eso nos pasó cuatro veces», añade.

Nuevos sustos

«Era curioso que mi perro pasara junto a la casita y metiera el rabo; el gato ni se acercaba , daba un rodeo. Aunque lo peor fue una noche que comenzamos a escuchar risitas y pisadas. Pensamos que era la niña, fui a ver y estaba dormida. Pero mi estudio estaba encendido y la casita como movida. Me quedé asombrado. Apagué la luz y cerré le puerta pero media hora después volvió a abrirse y encenderse la luz, con los sonidos perfectamente audibles. Mi mujer estaba aterrada» nos relata impresionado.

No tardó mucho tiempo en tener un nuevo susto. Apenas un par de días después decoró varias habitaciones con diminutos muebles a escala. Al anochecer, se escucharon nuevos ruidos: «Fui al estudio y me encontré los mueblecitos reventados , ni mi perro, ni el gato, ni nadie de la casa hizo eso. Me puse muy nervioso».

El momento que decide tomar una decisión drástica fue cuando su hija rompió a llorar una noche: «Despertamos por el llanto de la niña. Al ir a su habitación nos dijo que unos enanos le habían pellizcado las piernas y que le había dolido. Miramos y tenía marcas. Le pregunte que donde estaban los enanos y ella me dijo que vivían en la casa. "Ya es suficiente”, exclamó mi mujer, pidiendo que me deshiciera de la casa».

«Opté por llevármela al jardín y meterle fuego. Vivo en una parcela, así que no hubo problemas», sentencia.

Desde ese día no se volvieron a repetir esos fenómenos y es que, a veces, vivimos hechos extraños que se relacionan con objetos aparentemente abandonados y que, realmente, pueden estar malditos. Nunca debemos tomar nada que esté en un lugar abandonado, nada lo está, todo pertenece a un propietario que puede ser de esta vida o de la otra.

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